

• EL QUITRÍN lleva siempre en su testero
Tres señoras en traje tan ligero
Cual las flores que adornan su tocado,
(Pues no cabe en quitrín francés sombrero;
Va expuesta de las tres la mas graciosa,
La que llaman LA ROSA
Que es punto de aquel triángulo hechicero.
ZORRILLA
DEL QUITRÍN EN GENERAL.
- El Quitrín se fué.
Los pocos ejemplares que nos quedan de este cómodo vehículo se irán también y es necesario; antes que el último desaparezca, trazar, siquiera sea á grandes rasgos, la historia del carruage indígena, del quitrín cubano, tan ridiculizado por todos los que le ven por primera vez; tan solicitado luego por los mismos que le han criticado; tan indispensable para los que viven en un clima tropical y que tienen la necesidad de atravesar grandes distancias a la hora en que los rayos de un sol de fuego caen perpendiculares sobre nuestras cabezas y aún á cualquiera otra hora, en un pais en que el calor y el sudor, que es su consecuencia, nos obligan á mudar de camisa dos y tres veces al dia.
¡Oh! El Quitrín!....
"Regálame un quitrín, dame dinero" hacia esclamar el desventurado poeta Plácido á la ambiciosa coqueta que en la posesión de un quitrín, que demandaba primero que el dinero mismo, veía el colmo de sus aspiraciones y la suprema dicha que ambiciona la cubana para la que espesamente se construyó el quitrín.
Muchos cubapos hay ya que no saben lo que es un quitrín, es decir, que nunca han entrado en él.
¡Desdichados!
¿Qué mucho, en consecuencia, que desconozcan sus ventajas; que crean exageradas nuestras apreciaciones; que consideren este artículo como un verdadero anacronismo y que presuman además que, incurriendo en la manía de todos los viejos, se nos figure que solo lo de nuestro tiempo es bueno y que para nada sirve lo del dia? Piensan elfos que mejor que un Quitrín es una Duquesa, una Victoria, ó un Lord. Del Cupé no hablamos; porque solo por el imperio que la moda ejerce, sobreponiéndose á la razón, hubiera podido ponerse en uso en un pais tropical un carruage de clima frió, soturno y sofocante.
Pero ¡qué mucho! ¿No na importado también la moda el juego de la pelota, llamado para mas significar su procedencia exótica, él. Base ball, que por fortuna todos sus adeptos saben pronunciar Beis bol ¿Y no nos ha importado también la moda los Patines?
Pues ¿quién duda que así como tenemos ya los velocípedos (vélocipede) habremos de tener en breve trineos para salvar la distancia que hay de la Habana al Cerro y as Puentes, yendo por el fríjido lago de la Calzada del Monte y de la Ciénaga y por los rios, casi siempre helados, de la Calle de la Reyna y Calzada de Belascoain ó dé la Infanta?
Todavía me prometo ver un dia por nuestras calles de la Habana en el mes de Agosto y á punto de las 12, un dandy, (ya no se dice figurín, sino en todo caso elegante) envuelto en un largo redingot, ó bien con un gabán de castor, bufanda, cuello de piel de nutria y guantes de doble forro y á nuestras bellas habaneras, no ya con la blanca bata de rizados encages, ni con el túnico de oían batista ó de delgada muselina; sino con un vestido de paño de damas ó de merino, abrochado hasta el pescuezo, con solapas ribeteadas y triples hileras de dorados botones, puno y cuello de armiño, guantes, sombrilla y sombrero, no de fina y fresca paja de Italia, adornado de cintas y de flores, sino de terciopelo con frutas de cera (no hay temor de que se derritan) y pájaros disecados, dejando caer sobre los hombros, no el delicado y vaporoso marabought, sino larga y sedosa pluma de cisne que ondea sobre la frente y casi cubre el rostro.
