Indudablemente entre todos los episodios que se refieren al Quitrín, no hay uno que más gráficamente pinte el carácter, las costumbres, el bienestar y la riqueza de la época á que venimos remitiéndonos como el que vamos á referir.

Así como en el dia el cupé es el carruaje que han adoptado los médicos para hacer sus visitas, entonces el Quitrín ó la volanta era el complemento del título literario de un facultativo, porque bien podia ún joven-hacer sus estudios con el mayor lucimiento, obteniendo la nota de Sobresaliente en todos sus actos de examen; bien podia graduarse y tomar después la investidura de Doctor, demostrando los profundos conocimientos adquiridos en la Ciencia de Hipócrates y de Galeno; bien podía disfrutar de las simpatías más ardientes, ya por ser hijo de una estimable y conocida familia, ya por los méritos y condiciones particulares de su fina educación, de su amable trato y aun dé su elegante figura; bien podía la fortuna haberle favorecido desde sus primeros pasos en la difícil senda de una profesión en que, además del talento, de los conocimientos y de lo que se llama ojo médico, se necesita acaso más que en ninguna otra carrera, el tener suerte; todas estas cualidades y circunstancias; todos esos favorables antecedentes que indudablemente parecen influir y que realmente influye en todas partes en el destino de los que á dicha carrera se dedican, en Cuba eran completamente nulos, incapaces á ciencia cierta de levantar la reputación del más aprovechado Doctor, como sus recursos no le hubiesen permitido comprar siquiera fuese un modesto Quitrín, un regular caballo y contar con los servicios de un calesero, aunque fuese alquilado.

¿Quien hubiera llamado nunca en la Habana, á un médico de á pié, como no fuese para asistir á un criado ó en la perentoria urgencia de necesitar de los auxilios de un facultativo, no habiendo por allí cerca otro de los que tenian QUITRIN?

Se ve que el Quitrin era el complemento del título académico y que de nada servia este sin aquel.

Poder de la costumbre! Pero era lo cierto que la posesión del Quitrín era quien expedía el Regio exequátur, el Cúmplase lo que S. M. manda de las reales órdenes, y por último la verdadera confirmacion que permitía entrar en el gremio de la ciencia al que había recibido el bautismo de la profesión.

Pues bien; en aquella época, además, si bien la clase media y las familias ménos acomodadas ó desconocidas, cuando llamaban al facultativo, cuidaban de que algunos de los criados ó el portero ó cualquier otro individuo de la casa lo esperase en la puerta y antes de que se marchase, colocase en sus manos un peso fuerte, que era lo qué en aquellos tiempos se pagaba por la visita; la gente rica procedía de otro modo con el médico, ó más bien era el médico quien de. otro modo procedía con la gente rica, pues rehusaba recibir el importe de la visita, encargando al criado que dijese á los Señores que no tenían que pagarle nada y que contasen con él cada vez y aun cada hora que lo necesitasen.

Esta conducta, como era consiguiente, despertaba la gratitud de la familia, y si alguna difícil operación ó acertada cura, realzaba los méritos del Doctor, entonces el regalo de un precioso necesaire con piezas de plata cifradas y 30 ó 40 onzas de oro que se deslizaban en cualquier a de los cajetines del necesaire, venían á justificar al Galeno el aprecio y la estimación que había logrado conquistar en la familia.

El bastón de carey con puño de oro; el magnífico reloj de repetición con música; el par dé botones de brillantes para la camisa, amen de los indispensables estuches de azúcar blanco en terrón, que los hacendados encargaban á sus Mayordomos remitiesen á casa del Doctor como regalo de Pascua, sin contar con los infinitos ramilletes que de todas partes le enviaban el día de su santo, ni de los pares de pavos reales ó guanajos con que la víspera de noche-buena veía llenar el patio de su casa. Todo esto justificaba la abundancia de la época; la importancia que los médicos tenían las consideraciones que se les guardaban y sobretodo, que el numero no era tan abundante y que los que entonces habia, sabían también por su parte poner los medios necesarios para obtener aquella estimación.

Los Gutiérrez, los Govantes los González del Valle, los Marín, los Humanes, los Pelaez, los Cortés, y tantos y tantos otros que no recordamos, eran del número, y a ellos debió la ciencia én la Habana el impulso y desarrollo que supieron comunicarle.

Pero aún á más altas demostraciones llegaron los testimonios de estimacion y de gratitud que venimos relatando, y el siguiente hecho dará una idea de lo que era entonces la Habana y la clase de personas que habia en ella.

Un dia de San José, en la morada de uno de los más afamados médicos de esta ciudad, se hallaba reunida una escojida y numerosa concurrencia compuesta de parientes, de amigos y de clientes del Doctor.

