Más que palabras propias, que, por venir de labios latinos, podrían parecer alardes de teoría, importan las que al pie traducimos, en que el "Herald" diario de hechos, que tiene para ellos un ojo limpio, frío, y a menudo brutal, censura a su modo, con claridad igual a su crudeza, el sistema proteccionista, que apenas compensa al país con el beneficio de adquirir algunas industrias imperfectas, de los obstáculos que al amor de ellas se levantan, de la áspera contienda entre los industriales favorecidos y tercos y la nación gravada y ahogada, y del daño y riesgo en que pone a un país la acumulación de una población industrial que se ha de hallar al fin, por lo excesivo y caro de su producción, sobrada para el país y muy cara para los ajenos, en revuelta ira y hambre. Es lo peor del sistema proteccionista, usado siempre con la previsión de que sólo se !e tendrá en vigor mientras favorece la creación de las industrias nacionales, que éstas no le permiten luego detenerse donde debe; sino que, engolosinadas con los fáciles rendimientos que al principio, con un país entusiasta y no surtido, logra, no quieren abandonar los privilegios adquiridos, aunque de ellos sufra el país en cuyo beneficio se instituyeran; porque el sistema proteccionista, que se crea para que la nación se haga manufacturera, y, por tanto, rica y poderosa, no se mantiene luego sino por un grupo de industriales, ricos y poderosos, a costa del malestar y estrechez crecientes en la nación.
Como siete años hará, cuando el "Herald" no preveía por cierto lo que ahora lamenta, que la misma mano que estas cosas escribe en La América sobre México, las escribía en México sobre aquel país de corazón caliente y tierra valiosa y sobre esta otra tierra, cuyos apuros de ahora ya de entonces los veedores de ojos claros alcanzaban; lo cual recordamos porque es manía, entre gente de poco meollo-, de esa que toma a ciegas puesto en bandos y generalizaciones, que, por el hecho de escribir desde los Estados Unidos, todo lo que se escriba, aunque sea tinto en la propia sangre y sacado del metal más puro que vetee por las minas del cerebro, ha de ser norteamericano; el soldado de filas no ve nunca los ensueños de gloria o deleites de sacrificio que iluminan o enternecen, en la hora del combate, los ojos del capitán.
Como siete años hace, decíamos, con nuestra previsión latina, lo que ahora, después de su experiencia sajona, reconocen los que a su costa lo tienen aprendido.
Los Estados Unidos, vivo ejemplo hasta ahora de las ventajas aparentes del sistema proteccionista, se revuelven contra él, como Neso haría contra su túnica, y por boca del "Herald", que en esto hace coro a todos sus diarios, dicen, a propósito de su falta de arraigo actual. y acaso de arraigo futuro en el comercio con México, lo que les inspira su posición económica presente, consecuencia grave, si no formidable, del empleo desatentado y pleno de los métodos prohibitivos.
Dice el "Herald", y como el "Herald" tipifica, en muchas cosas guía y en todas refleja bien a su país, no es de perder nada de lo que en estas cosas dice:
Aun ahora, los ferrocarriles que desde este país están siendo introducidos en México están casi exclusivamente bajo el poder de ciudadanos de los Estados Unidos, y el capital americano se ha invertido en considerables cantidades en empresas de México. Cualesquiera que hayan sido nuestras desventajas cuando sólo existía entre los dos países el comercio marítimo, los norteamericanos poseeremos (y este futuro lo expresa el “Herald” con su will absoluto, y no el shall que deja abierto campo a la posibilidad o a la duda, el shall cortés), todas las ventajas comerciales que deben surgir de la terminación de los ferrocarriles.
Sí, todas las ventajas; pero si decidimos aprovecharnos de ellas. El mercado de México pertenece naturalmente a los Estados Unidos; pero por desdicha no se tuvieron en cuenta, sino que se alteraron, estas condiciones naturales, y se estableció en su lugar un estado de cosas puramente artificial, e innatural, por lo tanto, que ha venido a poner en manos de otras naciones un mercado que hubiera podido estar en las nuestras, y que, al paso que van siendo más favorables las condiciones en que se mueve, está en camino de ir creciendo casi indefinidamente. En los años 1882 y 1883 las exportaciones de México a Inglaterra aumentaron en cerca de siete millones, mientras que las exportaciones a los Estados Unidos aumentaron sólo en tres millones; resultado que es todavía más lamentable en lo que se refiere a la exportación de metales preciosos, de los que Inglaterra importó de -México en 1883 cerca de $504,000 más que en 1882, y los Estados Unidos más de 600,000 menos.
De nuevo preguntamos: ¿tendrán los Estados Unidos el mercado de México? No lo tendrán, decimos, a menos que no haya un cambio en nuestro sistema de comercio. México posee en abundancia las materias primas de la industria, y las industrias de los Estados Unidos necesitan precisamente de esas materias primas para poder reducir el costo de producción de sus artículos, y exportarlos a México y venderlos en competencia con las naciones europeas, que están ahora surtiéndose de aquellos materiales baratos. ¿Qué condiciones pudieran ser más favorables para un tráfico mutuo, que para ambas naciones sería ventajoso? Y ¿cómo caracterizaremos el estúpido y suicida sistema de comercio, mantenido por nuestra tarifa y nuestras leyes de navegación, que hace imposible ese beneficioso cambio? El carácter egoísta del sistema de protección es harto bien conocido para que se requieran ejemplos que lo pongan en claro; pero si algún ejemplo se necesitare, el rechazamiento del tratado de reciprocidad con México lo proporcionaría. México ha puesto mucho de su parte para abrir comercio con los Estados Unidos; los artículos que exhibe son los que en los Estados Unidos deseamos; y la generosa ayuda dada por México a los ferrocarriles demuestra su afán por establecer relaciones mercantiles con nosotros. Pero nosotros tranquilamente desdeñamos los ofrecimientos de nuestros vecinos, y preferimos mantener una política de aislamiento que está arruinando todas nuestras industrias y deprimiendo todos los ramos del comercio y la manufactura. Nosotros invitamos fríamente a otras naciones a que recojan las grandes ventajas que el comercio. con México ofrece, y debemos pagar caro esta conducta si persistimos en ella.
Dice eso el "Herald".
Por lo que hace al tratado, cierto que debe haberlo entre México y los Estados Unidos; y los que del lado latino, por prever males, no lo quisieran, no saben que, con cerrarle totalmente la puerta. acumulan males mayores que los que pretenden evitar; así como los acumulan por otra vía, aunque con igual término, los que apresuradamente urden y azuzan tratados de naturaleza tan grave. Tratado debe haber; pero no aquel que se proponía, y yace en buena hora.
Y por lo que al sistema proteccionista hace, y lo que con él ha pasado en los Estados Unidos, ¿no será que el sistema proteccionista sea como esos cercados de madera de que se rodea en sus primeros años a los árboles tiernos, pero que luego, cuando ya se alza fuerte y gallardo el arbolillo, es necesario remover para que no oprima el tronco, que de todos modos ha de echar al fin el cercado a tierra?
La América. Nueva York, febrero de 1884