Placido
Si hace tiempo que no me divierto
y sin rumbo ni norte camino,
es que pienso en un joven que ha muerto
y hoy descansa debajo de un pino.
Es la historia vulgar y sencilla,
como pocas habrá en este mundo:
lo trajeron en una camilla
y á su casa llegó moribundo .....
Me pasé muchas noches en vela
de rodillas al pié de su lecho,
esperando con triste cautela
el final estertor de su pecho.
Cuando el médico vino enseguida
al enfermo encontró tan inerte,
que fué inútil la lucha reñida
que sostuvo tenaz con la muerte.
Con el alma deshecha en pedazos,
recordé tanta noche pasada,
en que yo le arrullaba en mis brazos,
hasta ver asomar la alborada!
Se aproxima el final de la historia:
no pasaron ¡oh, no! muchos días,
cuando Dios lo condujo á la gloria
y corrieron las lágrimas mías.
Bien me acuerdo de aquella mañana
en que yo, en apariencia tranquilo,
lo conduje en su caja liviana
á dormir en el último asilo.
¡Qué mañana tan triste y sombría!
Escarbando en mis penas, advierto
que no olvidan los padres el día
en que el hijo que amaban, ha muerto! .....
Desde entonces doblé la cabeza
y no tengo ni un rato de calma,
desde entonces está la tristeza
arañándome el fondo del alma!
Al dejarlo entre tantos difuntos
eran ya mis dolores muy viejos .....
¡Los que en vida estuvieron tan juntos,
no han de estar en la muerte muy lejos!
En un pueblo -ni suyo, ni mío encerrado-
en su féretro yace:
¡que no llegue la muerte confío,
sin que yo sus despojos abrace!
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