La Casa Vacía
Era una casa, triste y sombría
como un cadáver sobre las olas:
en ella siempre, de noche y día,
terribles muecas el miedo hacía
horrorizando con sus cabriolas.
Ver imagino la casa aquella
con sus portales y viejos muros:
cosas extrañas pasan en ella,
yen sus salones vastos y obscuros,
alguien parece que se querella.
El sol no trepa por las persianas:
nadie se asoma ya á las ventanas:
los corredores están desiertos,
y visitados, en caravanas,
á media noche son por los muertos.
En las barandas de los balcones
hacen visajes y contorsiones,
entre la sombra y entre el misterio,
equilibristas de esas regiones
que al pié comienzan del cementerio.
¡Ay! Esa casa no tiene amigos.
A ella no llegan ni los mendigos.
Por indiscretas y por curiosas
sólo se atreven las mariposas,
á deslizarse por los postigos.
En esa casa ¿qué ven los ojos?
Negros espectros que están de hinojos
sobre las losas del pavimento,
mientras las puertas y los cerrojos,
abre y descorre con furia el viento.
Se ven de súbito llamaradas;
se oyen de pronto leves pisadas
de pies livianos, de pies inquietos,
y al pronto surgen con sus miradas
de las paredes los esqueletos.
Se ve un teclado. ¿Quién trajo el piano?
Un vals se escucha, triste y lejano,
como las almas que arriba imploran:
los esqueletos se dan las manos
la frente bajan y todos lloran!
Son muy molestos como inquilinos
huéspedes tales, tales vecinos:
cuando sus párpados cierra el día,
dejan su albergue bajo los pinos,
por una casa que está vacía.
Allá en el pueblo ¿quién no lo sabe?
yo de esa casa tengo la llave,
pero esa casa no será abierta:
¡así mi mano no habrá quien clave
ensangrentada sobre la puerta!
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