FERNANDO FIGUEREDO


El COMBATE DE BÁGUANOS


Báguanos es un pequeño arroyo de Holguín, de aguas siempre turbias. En 1872, el día 29 de junio, hacía una excursión el general Maceo, entonces coronel, al frente de las fuerzas de Guantánamo en la jurisdicción de Holguín. El objeto era solicitar la cooperación de Calixto García y bajo sus órdenes practicar un asalto sobre la ciudad de Gibara.

Nos habíamos detenido sobre Báguanos, en cuyo campamento se encontraban el Presidente Céspedes y su comitiva, apoyados por una pequeña fuerza de Holguín. Maceo, al frente de Guantánamo, acampaba como a una medía legua. Serían las diez de la mañana cuando el toque de fajina hizo que toda nuestra tropa hábil se dispusiera a marchar en busca de provisiones. Partió al mando de un oficial a incorporarse a Guantánamo que, a las órdenes del coronel Paquito Borrero, esperaba más avanzado. La tropa toda se dirigió a las Cuavas, campamento enemigo, como a tres leguas de distancia, donde se había de proveer de carnes, frutas y viandas. Ambos campamentos quedaron custodiados por las oficialidades de los dos cuerpos y las avanzadas respectivas.

A la una se anunció la presencia del enemigo por un tiro de la avanzada del campamento del Presidente Céspedes. El enemigo, conduciendo un convoy de provisiones y un hospital, marchaba de la costa, buscando las mismas Cuavas. Nuestro campamento se puso a las órdenes del general Calvar, el jefe de mayor graduación en ambas fuerzas. El general dio inmediatamente sus disposiciones, emboscando convenientemente nuestra gente dentro del campamento y reforzando la avanzada que recibía a los españoles. El enemigo arrolló de una manera impetuosa nuestra avanzada; que replegada y apoyada en los árboles y troncos de palmas caídas por todo el campamento, hacían que el contrario adelantase muy lentamente. Después de un cuarto de hora de combate cayó bajo los fuegos de nuestra emboscada, materialmente envuelto.

El enemigo detuvo su avance y lanzó las indispensables alas, para desalojar la emboscada de la izquierda, resultando su intento tan inútil, que volvió a incorporarse al grueso de la columna. Entonces emprendió un movimiento de marcha. Su objeto era ya, tan sólo, atravesar el campamento y salvarse de aquel mortífero fuego que lo envolvía. Pasó la emboscada, abandonando cadáveres y heridos: seña fatal que denotaba la descomposición del cuerpo e influía prodigiosamente en nuestras fuerzas.

– ¡Al machete! –gritó alguien, y nuestra exigua fuerza pretende lanzarse sobre la retaguardia al arma blanca, cuando se oye a vanguardia una descarga que hizo temblar la tierra. Era Maceo que, atraído por los fuegos, había volado en nuestro auxilio y que, colocando majestuosamente una emboscada, recibía a los españoles, en momentos en que ya no se obedecían, ni se daban órdenes. Entonces cunde la desmoralización y el ¡sálvese quien pueda! se impone en las filas enemigas.

Ya no había esperanza de resistencia. Los criollos que habían entrado en combate con los españoles, al romperse el fuego, hicieron lo de siempre: ellos los prácticos, los conocedores del terreno, validos de su inteligencia, tomaron el monte, dejando a los españoles que, aterrados por la situación, se dejaron sacrificar. El machete cubano barrió casi toda la columna. Sus acémilas, sus cadáveres, sus heridos y sus enfermos quedaron abandonados en el campo. Con este gran combate, cuya dirección se debió al general Calvar y cuyo éxito coronó Maceo, y que se llevó a cabo tan sólo con las oficialidades de Holguín y Cuba, principió la reacción en Oriente, cuyo ejército desde aquel momento marchó de triunfo en triunfo.

Por la noche, después que la calma reinaba, cuando el silencio sepulcral del campamento era tan sólo interrumpido por el ronquido del que, desfallecido por el cansancio, dormía, o por la queja lastimosa de algún herido, el que esto escribe, meditando en la rudeza de aquel combate singular, en los cadáveres españoles allí al alcance de la mano, que alumbrados por el tenue fulgor de la luna, al ocultarse, aparecían aún más siniestros; cuando en la soledad del pensamiento se apartaba del hombre todo cuanto su alma encierra de acritud o de ferocidad, mientras a la luz de la lumbre que chisporroteaba daba vueltas en improvisado asador un trozo de pernil de mulo, mí continua meditación me apartó de la desgarradora escena que hería mis sentidos, pensé en mi hogar, pensé en mi madre, y me resolví a hacerle la gráfica descripción de aquel sangriento drama, que después de todo, nos había costado también alguna sangre, y la pérdida, entre otros pocos, del malogrado y valiente coronel Camilo Sánchez, muerto en la carga al machete de Maceo, a cuyas órdenes servía.

A petición de un amigo, y sin pretensiones de ninguna clase, transcribo aquí mí humilde pensamiento de aquella noche terrible, en que por doquiera la Libertad había dejado charcos de sangre helada.
Fernando Figueredo.


El COMBATE DE BÁGUANOS

Con el alma destrozada,
lejos de ti, madre mía,
por esta difícil vía
voy siguiendo mi jornada:
con la ropa desgarrada
y los pies ensangrentados,
marcho con otros soldados
de la Santa Independencia
castigando la insolencia
de tiranos y malvados.

Vamos, por fin, a acampar:
¡oh! qué gran satisfacción
se siente en el corazón
cuando se va a descansar!
Mas ... acaba de sonar
un tiro allá en la vigía.
Es, sin duda, algún espía
que nos estaba acechando:
voy a mi puesto volando,
¡y pienso en ti, madre mía!

El fuego de la avanzada
ya nos empieza a indicar
que tendremos que luchar,
sin pensar en retirada.
La gente está entusiasmada;
y como tropa aguerrida
desprecia toda guarida
y al campo raso se lanza:
y a los gritos de venganza
¡pienso en ti, madre querida!

Ya dentro del campamento
se introducen los soldados:
fuego se oye a todos lados,
que no cesa ni un momento:
mientras sus pliegues al viento
suelta la enseña estrellada,
a bayoneta calada,
nos atacan fieramente. . .
¡y en tanto, siempre en mi mente
te llevo, madre adorada!

Nosotros, machete en mano,
atacamos con destreza,
humillando la fiereza
de los siervos del tirano:
ya el corneta del hispano
nos anuncia retirada,
ya en fuga precipitada
se declaran al instante
–y al gritar "¡fuego! ¡adelante!"
pienso en ti, ¡madre adorada!

¡Oh, cuánta desolación!
¡qué escena tan espantosa!
¡tanta sangre generosa
me desgarra el corazón!
En esta gran confusión
y entre tanta algarabía,
hago yo mi puntería,
y al salir del rifle el tiro,
se me ha escapado un suspiro
¡pensando en ti, madre mía!

Nos han muerto un coronel,
patriota de gran valor
que su vida con honor
perdió por su patria, fiel.
En la situación más cruel
deja a su madre adorada
y a su esposa idolatrada:
¡gran Dios! ¿cuál será el destino
que encontrará en su camino
esa madre desgraciada?

Si algún día me cupiere
la misma suerte que a él
y por ceñirme un laurel
en la lucha pereciere,
medita en cuanto se quiere
al que a lo grande coadyuva,
alza una oración que suba
y se remonte hasta el cielo
por quien murió en este suelo
por la libertad de Cuba ...!

 







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