En las manos, en vez de abanico, llevarán manguitos, y los pies, en lugar del zapato de raso de corte bajo, irán cubiertos con la calorosa polaina ó el ardoroso botín de tacón alto y doble suela á la americana, con cuyo uso, andando el tiempo, los delicados pies de la cubana, famosos antes por su pequeñez, por su figura y por su delicadeza, habrán crecido, y ostentarán, en vez de su proverbial finura y de su cutis suave y delicado, un endurecido y áspero calcañar (¡horror!) y sus correspondientes callos y bien pronunciados juanetes, ni más ni menos que si fuesen los de un hombre de trabajo.
Un trage de esa naturaleza y un calzado, como el que describimos, son propios para las señoras de aquellos países en que él clima les permite andar mucho á pié; pero no para las de Cuba, en donde no es posible usar otros trages que los que propiamente se llaman tropicales, y que tanto embellecieron y recomendaron siempre á las seductoras y poéticas cubanas.
Hablábamos del quitrín.
El quitrín es la representación genuina del carácter, de la índole, de las aspiraciones, de las necesidades y de los goces cubanos.
En el arte heráldica, ó ciencia del Masón se significan por medio de diversos objetos, que dicha ciencia esplica, no solamente los gloriosos hechos de armas de los caballeros que por ellos se hicieron notables, noscibles, (nobles) ó conocidos, sino que también las Naciones, las Ciudades y las Villas son alegóricamente representadas.
Así sabemos que un león representa á España, un águila á Francia, un leopardo á Inglaterra y luego multitud de otras fieras y de aves ó de objetos y figuras de índole diversa, representan otras muchas naciones, ciudades ó villas, siendo curioso el estudio de las perrogativas y de las mercedes que á este propósito han hecho los soberanos para que tal ó cual Ciudad ó Villa, pueda ostentar en su escudo un ganso, un pato, un carnero, una culebra, la cabeza de un moro, el brazo de un gigante y multitud de otros objetos con que se procura significar la heroicidad, la grandeza u otras virtudes de los pueblos á que aquellos hacen alusión y referencia.
El escudo de armas de la Habana, como bien sabéis, consta de tres castillos DE PLATA y una llave DE ORO en campo azul, y aunque un antiguo amigo mió pretendía que el escudo de la Isla debiera ser una caja de azúcar en campo de caña, yo le hubiera sustituido por UN QUITRÍN con tres caballos que par una guardaraya de palmas reales se dirige á la casa de vivienda de un Ingenio, conduciendo dentro al dueño de la finca.
Pero como ya el quitrín pasó y el trio ha desaparecido, y la casa de vivienda tiene otra forma y ya no hay amos de finca, quedando solo las guardarrayas de palmas reales; el escudo sería hoy incomprensible para los que, por desgracia suya, no alcanzaron los tiempos del quitrín.
Todo tiene en el mundo su razón de ser.
El clima y las condiciones de localidad, son las que aconsejan y determinan las costumbres de los pueblos que, buscando lo que mas les conviene, dan vida a las especialidades que los distinguen y caracterizan.
For esta causa, cúbrese de pieles el Japonés, anda casi desnudo el Africano; corren los Rusos en trineos, y caminan en zancos los habitantes de las Landos; por igual motivo, donde hay poco terreno se fabrican las casas de tres y cuatro pisos y sin patio, y donde el terreno sobra las casas tienen cinco y seis patios, como en Mérída de Tucatan. En las regiones azotadas por los huracanes, las casas se censtruyen gachas y con un solo piso e iguales precauciones se toman donde son frecuentes los temblores de tierra. Por último, mientras en los países fríos se duerme entre colchones y se cubren las personas con gruesos cobertores, en los cálidos se usa la hamaca de tejido de cuerdas, que dá paso al aire y que, meciéndose, hace sentir fresco agradable á quien en ella duerme, sin necesidad de almohadas y de sábanas que aumentan el calor.
No hay por qué criticar los usos y las costumbres de los pueblos, porque todas tienen justificado origen y solo cuando se vive en ellos se conocen y se comprenden las conveniencias y las necesidades de lo que criticamos, sin conocer, creyéndonos tal vez mas ilustrados y entendidos que los naturales.
