Los Ancianos
¡Oh, benditos mil veces los ancianos,
que, ajenos de este mundo á las pasiones,
al extender sus manos
parece que reparten bendiciones!
Con sus blancos cabellos,
con su mirada, en que la paz rebosa,
hay ancianos tan bellos
que á la misma vejez hacen hermosa.
El encorvado cuerpo, la marchita
faz que ilumina un resplandor suave,
la voz á veces dulce, á veces grave,
en cuyas inflexiones Dios palpita,
todo á que los amemos nos incita
con un amor que en 10 divino cabe.
El poder de un anciano es su sonrisa;
es tal vez su mirada,
donde flota indecisa
una luz que impresiona y es sagrada,
y que de cerca ó lejos se divisa.
En el hogar donde no esté vado
el sitio del abuelo,
de la tristeza no se siente el frío,
que en él ha de caer, como un rocío,
la dicha, que es un ósculo del cielo.
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