

EPISODIOS.
Para terminar este cuadro vamos á referir algunos episodios relativos al quitrín, no solo porque ellos servirán para dar á conocer las costumbres de la época á que venimos refiriéndonos, sino porque contribuirían á poner de manifiesto la influencia que el quitrín tenía en la vida habanera y su participación en todos los actos mas interesantes y solemnes de aquella.
Como un testimonio de los sentimientos religiosos de los habaneros de aquel tiempo, diremos, que todo el que compraba un quitrín nuevo disponía que se llevase á la iglesia á disposición del Sr. Cura para que si tenía que salir el Viático fuese el Santísimo quien le estrenase, con la que el quitrín quedaba bendito y se evitaba que le sucediese alguna desgracia. Pero he aquí que una noche aconteció lo que precisamente se trataba de evitar y fué que tirando de un precioso lujosísimo quitrín un caballo demasiado fogoso, apenas el negrito que tocaba, la campanilla empezó á hacer sonar aquella cuando estando ya dentro del carruaje el Cura y el monaguillo que le acompañaba, espantóse el caballo y partió desbocado, causando algunas averías á los transeúntes y á otros carruages con que tropezó, habiéndose deshecho contra una esquina donde vino á parar, y en dónde corrieron gran peligro de ser estropeados el Sr. Cura y el monaguillo, los cuales se lanzaron del quitrin, no sin haber recibido algunas contusiones.
En otra ocasión, era el 24 de Octubre del año de dia de San Rafael, cuando una estimable señora de nuestra buena sociedad, que tenía un chorro de graciosos nietecillos, habiéndoles encargado aquellos que les tragese las indispensables tortillas con que se festeja el Santo, después de oir misa se dirigió en su quitrín, del que tiraba una famosa v arrogante muía guachinanga, á la calle de Escobar, al sofar en donde vivía la famosa María de la 0., la mas acreditada vendedora de tortillas de aquellos tiempos que, por el renombre que sus tortillas habían alcanzado, veía visitado su solar por todas las personas mas distinguidas de la Habana que iban allí á comerlas y á llevar para sus casas un plato que el dia del Santo y subsecuente de la octava, era de rigor en toda mesa.
El cordón de quitrines cojía materialmente de una esquina á la otra de la cuadra en que vivía María de la 0, no se si de apellido Soquendo; pero que indudablemente llevaba manillas de oro.
La Señora á quien hacemos referencia ordenó al calesero que se apease y dándole un doblón de á cuatro pesos (oro, se entiende, que entonces no habia papel) y una servilleta que llevaba preparada al efecto, le hizo entrar en el solar á comprar las tortillas, habiéndose quedado ella sola dentro del quitrín.
Un travieso negrito que acababa de comprar en la. bodega un paquete de cohetes colorados se le ocurrió prenderlos todos juntos delante de la mula. Al estrepito de aquellos se espantó el animal y partió como una exhalación, yendo dentro del carruage la señora que, arrodillada en el pesebrón, y con los brazos en cruz, pedia misericordia á todo pecho.
La mula se dirigió por la calle de la Salud hacia el Campo de Marte y entrando por la Puerta de Tierra tomó la calle del Sol y se detuvo sin mas novedad á la puerta de su casa.
El portero y los demás criados al ver llegar la mula á escape y sin calesero, se sorprendieron, habiendo llegado al colmo su sorpresa al oir de boca de la señora el suceso, el cual fué desde entonces el tema obligado de todas sus conversaciones, así como la promesa que hizo á la Virgen del Carmen (pues nada quiso con San Rafael) por haberla libertado de aquel peligro.
Como á la media hora de haber llegado á la casa, llegó el calesero jadeante, y bañado en sudor, pues había venido corriendo desde en casa de María de la 0., y siguiendo la dirección que le dijeron había tomado el carruage, con las botas y las espuelas calzadas, la cuarta bajo del brazo y la servilleta con los cuatro pesos de tortillas que le había encargado la Señora, á quien se prometía pedir los dos reales sobrantes del doblón; pero cuya solicitad creyó innecesaria en virtud de que el susto debía haber hecho perder la memoria á la Señora; por lo que no se acordaría de la peseta y se la aplico, sin más cumplimiento, diciendo. "¡Bángama Dio! Poquitico fatá pa que Señora murí agüoi. Mula ese sabe mimitico como gente."
* * *
|