Silvia Alfonso


El candor de los héroes de la guerra,
	el que dejó su tierra
!porque su musa en la opresión mona,
ante el magno poder de tu hermosura
	canta, como en la altura
la dulce alondra cuando nace el día.

Es la belleza el sello soberano
	que con pródiga mano
puso Dios en los seres y en las cosas:
en el brillo siniestro de la espada,
	en la noche estrellada,
en la mujer, las aves y las rosas ....

Siendo tú el más perfecto de los seres,
	de todas las mujeres
serás la más gentil y la más bella.
Por eso Dios, al contemplar el suelo,
	recuerda que del cielo
se encuentra ausente su mejor estrella ....

Los pájaros, al verte, sorprendidos
	asómanse á sus nidos,
de posarse en tus hombros con deseos,
y cuando cruzas tú, mórbida y leda,
	la idílica arboleda
se llena de rumores y gorjeos.

Tu planta deja luminosos rastros:
	hay en tu faz dos astros
que tienen por doseles tus pestañas,
y tu frente, de nítida blancura,
	siempre ha sido más pura
que el aire que circula en las montañas.

¡Todo tu ser no es más que una delicia!
	Tu voz, una caricia
que penetra en el alma dulcemente,
como penetra un verso en el oído,
	el pájaro en su nido
y en su lecho la virgen inocente!

Fluye de ti el encanto, á la manera
	que de la primavera
el perfume sutil y penetrante;
cual fluye, bajo el sol que la ilumina,
	el agua cristalina,
calmándole la sed al caminante.

¡Todo tiene en la tierra su destino!
	El árbol del camino
bríndanos grata sombra en el verano:
embellece la luna el firmamento;
	y no hay un aposento
donde no quepa en un rincón el piano ....

Tropieza el mar con la cercana orilla,
	dentro de la capilla
Be halla el que tiene fe como en su lecho;
muere en la cruz por redimirnos Cristo,
	y todo el que te ha visto
se queda con tu imagen en el pecho.

Detén en aquel sabio tu mirada:
	con la frente inclinada
sobre el libro en que estudia, permanece;
si acaso quieres que tu esclavo sea,
	¡háblale! ¡que te vea!
y observa cómo tiembla y palidece.

Rugiendo está en el circo la leona:
	soberbia se arrincona,
y al público curioso desafía;
si abrieses de su jaula los cerrojos,
	la fiera, al ver tus ojos,
dócil como un lebrel te seguiría ....

Por el color, tu boca es una fresa:
	cuando un niño te besa
por darte nuevos ósculos disputa,
yen tanto que te abruma y te sofoca,
	la fresa de tu boca
te pide con su mano diminuta.

Tu pie, que sin mirarlo se adivina,
	á la humana retina
parécele un prodigio por lo breve.
Cabe el tuyo en el hueco de la mano
	y sé que es más liviano
que en la atmósfera un átomo de nieve.

La opulenta cascada de tus rizos
	aumenta tus hechizos;
como el amor de Dios, inagotables,
son ellos un trasunto soberano
	del férvido océano
con sus vastos abismos insondables! ....

Hay un abismo de promesas lleno
	en tu mórbido seno,
que oculto miro por discretos tules:
abismo donde nacen azucenas,
	y se extienden las venas
como delgadas víboras azules! ....

Desde que vieron tu flexible talle,
	no hay un junco en el valle,
la envidia fué minándolos á solas,
cual minan á las peñas noche y día,
	con perenne porfía
y con salvaje estrépito, las olas! .....

A ti me acerco con las manos llenas
	de lirios y azucenas,
que á tus pies orgulloso deposito.
Fíjate en esas flores, una á una,
	y verás que ninguna
presenta un solo pétalo marchito.

No hay ya belleza antigua ni moderna:
	ante ti se prosterna
toda hermosura terrenal, vencida.
Por eso tú, con tu semblante egregio,
	usas el privilegio
de ir por el mundo con la frente erguida.

¡Oh, qué envidiable dicha la que tienes.
	al ceñir á tus sienes
de la hermosura la imperial corona,
sin arrojar encima tus caballos
	á tus fieles vasallos,
ni la guerra llevar de zona á zona!

Aceptarán tus súbditos la muerte,
	nada más que por verte
la victoria alcanzar con tus legiones.
Tu poder es inmenso y nos cautiva:
	¡Es Dios quien manda arriba! ....
¡Tú, abajo, en los humanos corazones!