A ti, pálida reina del espacio,
Alzo mi canto ahora,
Y el alma mía estremecida siento
De entusiasmo, de amor y de contento.
Astro excelso de amor y poesía,
Cuando asomas tranquilo y sonriente
Por las puertas de Oriente
Derramando esplendores y armonías,
Alzo hasta ti mi espíritu agitado,
Y en dulce arrobamiento
De nueva vida enriquecerme siento.
¿Adonde vas ahora,
Celeste inspiradora,
En tu carro de estrellas y de nubes?
¿Te vas a hundir con presuroso paso
En los hondos confines del Ocaso?
¡Oh no, detente, por piedad, detente!
Detente, Luna hermosa,
Y acoge cariñosa
El himno enamorado
Que alzo a tu disco de esplendor bañado.
Casta esposa del Sol, reina del Éter,
Tu manto luminoso"
Difundes misteriosa por el suelo,
Y en la extensión vastísima del cielo,
Al beso de tus rayos bailadores
Se conmueven las flores,
Se anima el bosque umbrío,
Y tiembla enamorado el manso río.
¡Oh! ¿quién no siente, quién, de amor divino
El alma arrebatada
Ante el raudal de lumbre refulgente
Que lanzas compasiva
En la estación estiva?
¿Quién, en lágrimas dulces anegado
No ensalza tu belleza,
Cuando al nacer de un apacible día,
Pálida y desmayada
Y de nubes velada,
Te arrastras por el cielo lentamente
Con paso triste, incierto,
Como virgen perdida en el desierto?
¿Quién las tiernas primicias de su alma
No te rinde afanoso
Antes de herir con plectro diamantino
El laúd placentero,
Para arrancarle el cántico primero?
¿Comprendes tú, consolador planeta,
El entusiasmo santo
Que me inspira a ensalzarte en este canto?
Tengo un alma gigante de poeta,
Y siento ansiosa la pasión más pura
Por las obras sublimes de Natura.
Si el tierno enamorado
Mira al través de la importuna reja
De tu esplendor bañado
El rostro delicado
De la casta beldad de sus ensueños,
Reitera con empeños
Las promesas ardientes
¡Oh poder de tus rayos transparentes!
El infeliz cautivo¡
Si en ti la vista desolada fija,
Siente languidecer la pena dura
Que le llena de espanto en su clausura.
El mísero doliente
Si alcanza a ver desde el revuelto lecho
Tu lumbre refulgente,
Se mira reanimado,
Y alzando al fin la atormentada frente,
Dirige consolado
Himnos llenos de amor al Increado.
La madre cariñosa
Suspende placentera al dulce niño,
Con sonrisa de paz y de cariño,
Y exclama: "Vida mía,
Alza la frente bella,
¿Tú ves la hechura aquella,
Melancólica y dulce cual ninguna?
Es la Luna, mi bien, ésa es la Luna."
¡Oh reina del vacío!, ¿quién pudiera
Diques ponerle a tu veloz carrera,
Y en el cielo de Cuba, suspendida
Dejarte triunfadora
Derramando tu lumbre bienhechora?
De tu brillo admirado
Te alzó el pagano majestuoso templo,
Y de hinojos postrado
Su Dios te proclamó con ansia ardiente
Alzándote sus preces reverente.
Si sé atreve una sombra vaporosa
A velarte importuna,
Es porque está de tu beldad celosa,
Cándida, bella y seductora Luna.
¡Oh! no mueras jamás: deten tus pasos
En el centro del alto meridiano,
Y en perpetuo equilibrio sostenida,
Bríndale paz y regocijo y vida
Al hombre, de la tierra soberano.
Fiel testigo es tu luz de los dolores
Y revueltas del mundo:
Tanto pesar profundo,
Tanta guerra homicida,
Tanta bárbara lucha fratricida.
Desde ese trono azul en que te asientas
Viste correr el abundoso Xanto,
Mezclado en sangre y llanto,
Y el imponente estrago
De Palmira y Cartago.
¿Quién sabe si a tu lumbre bienhechora,
De la noche en el seno
Vertió Guzmán el Bueno
Triste llanto, del alma desprendido,
Por el hijo querido
Que vio morir, de la sangrienta mano
Del bárbaro africano?
¿Quién sabe ¡Oh Luna! en tu inmortal carrera
Cuántas desdichas sin cesar deploras,
Y si afligida lloras
Cuando vas en Ocaso a oscurecerte,
Del mísero mortal la dura suerte?
¡Oh! divisa del árabe tostado,
En mi pecho abrasado
De purísimo amor, yo te levanto
Un alto pedestal y un templo santo,
Y si el sabio a través de sus cristales
Sabe que tienes claridad prestada,
No importa, no, desventurada hermosa,
Que aún te ostentas serena y majestuosa.
Aún puedes difundir tu lumbre pura
Por los risueños cantos
Cubiertos de verdura,
Por el Éter tranquilo
Sobre pueblos y razas a millares
Y en la extensión de los inquietos mares
Planeta de la tierra misterioso,
El esclavo afanoso
Si te mira nacer, alza la frente,
Deja el trabajo activo,
Y con la voz doliente
Se pone a preludiar canto nativo.
¡Quién sabe si a favor de tu luz pura
Que al universo abarca
Pulsó su lira el inmortal Petrarca
Entonando loores
Al suspirado bien de sus amores!
El Niágara espumoso
Al verte aparecer púdica y bella,
Adorna su ruidosa catarata
Con torrentes de luz y ondas de plata.
No sabes como el Sol, dar a las plantas
Reluciente esmeralda,
Ni a las nubes carmín, topacio y gualda,
Ni risueños matices a las flores;
Ni alados trovadores
Alzan a ti su cadencioso acento,
Ni viertes melodías como el viento;
Ni guardas en tu seno cual los mares,
Peces, conchas y perlas a millares,
Ni tienes voz como el gigante trueno;
Mas tu casta belleza,
Tu angélica tristeza,
Y esa luz que tu disco diviniza,
Cuanto abarca, engrandece y poetisa.
¡Ay! cómo gime el corazón, bañado
En tétrica amargura,
Cuando Faye inspirado,
Con sus cóncavos lentes te examina,
Y exclama al fin, con persuasivo acento,
"Esa hechura divina,
De un Sol es el cadáver macilento".
Mas si la ciencia humana
Alcanza a predecir tu dura suerte
Y ve que reina en su extensión la muerte,
Aleje yo mi pensamiento humilde
Por siempre, sí, de tan siniestro fallo,
Que al beso de tu lumbre deliciosa,
Fijando en ti mi deslumbrada vista,
¡Oh Luna! te consagro cariñosa
Todo mi fuego celestial de artista.
Catalina Rodríguez de Morales 26 de Marzo, 1835 - 14 de Noviembre,1894
Publicado en un libro impreso por la, Imprenta Militar de la Viuda de Soler La Habana, 1872
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