Las necesidades del pais dieron vida al quitrín, que jamas podrá ser reemplazado por carruage alguno que reúna las circunstancias y las condiciones que recomendaban á aquel vehículo, desechado ya por la veleidad, la ingratitud, el imperio de la moda y quien sabe por cuantos mas injustificados motivos, para darnos en su lugar los coches de muelles que hacen brincar sobre el asiento á quien los ocupa, produciendo el efecto del trampdin al hacer rebotar como una pelota á los que van dentro del carruage.
¡Ay de la cintura! ¡ay de los ríñones! ¡ay del higado! ¡ay de las pobres señoras! que han abandonado el quitrín y que pasean en coche!
El quitrín, como hemos dicho, és el carruaje indígena; el carruage único y especial del pais, construido en él, con todas las reglas y condiciones que le recomendaban y que
le hacían indispensable, justificando su necesidad en atención al clima y á su objeto.
Construíase el quitrín atendiendo, ante todo, á la suavidad de su movimiento paraque en un largo viaje, como eran los que en él se hacían al campo, porque entonces no existia el ferrocarril, no molestase á los viageros y particularmente á las SEÑORAS, que no conocían otra manera de viajar.
Montábase á este efecto la caja sobre sopandas de cuero, en lugar de hacerlo sobre muelles, que siempre son mas duros; que están espuestos á romperse y que jamás pueden comunicar á un carruage el movimiento lateral que producen las sopandas y el de vaivén que atenúa las sacudidas que ocasionan los baches, y que los muelles, por su propia elasticidad, hacen mas violentos.
Las barras, además de ser largas para equilibrar d peso, tenían que ser fuertes y flexibles, siendo mejores las que mas cimbraban, y por esto se hacían de majagua, porque esta madera reúne a la vez entreambas cualidades.
Las ruedas se hacían desmesuradamente grandes; porque además del mayor impulso que comunicaban al carruage, como con este se hacían los viajes al campo, todo el qué conozca la tierra pegajosa y aterronada de nuestros caminos reales, y el estado en que se hallaban en aquella época, comprenderá que de no ser así, el quitrín tenia que volcar á cada instante.
El fuellé, en lugar de ser de charol, se hacia de baquetón porque éste no se calienta tanto al sol, como aquel.
Y los estribos eran de resorte para que no opusiesen resistencia al choque de los troncos de árboles y de las piedras grandes del camino, y se hacían también de cuero, llamados de vaivén.
El eje era de madera dura y la parte sobre la cual jíraban las ruedas, se forraba de cañamazo y se untaba de sebo de Flandes, no solo para que girasen mejor, sino para que no hiciesen ruido; las ruedas por la parte interior de v las masas, tenían una pieza dé hierro llamada jibica, para evitar la destrucción por el frote, y además se le ponían unas rodajas de cuero que se llamaban zapatas.
Sujetábanse las ruedas con el sotrozo, que era un perno de acero que se colocaba por la ranura de la bocina y que á su vez se sujetaba con una tira de cuero al rededor de la mazorca.
Faltando este requisito solía saltar el sotrozo y caer seguidamente la rueda, que muchas veces por la velocidad de la carrera vieron pasar por delante de sí los que iban en el carruage antes de caer al suelo.
Los quitrines para el uso diario se forraban de marroquí de diversos colores y los que se destinaban para paseo se forraban de gró de seda, siendo los colores mas generalmente en uso el blanco perla, el azul ó el punzó.
A los costados del quitrín unas veces y delante de la sobre concha las mas, se colocaban los faroles de elegante hechura con vidrios blancos ó de colores, en los que se ponían velas que por medio de un resorte espiral, iban subiendo á medida que se gastaban.
El tapacete arrancaba de la sobre concha, á la que estaba asegurado por ojales y clavillos, y se prendía al frente en un botón ó en tres muy unidos para que á la vez que quitase el resplandor permitiese al aire entrar libremente por uno y otro lado.
