A MISS LYDIA ROBBINS



Ayer huí de mi país querido
Y al suspender el ancla el marinero,
Se despertó mi corazón dormido
Con el grito de leva lastimero.

La onda amarga rompió veloz la quilla
Y en la línea miró del horizonte
Que se nublaba mi natal orilla
Y la empinada cumbre de su monte.

Entonces la opresión me perseguía
De mis playas volaba á tu ribera,
Y orgullosa y feliz me protejía
De Washington y Jackson la bandera.

Con sublime emoción, con pena grave,
Alta la frente y encendido el seno,
Iba yo junto al mástil de mi nave
Saludando el Atlántico sereno!

Hoy heme aquí, por fin! Despedazadas
Mis miembros por el hierro y las cadenas,
Pálido, con los pies ensangrentados,
De libertad hollando las arenas.

Sobre el bastón me apoyo del viajero
Y recuerdo á la sombra del manzano,
De la palma fantástica el plumero
Y el pendón de mi plátano cubano!

Oh Lydia! dulce Lydia! si tú vieras
Nuestro mango frondoso, el tamarindo,
Nuestros espesos bosques de palmeras
Y de sus aves el plumaje lindo:

Si vieras nuestro cielo azul, fulgente,
Que entre nubes de ópalo se ríe,
Y el jazmín del cafeto qua al ambiente
Perfume de ámbar lánguido deslíe.

Si escucharas después de un aguacero
Del sol del Siboney al rayo tibio
Gemir sobre el naranjo el sabanero
Y cantar melancólico el solibio;

Oh! si tú vie as en mi edén risueño
De una criolla hurí la trenza negra,
Que si cual manto cúbrela en el suelto
Corno diadema en el festín la alegra;

Y si escucharas su amoroso acento
Que se introduce armónico en las almas,
Comprendieras la pena que yo siento
Por mi tierra de arroyos y de palmas:

Quedaras entre amores extasiada
Contemplando su encanto y su hermosura,
Como fuente que pasa sosegada
Y copia en su corriente á la natura.

Oh Lydia! dulce Lydia! El viento helado
Aquí con filo rápido me hiere,
Gozo la libertad que había anhelado
Pero mi triste corazón se muere!

Por eso melancólico te miro
Cuando clavas en mí tus grandes ojos,
Y devuelvo de angustias un suspiro
A la sonrisa de tus labios rojos.

Y hoy que abandonas nuestro bosque verde
Y estrecho ¡ay Dios! tu mano entre la mía
Sangre brotando el corazón, me muerde
Angustia doble en soledad sombría.

¡Oh quiera Dios que con el rifle al hombro
Pronto salude el sol del campamento
Y al verdugo español infunda asombro
La azul bandera desplegada al viento!

Si entonces una bala envilecida
Viene cual rayo y la existencia pierdo,
Sólo por la ancha boca de la herida
Podrá escaparse, ¡oh Lydia! tu recuerdo.

 


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