

EL CALESERO DE ALQUILER.
Era el mismo género; pero una especie distinta de la del calesero particular.
Le estoy viendo con su volante en la Plaza del Vapor, en la Plazuela del Monserrate, en la del Cristo, en la calle de San Rafael, en la Calzada de Galiano, por cada una de las bocas-calles en que, de ocho á diez, sabía él que venían los viages.
Porque para el calesero de alquiler no había hombres, ni mugeres, ni blancos, ni negros, ni amos, ni dependientes; lo que había eran viages; así denominaba él a todo el que podía tomar su volante y pagarle la peseta, (se entiende sencilla; pero en plata) que costaba un viage.
Un trage verdaderamente estrafalario, por lo roto y descompuesto, era lo que le caracterizaba.
Aboyada bomba de fieltro con galón viejo, librea de paño, con restos de una franja en que se descubrían escudos que la inteligencia de un Rey de armas nos hubiera demostrado pertenecer á los ilustres Condes de Bainoa, Peñalver, Fenandina, Vittanueva, Casa Bayona y otros de los que en la pasada época llevaban el pendón de la nobleza habanera, cuya librea por esa circunstancia, revelaba los tratos y contratos en que con los caleseros de casa grande, andaba siempre el de alquiler.
Unas botas deslustradas, con las campanas caídas, á guisa de orejas de cerdo; la camisa abierta, sin botón; las mangas de la librea rotas hasta el codo y convertidas en mangas de angel; por calzado la característica chancleta y en la mano el mocho ó sea la cuarta pendiente del dedo grueso y del meñique para dejar libre el pulsar que levantaba en alto exclamando: ¡Ey!!! como quién dice: Aquí estoy! cada vez que descubría un viage.
La volante ó quitrín de alquiler, aunque la primera voz era la genérica para significar todo vehículo alquilable; tenía una especial construcción, cuya primera circunstancia era ser muy reducida para que no pudiese tener efecto en ella lo que los caleseros llamaban misa cantada, es decir, que lo ocuparan tres personas á la vez, pues aún dos ya eran demasiado.
Juegos y forros colorados hacían desde luego conocidos los alquilones, cuya procedencia á nadie se le ocurrió nunca disimular; porque la volante de alquiler no era para paseo, sino simplemente para no ir a pié ó para cualquiera diligencia que demandase necesariamente la volante.
Yo no me propongo, parodiando á Mesonero Romanos, quien hizo la historia del Coche Simón, hacer la de la volante de alquiler, á la que muchos de los episodios que el Curioso parlante cuenta, hablando del coche, son de perfecta aplicacion.
La volante asistía á matrimonios, á bautismos, á administraciones y á entierros.
Ella llevaba en su interior á gentes tristes y á gentes alegres. Al que iba á cobrar el premio de la lotería y al que llevaban preso á la cárcel.
Ella, con el fuelle echado y contra lo prevenido por el dueño del tren (hoy establo) que tampoco estaba por la misa cantada, paseaba por todas las calles de intra y extramuros (hoy no hay murallas, más que las que naturalmente separan, y son las mas poderosas, á los ricos de los pobres, al que tiene del que carece) paseaba, digo, por la población a tres alegres marinos que después de largo viage querían primero conocer la ciudad y luego ir á todas partes en que pudieran divertirse, y el calesero que sabía bien donde podían lograrlo, hacía su agosto con esta clase de viages para él de los más productivos.
Pero la misma volante con el tapacete caído, conducía también al Hospital á un desgraciado enfermo que en él iba á morir sin volver á ver su familia. De repente nos pasaba por delante la volante llevando dentro dos niñas que iban comiendo pina, ó chupando mamoncillos, cuyos huesos ó semillas arrojaban con gran algazara á los transeúntes.
Pero apenas las había dejado el calesero en su casa de la calle de lá Lamparilla, Villegas ú otra de las mas céntricas, cuando la voz de ¡Calesero! ¿alquilas? el ¡Sí, señor! de ordenanza; hacía que un hombre entrase en la volante diciendo: ¡Al Cristo! ¡Pical
¡Y era para llevar los Santos Óleos á un moribundo!
En la volante se iba á los toros, ó atravesado en el pesebrón el ataúd, llevaban a enterrar al pobre que á veces no tenía más acompañamiento que el del muñidor.
En la volante llevaba la modista el trage de boda, para la hija de un grande.
En la misma llevaba el sastre los lutos para unos hijos que habían perdido á su padre, ó bien para el desventurado padre que acababa de perder á su hijo.