Por la parte de atrás, además de la banqueta, que sustituyó á la tabla en que iba de pie el page, tenia el quitrín un postigo que servia para dar paso al aire y que se bajaba en tiempo de lluvia ó si se hacia molesto el viento.
Los cojines se armaban sobre resortes de acero y se cubrían de lona y forraban como el quitrín, de marroquí ó de gró.
Cuando tenían que ir en el quitrín tres personas, señoritas regularmente, se agregaba una banquetita con un pié de hierro que descansaba en el pesebrón y que se sujetaba con dos grampas debajo de los cojines.
El pesebrón se cubría con una pequeña alfombra de vivos colores y para descansar y afianzar los pies tenia la pielera.
Los quitrines, además de las dos agarraderas que llevaban á un lado y otro por la parte exterior y de las interiores de que pendían ricas borlas ó argollas de marfil, tenían también un par de bolsas ó carteras para colocar en ellas lo que fuese necesario.
Aunque generalmente un solo caballo tiraba del quitrín y sobre el cual además montaba el calesero, la moda fué introduciendo el uso de las parejas, y entonces colocábase dentro de barras un caballo para el tiro y otro fuera para el calesero (como en el carruaje á la Dumont) que por esto se llamaba de la monta.
El de dentro de barras indispensablemente tenia que ser cíe trote y el de la monta de paso, llevándose siempre á galope corto, ó ala galucha porque así era como tenia que seguir al de entre barras, para comodidad del calesero.
Criticaban muchos el que un caballo y por lo regular de poca alzada, como son casi todos los del país, sirviese á la vez para la monta y para el tiro y llamaban esto una barbaridad.
No digo yo que el trabajo no fuese mucho para una sola bestia; pero conociéndose las condiciones de fuerza y de resistencia que acompañan al caballo criollo y con especialidad al de tierra adentro, veríase que realmente no era tanta la fatiga, supuesto que ni el carruaje pesaba lo que parecía, por la misma extensión de las barras y que escogiéndose para caleseros negros delgados y ligeros, el caballo desempeñaba sin esfuerzo su tarea conservándose
siempre gordo y demostrando con su ligero andar, sus relinchos y su deseo de ser el primero en la carrera, que aquel, peso era insignificante comparado con su resistencia y con sus fuerzas.
He conocido más de un caballo que diariamente se ponían en carruages ocupados por dos gruesas señoras que por añadidura, llevaban una niña en medio, y los caleseros que montaban esos caballos eran de buena estatura y jamás, en cerca de ocho años, vi que tuviesen la más mínima dolencia, ni que dejasen de hacer el trabajo con la misma buena disposición estando siempre gordos, alegres y retozones.
¿Podríais imaginaros el peso que en otros países se hace soportar á las bestias y el que en nuestra misma Habana soportan hoy las infelices mulas de los carretones del comercio, cuyo peso, por lo corto de las barras, casi todo gravita sobre el lomo del animal?
Y respecto á los coches de alquiler; además de las muchas horas que se hace trabajar á los caballos y del castigo del látigo que incesantemente cruge sobre sus lomos de una manera bestial ¿creéis que se fatigan menos que con el quitrín, tirando de los pesados arrastrapanzas, que además del mucho herrage y de lo pequeño de las ruedas que poco ayudan, llevan tres personas dentro, un baúl en el pescante y sobre este aparato un descomunal cochero?
¿Cuando se vio un caballo tirando del ligero quitrín, con la fatiga que lo hacen los que á duras penas logran poner en movimiento la pesada máquina de un coche de alquiler y sus anexos?
Pero dejemos á un lado esta cuestión y prosigamos la descripción minuciosa que del quitrín hemos querido hacer; porque persuadidos estamos de que dentro de pocos años, todos los particulares referentes á este carruage, con el que aun estamos familiarizados, habrán desaparecido y acaso solo en las pajinas de este libro se encontrará su historia y las circunstanciadas noticias de todo lo que con él se relaciona.
