EL LAUD DEL DESTERRADO
Depugna potros quam servias.
CICERÓN.
El titulo de esta obra explica perfectamente
su objeto. Hemos querido ofrecer en cortas
páginas una demostración del trabajo del talento
por la causa de nuestra revolución, y pensamos
al mismo tiempo tributar un señalado
servicio al pueblo cubano haciendo resonar de
nuevo por medio de la prensa la melancólica
voz de sus poetas desterrados.
Los tiranos y los viles se mofarán de nuestro
entusiasmo, pero nosotros de pie junto á la cruz
del progreso volvemos los ojos al Sud y tenemos
fe en el porvenir. No faltarán lectores
juiciosos para estas páginas y abrigamos esperanzas
de que haya más de una lágrima santa
para bañar unas flores que nacieron bajo el sol
extranjero en los días siempre tristes de una de
las penosas emigraciones que cuenta la
historia política de la época.
Esta obra puede revivir de algún modo un
sentimiento que no debe acabarse jamás: su fin
principal es recordar al pueblo grandes ideas
de libertad en el lenguaje más propio para que
se conserven en la memoria, y parécenos que
cumpliremos así nuestro propósito, por cuanto
fué siempre grato para todos los corazones el
suspiro de los poetas mártires.
En esta colección no presentamos ningún
nombre que no sea ventajosamente conocido en
la república de las letras cubanas; por el contrario,
cada uno de ellos recuerda una alta inteligencia,
un caudal de ilustración poco común,
un hijo ilustre de la revolución, una gloria de
la patria. Algunos de los autores que aquí
aparecen descansan ya en el sepulcro de las
persecuciones del despotismo: otros continúan
su peregrinación heroica bajo cielos extranjeros.
Un cadáver nada más tiene de su parte el Gobierno español
en Cuba: el de Miguel T. Tolón,
pero ¡que triunfo! Apenas piso las playas nativas
donde sólo le hablan llevado el deseo de
abrazar su madre anciana y el noble sentimiento
de besar una tierra por cuya independencia se
había sacrificado, apenas las musas patrióticas
salieron á su encuentro y le oyeron decir que
volvía á morir al Norte América, cuando cubrieron
de eterna palidez aquella frente donde
ardía la llama del genio. El resto de los poetas
populares ha permanecido fiel á los principios
porque han subido al cadalso tantos hombres virtuosos, y Dios sabe que el pueblo reconoce
su mérito y loe ha distinguido con su cariño
protector.
José María Heredia, profeta de nuestra revolución
y Hornero de nuestra poesía; Leopoldo
Turla, personificación gloriosa de la paciencia,
del heroísmo y de todo lo que hay de bello en
la historia del entusiasmo cívico; Pedro Angel
Castellón, alma de otros siglos, corazón de artista,
hombre único en su especie; Miguel T.
Tolón, espíritu superior que fué el primero en
llorar los infortunios del pueblo; José Agustín
Quintero, talento en flor que empezó á desarrollarse
en las prisiones; Pedro Santacilia, adorador
perseverante de la república, enérgico enemigo
de los déspotas, que prosigue pulsando su
lira de oro en la noche del silencio; Juan Clemente
Zenea, joven ardiente, que casi niño
combatía la pena de muerte y buscaba como
Aimé Martín en la influencia de las mujeres el
apoyo más firme de las santas creencias que
darán por resultado el triunfo de la libertad;
he aquí la pléyade ilustre que hemos escogido
para despertar el pensamiento adorado de la
democracia. El Gobierno Español no quiere
reconocer que la revolución ha surgido del seno
de la clase más ilustrada de la isla, pero no importa
que cierre los ojos á la luz; nuestros lectorea
están convencidos que no puede menos
que ser muy noble una causa que cuenta entre
sus adeptos, á más de los más célebres poetas del
país, publicistas como Saco y el Lugareño, oradores
como Lorenzo Allo, filósofos como Varela.
Sabemos que la mayor parte de estas composiciones
no están corregidas: son canciones expontáneas,
quejidos é imprecaciones de los mártires,
versos trazados con ligereza para los
periódicos y en épocas en que sus autores experimentaban
todos los rigores de la ausencia,
todas las agonías de la miseria, toda la crueldad
de un gobierno que por incomprensible anomalía
mantiene aún en América su infame bandera.
Sin embargo, estamos seguros de que
serán bien acojidas en la patria de Agüero,
Hernández, Facciolo y Francisco Estrampes.
Con esta esperanza lanzamos, pues, á las brisas
del trópico las harmonías de El Laud del Desterrado.
New-York.-1857.
EL EDITOR.