DIEZ Y SEIS DE AGOSTO DE 1851 EN LA HABANA
Empieza su existencia alguna fuente
Cuando el pastor cansado
De su camino en la mitad se para,
Y al clavar descuidado
Sobre un peñón la endurecida vara,
Derramándose el agua de repente
Regala al verde prado
Pirámides de espuma transparente:
Así también por la profunda herida
Del corazón del paladín sereno
Brotó toda la sangre ennegrecida;
Y la tierra indignada
No abrió siquiera para darle entrada,
Una grieta escondida
Por donde fuese á secundar su seno;
Y en situación tan triste y tan acerba
La dejó derramada
Salpicando de púrpura la yerba!
¿Quién lavará la mancha vergonzante
Que cayó en aquel día
Sobre la espada de certero corte,
Que al reflejarle el rostro á cada instante
De espejo y mengua al Español servía?...
El Aguila del Norte
Lanzóse al aire y al abrir sus alas
Hizo temblar el Castellano sólio,
Cirnióse en "Atarés" con desconsuelo
Bebió la sangre, remontóse al cielo
Y vino al "Capitolio"
Para escuchar desde el nativo suelo
El eco del silbido de las balas.
¡Horror! ¡ Horror! del héroe moribundo
En los santos despojos
Halló placer la turba embrutecida;
Y yo entretanto en mi pesar profundo
Al ver la humanidad envilecida,
Con ambas manos me cubrí los ojos
Por no observar el deshonor del mundo!
Allí se disputaron los malvados
El robo vil sobre el cadáver frío,
Y entre tantos horrores
Repartieron después desordenados
Las reliquias de amores,
Que con sarcasmo impío
Sirvieron de juguete á los soldados.
Allí el retrato del amigo amante,
El blondo rizo de una niña hermosa,
Con el rizo flotante
De una madre llorosa.
Allí el anillo que en la vez postrera
Gimiendo dió la prometida esposa;
Todo lo roba en sn intención rastrera,
Ese tirano que con torpe zafia
En demostrar se esmera
La ilustración y la piedad de España.
En vano busco en la española historia
En lugar de rigor y fanatismo,
Páginas bellas de virtud y gloria;
Pues donde alcanza á distinguir la vista
Siempre el cuadro es el mismo,
Copia del despotismo,
Triste reproducción de la conquista.
No cuando vió la Europa con espanto
Al déspota rival de Saladino,
Por el rescate del sepulcro santo
Dejar una señal en su camino
De destrucción, rapacidad y llanto;
No cuando descendió la media luna
De la frente del moro,
Y al Africa volviendo sin mancilla,
Llevó como un recuerdo de fortuna
Por único tesoro
La llave de su casa de Sevilla;
No cuando los demonios de la guerra
Le dieron el pendón del feudalismo
Al guerrero de oriente,
Y vino luego y en la altiva sierra
Por sembrar el laurel del Cristianismo
Bajo el sol de loe hijos de Occidente
Con sangre humana se abonó la tierra;
Nunca. jamás! en su dolor profundo
Para que más de su dolor se asombre
Venganza igual ha contemplado el hombre!
Ni nunca vió con más desprecio el mundo
A los degenerados hijos de Pelayo,
Que al verlos ¡ay! de la existencia al costo
Gozar lanzando (le exterminio el rayo
Sobre "Atarés" el diez y seis de Agosto! ...
Horror! Horror! las cuerdas de la lira
Con esa misma sangre salpicada,
Recorro en vano con turbada mano;
La muda voz en la garganta espira,
Y es porque siente el alma atormentada
Que aquel que muere allí, ese es mi hermano.
No hagáis alarde en el umbral del templo
Antropófago vil de ser un bruto,
Porque es mejor ejemplo
Tratar al prisionero como amigo,
Que destrozarlo con imbécil sana;
Más honra os diera algún crespón de luto
Porque es crueldad extraña
En el cráneo beber del enemigo
Y alzar en triunfo el pabellón de España.
New Orleans, Abril, 1855.