La Tierra


La tierra es una madre cariñosa
que tiene el corazón de amores lleno,
brindándonos á todos, generosa,
el abundante néctar de su seno.

El sol para la tierra es la alegría:
ella su influjo decisivo siente,
y la agradece que le traiga el día,
que es de los cielos el mejor presente.

Pero le tiembla el corazón cobarde
cuando llega el crepúsculo sombrío,
porque ve tras las sombras de la tarde
condensarse la noche en el vacío.

Tiene la tierra su cantor: ¡la brisa!
cuyas endechas con afán espera;
y el césped floreciente, es la sonrisa
con que sale á encontrar la primavera.

¡La primavera! Celestial misiva
que ella tan sólo á descifrar alcanza,
y que un ángel le arroja desde arriba,
poniendo en cada letra una esperanza.

La tierra se estremece cuando el río
le humedece los labios abrasados,
ó bien cuando en la copa del rocío
con ansia beben los sedientos prados.

La humanidad con su pesada planta
ni un solo instante de oprimirla deja:
la humanidad pasando, llora ó canta ......
¡mas la tierra no exhala ni una queja!

y ...... ¡quién sabe! Tal vez esos volcanes
que siembran el espanto en las llanuras,
son la concentración de sus afanes
y de sus ignoradas desventuras.

La lava que cual ígnea catarata
del elevado cráter se despeña,
es el llanto en que acaso se desata
cansada ya de aparecer risueña.

¡Quién sabe, si al sentir penas extrañas,
viéndose presa de eternal mutismo,
hubo un desgarramiento en sus entrañas ....
¡y en ese Instante se formó el abismo!....

¡Quién sabe si serán esos temblores
con que á menudo el universo agita,
su dolor por la muerte de las flores
que el hombre huella ó que el turbión marchita!

¡Quién sabe si sus horas más felices
son las que pasa presintiendo á Mayo,
adherida con fuerza á las raíces
del tronco añoso á quien respeta el rayo!

El arroyuelo de su seno brota
y la tierra es entonces una lira,
en que el rumor del agua es una nota
que sube al cielo, pero nunca espira!

De un comprimido anhelo son el grito
sus desencadenadas tempestades,
con que logra asombrar al Infinito
y legar un recuerdo á otras edades.

Donde fué inevitable una batalla
y la sangre correr se vio á raudales,
siglos la tierra, enrojecida, calla,
guardando del combate las señales.

Hasta que en sus entrañas deja impresos
profundos surcos el cortante arado,
haciendo al sol iluminar los huesos
del que murió como patriota honrado.

Aquel que la creó, siendo tan bueno,
la condena á los males más prolijos:
¡al dolor de llevar dentro del seno
las gélidas cenizas de sus hijos!

¡Oh, madre universal! Cuando los lazos
se rompan de mi vida, y me devores,
estréchame amorosa entre tus brazos
y haz que sobre mi cuerpo nazcan flores!