A las estremidades de las barras tenía el quitrín dos argoyas por las cuales pasában los ganchos dé los cargadores que se hallan debajo dé los faldones cortos del albardon y que se cambiaban á la silla dé la monta cuando en lugar de la pareja se ponía el quitrín con un solo caballo.
Para ir al campo se ponían tres caballos.
Llamábase el trio.
Al caballo de la derecha se decia la pluma por que iba á la ligera, es decir, que ni llevaba gínete, ni cargaba el carruage; simplemente ayudaba al tiro, completando la armonía del tren.
Trabajaba con largas tiraderas sujetas al balancín que se afianzaba á uno de los barrotes del juego, y era espedito y diestro, sirviendo propiamente de guía á los otros.
El pintar y filetear los juegos de los quitrines, asi como el barnizar, pulir y brillar las cajas constituía una especialidad en el arte de la pintura.
El forrarlos, bien de marroquí ó de gró, pertenecía á los vestidores. Entre estos los ha habido muy .hábiles pues materialmente parecía que no habían puesto las manos en aquellos delicados forros de gró perla llenos de primorosas labores y de adornos en las vestiduras llamadas de plumilla.
Los arreos, bajo cuya denominación se comprendían las diversas piezas de que se componían las guarniciones para el trio, constaban de la silla para d calesero con anchas aldas y levantado frente, descendiente legítima de la silla boquera y de la montura para torear que se usa en México y en España su progenitora. El frente, en forma de semicírculo, como de una cuarta de alto, guarnecíase con un filete de plata y en su centro se colocaba un escudo, un águila ó un corazón de plata también, sobre el que se fijaba una argoya á pretesto de amarrar las riendas; pero que realmente no era sino el motivo para hacer un ruido, en cuyo compasado son se deleitaba el calesero, cuyo orgullo consistía en la mayor cantidad de plata que llevaba el arreo y de que hacia ostentación, como si fuera su legitimo dueño, provocando la envidia de sus compañeros.
Detrás llevaba la silla un maletín de puro adorno, con hevillas, pasadores y puntillas de plata y cuyos estremos remataban en dos cubos de aquel metal Sujetábase el maletín á las grampas que con tal objeto se colocaban en la sillas, y multitud de clavillos de plata embellecían este apéndice.
El caballo del centro llevaba el albardon, que era una silla más pequeña que la de la monta y cuyos faldones rematando en punta, se ataban por debajo de la barriga del caballo, por cuya razón no necesitaba sincha.
Este albardon de que pendían los cargadores en que se enganchaban las argollas de las barras, en vez del frente alto de la silla de monta, llevaba un pequeño borren sobre el cual se colocaba una pieza de plata llamada el cascoT que unas veces tenía la forma de una concha y sobre la cual un gancho hacia arriba servia para sujetar realmente las riendas.
Al caballo de la pluma se ponía una silla mas pequeña aun que el albardon que se llamaba sillin y que como en aquel se colocaban los ojos por donde pasaban los cordones. Las tres sillas llevaban sus correspondientes pecheras para el tiro: la de la monta llevaba los manguillos que eran unas especies de largos pasadores de cuero por donde cruzaban y se sostenían las tiraderas; el albardon llevaba sejador ó retranca y todas sus gruperas y almohadillas.
Las cabezadas se componían de viseras para adorno de la frente de los caballos; de anteojeras, para evitar que los caballos mirasen á otra parte que al frente y para que no se espantasen.
El caballo de la monta llevaba bocado y cerreta ó cabezón, el de entre barras y el de la pluma cerreta sola; uno y otros eran de plata.
Los estribos, llamados de campana, eran en forma de arco; la cama ó asiento redondo y guarnecido con un suncho de plata, de cuyo metal eran los escudos ó chapas con que se adornaban sus costados y el tornillo sobre el cual giraban.
Las correas ó acciones, llevaban pagadores de plata.
Los cordones que gobernaban el caballo de entre barras y que se pasaban al de la pluma cuando se ponía el trio, eran de estambres de colores y se ataban á la cabeza del tornillo de los resortes del fuelle por el lado derecho.