En la volante de alquiler se dirigía furtivamente y disfrazado al muelle, quien intentaba tomar un barco cualquiera para escapar á la acción de la justicia por tal ó cual delito que había cometido y que acaso le alejaba de su familia para siempre; cuando, como viage de retorno, ocupaba la volante quien después de larga ausencia las ala del viento encontraba pocas para estrechar á su corazón los mas queridos seres de su alma. Alguna vez condujo dos caballeros jóvenes y bien puestos, á quienes seguían otros dos en otra volante.
En el pesebrón los primeros claros del día dejaban ver una caja misteriosa en la que iba la muerte para alguno. Eran pistolas; se trataba de un duelo.
A los pocos momentos de haber llegado á la falda del Príncipe, de Atarés ó la Chorrera, la volante regresaba con el capacete caido, para entregar en manos de una madre infeliz ó de un padre desdichado el cadáver de su hijo único!
Muchas veces á paso ligero condujo al seductor infame que arrancando del seno de una familia honrada una joven virtuosa seducida por sus falaces promesas, la abandonó mas tarde, entregándola á la execración de la sociedad y al desprecio de los suyos. Otras entre el ludibrio de la vergüenza y las manifestaciones del miedo, trajo al mismo seductor conducido por un padre, á quien por cierto no faltaban fuerzas para esgrimir una espada, ni le temblaba el pulso para depositar una bala en el corazón de un perverso, para de allí llevarlo con su hija á recibir la bendición nupcial en la iglesia y terminad la ceremonia, para darle la orden de no volver á poner los pies en una casa donde ninguna falta hacía.
¡Oh! Si una volante pudiese contar todas las escenas que ella ha presenciado; todas las conversaciones que ha oído; todos los planes que se han fraguado en su interior! interesantes por demás serían las historias que ella nos refiriese.
El calesero de alquiler ha sido siempre cómplice inocente de todas esas aventuras é historias.
Pero la mayor parte de las veces, ¿que pudo él saber acerca de los personages que conducía, de los planes que aquellos fraguaban; de los proyectos ya generosos, ya criminales á que se daba vida en el seno de su volante?
Para el calesero de alquiler todos son viages.
He hablado anteriormente de la resistencia del caballo criollo. Pero no es posible, tratando de la volante efe alquiler, prescindir de consagrar unas cuantas líneas mas á aquellos infelices jamelgos de cuya condición se abusaba de una manera infame.
El calesero de alquiler que por su cuenta sacaba del tren una volante por la que, con el uso de un caballo por la mañana y otra parte abonaba tres pesos diarios en plata; enganchaba a las siete de la mañana, ora en que venían del baño los caballos y no volvía á mudar hasta las dos de la tarde.
Al llegar al tren le destegía la cola al caballo, le daba un fuerte tirón del rabo para que no se pasmase, le quitaba la silla y los cuatro o cinco sudaderos que por ranzón de las mataduras le ponía con diversos sacabocados para no lastimarle y sobre aquel lomo asaz mal ferido, de una botija que detrás de la puerta había, con un hisopo sacaba un liquido que en ella se iba depositando y que pasaba sin piedad por sobre las mataduras para que no les cayese bicho.
El infeliz caballo no pensaba ni en comer, ni en beber; entregábase á descansar y acaso á las diez ó las once de la noche empezaba á probar el pienso.
El caballo que trabajaba hoy por la mañana no se volvía á poner hasta mañana por la tarde; pero ciertamente no era el trabajo lo que mas rendía al animal sino el continuado castigo que recibía; pues era costumbre del calesero de alquiler, llevar las riendas suspendidas muy alto con la mano izquierda é ir con la derecha distribuyendo cuartazos á un lado y otro al pobre animal, que voluntariamente iba al trote; pero al que el calesero seguía el compás con la cuarta.
Era muy frecuente ver caer al suelo los caballos; pero esto no dependía ni de flojera, ni de debilidad; sino que lo muy extenso de las barras de la volante les hacía perder el equilibrio fácilmente, y la prueba era que del mismo modo caían los de las volantes particulares. Y tampoco se atribuya al peso que cargaba por razón de ir montado el calesero.
Con la misma frecuencia caen hoy los que tiran de los coches, porque resbalan en los adoquines, y en la cuestión del castigo no salen mejor librados los caballos de coche que los que tiraban de los volantes, pues aunque parece que el látigo es mas ligero que la cuarta, en mas de una ocasión hemos visto al cochero volver la fusta y asentar á todo lo largo del lomo cada golpe al animal, que hemos deseado que como & la burra de Balaan, Dios le concediese por un solo momento la palabra á la bestia para que pudiese decirle al cochero dos palabritas al oido, que yo no creo sea necesario decir en voz alta para que todos sepan que palabritas serían las que la bestia diría al cochero.
"Sociedad protectora de los animales (no hay alusión) y que falta que haces en el país!"
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