Una música de cuerdas dejaba oír en el zaguán las más deliciosas danzas cubanas. Sobre una magnífica mesa se ostentaban en el comedor, dulces, flores, botellas dé cerveza y de Champagne; ramilletes de todas formas y tamaños se sucedían; los guanajos con lazos en las apatas venían á aumentar la algarabía de los que ya alborotaban en el patio de la casa; los criados con libreas trayendo tarjetas en pequeñas bandejas de plata, venían á aumentar el número harto crecido ya, de las que había en un primoroso cesto de concha, colocado en la mesa de la sala.

Todo eran felicitaciones, abrazos, frases de cariño, expresiones de gratitud, y jamones y pasteles y canastos de Champagne y cuanto de la manera más expresiva podía significar los afectos qué se querían demostrar.

Era el gran dia del Doctor. Era él dia de su santo, y todos querían contribuir á que lo pasase felizmente.

En medio de los acordes de la música; del destapar de las botellas; de los plácemes y cordiales felicitaciones y de los abrazos que hacían feliz aquel día la existencia del Doctor, en cuyo semblante se reflejaba el vivo gozo que producen esas afecciones íntimas y esos momentos de júbilo y de expansión, que solo se disfrutan una vez en la vida y que después y para siempre nos roban las penas y los desengaños; en aquellos momentos, decimos, se detuvo á la puerta de la casa del Doctor un Quitrín flamante con una magnífica pareja de alazanes que conducía un mulato joven de arrogante figura, cuya edad sería poco más ó menos como de unos veinte años; vestido con todo lujo y ostentando nuevas, así las botas, como el sombrero; así las espuelas, como la librea, cuyo calesero se desmontó y entrando respetuosamente en la casa con el sombrero en la mano, se dirijió al Doctor diciéndole: «Muy buenos dias, mi amo. El caballero N me manda á decr á su Merced, que desea que pase sú dia con toda felicidad y que aquí le manda esto.”

Y al mismo tiempo le entregaba una esquela que servía de resguardó á un papel mayor, y en la cual decia:

"Querido Doctor: no pudiendo olvidar jamás- que á Vd. debo la vida de mi hija única y habiendo oído decir á Vd., no ha muchos dias, que iba á comprar un quitrín nuevo, me he complacido en anticiparme á su deseo, remitiéndole el que está á su puerta con esa pareja de alazanes, y como el mulato, portador de la presente, conoce bien los caballos y con él trabajan perfectamente, he querido que también pase el á ser de la propiedad de VA, justificando el título de dominio, la copia legalizada de la escritura que le entregará."

Mezquina es la ofrenda para quien tanto debe á Vd.; pero no me es dado de momento disponer de más digno medio para expresarle mi gratitud.

Sírvase Vd. aceptar ese pequeño obsequio y cuente siempre con el afecto y la amistad de su reconocido amigo.

N. N.                   

¡Pequeño obsequio! La escritura rezaba que el mulato Romualdo, de veintidos años de edad, zapatero y calesero; sano y sin tachas, había costado mil doscientos pesos, libres de derechos para el vendedor.


Valía pues el mulato..........................       $ 1.200
Derechos, alcabala, escritura..............             200
El quitrín (40 onzas oro)....................              680
Arreos de plata...............................              800
Botas, librea, espuelas, sombrero, cuarta, &      250
Los caballos...................................              450
Total.........................................            $ 3.500

Tres mil quinientos pesos oro, importaba el pequeño obsequio que el Sr. N. hacía á su médico.

¡Oh Témpora! ¡Oh Mores.! ¡Oh tiempo de los moros que decía aquel.!

Hoy, siendo todos mas cristianos, siente menos amor al prógimo y conviniendo en que no hay quien tenga tres mil pesos hay que, convenir en que tampoco habrá quien se los regale á su médico.

Y convendremos también en que los ramilletes y el Champagne escacean también el día de su santo en casa de los médicos.

Ya no van músicas á felicitarles; porque hoy la visita de un médico queda pagada con cinco pesos en papel y ya no hay cajas de azucar, ni quitrines ¿regalos? ¡Cuando! y solo alguno que otro guanajo con su lazo al pescuezo y en las patas, viene con su trogoteo á justificar que aún queda algo de gratitud ¿que quieren ustedes que los médicos den de gratificación y obsequio á los músicos?

Ellos lo adivinan y por eso ya no felicitan á ninguno.

¡Todo pasó con el quitrín! Otros tiempos, otras costumbres!.

Pero tenemos que decir parodiando & Jorge Manrique.

 

“Avive el seso y despierte
Recordando, Como pasó aquella vida....
Y cuan diversas costumbres
Van quedando! Como se acabó el quitrin, Que era mi amor,
Y como ya no le tiene,
Regalado, ni aún. en sueños,
Ningún Doctor!”

 

 

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