Complemento de los arreos eran las botas para el calesero que tuvieron en un tiempo una campana descomunal y que reducidas luego á más convenientes proporciones se tejían por medio de correíllas y se sujetaban a las piernas con unas correas con hevillas grandes de plata y pasadores.
Las espuelas grandes, anchas y con estrellas de agudas puntas sé sujetaban, además de sus propias correas, con la primera de la parte baja de la bota al comenzar á abrocharla.
Estas espuelas y los pasadores eran de plata y algunas llevaban además adornos de oro.
Dichas quedan todas las piezas de que se componían los arreos y para que nada quede por mencionar recordaremos el cordón conque se ataba la cola de los caballos, pendiente de una correa con hebilla, pasadores y puntilla de plata, y á que se amarraba aquel y los sudaderos de cortón, rellenos de guajaca, con contrafuertes de becerro, que salvaban el lomo de los caballos de las mataduras que solia producir el roce de la silla, á pesar de lo bien que se ; sabían acondicionar los bastos.
Los talabarteros que hacían estos arreos, incluso las botas; los que separadamente hacían las cuartas; los sudaderos y los jaquimones; los plateros que hacían todo el hevillage y adornos para el quitrín y los arreos, así como los bocados, los cabezones, los estribos y las conchas de plata para los machetes, han visto desaparecer todas aquellas industrias, al desaparecer el quitrín y han tenido que buscar en otras nuevas la subsistencia, que no las ganancias, que ellas les proporcionaban.
El quitrín se fué!
—Pero tras él se han marchado también artes, industrias y oficios que de él nacían y que constituian los usos y costumbres de otros tiempos que ya no volverán.
Con el quitrín las onzas de oro.
Para los coches del dia los Billetes del Banco.
Esto es gráfico!
A pesar de ser el quitrín un carruage eminentemente cubano llamábase especialmente quitrín á la criolla uno de forma más recogida, que no llevaba forro de gró sino de marroquin; sin flecos al frente, cuyo juego era generalmente color de mate, si bien otros le preferían oscuro, en el que dominaban la sencillez y la elegancia empleándose en él detalles que constituian su especialidad, tales como la cartera con hevillas que se fingía en su concha; siendo lo escencialmente característico el platinage, que en lugar de ser blanco como en todos, habia de ser matizado, es decir, pintado á trechos de negro.
Los faroles eran pequeños y se colocaban al costado.
Esta clase de quitrín era para el uso especial de los jóvenes solteros quienes muchas veces preferían que fuese volante, es decir, la variedad que solo difería del quitrín en que no se bajaba el fuelle y que en lugar de los resortes para ello indispensables, tenian un cristal á cada lado á través de los cuales y después que las veian por el frente, lanzaban sus amorosas miradas á las bellas de quienes se sentían ó mostraban apasionados y cuyas calles frecuentaban. Esta era la razón por que el calesero del quitrín á la criolla no podia llevar el caballo sino al trote corto, prefiriéndose por esta razón para estos carruages, los caballos tierra adentro cuyo andar natural es éste y sirviendo la argolla que golpeaba al frente de la silla, para avisar á las bellas que se acercaba el galán.
José María Escobar, Juan María Meló, Alejandro Alcalá, Fernando Homero, Agustín Ibarra y otros varios eran, entre los habaneros de aquel tiempo, los que mejor gusto tenían para esta clase de carruages, de que aun existe muestra en el que usa mi ilustrado amigo el Dr. D. Nicolás J. Gutiérrez, Rector de nuestra Universidad literaria.
Para los quitrines no á la criolla pero elegantísimos y del mejor gusto Ambrosio Romero fué en la Habana único.
Que de aquellos queridos amigos los que viven acepten este recuerdo como un testimonio de mi acendrado afecto y de la época feliz que ya pasó.
A los que fallecieron, bien sabe Dios, que les he consagrado antes de ahora más de un suspiro!
|