Es de buenos libros el dar que decir; y pasa en el arte de las letras, como en todas las demás artes, que al que da con lo nuevo, o saca en paño de su telar una joya escondida, le disputan los émulos la invención, o cuando menos la fuerza del paño. Si la polémica es de dime y direte, sin más provecho que el de las riñas callejeras, donde el gentío empuja el codo a los peleadores, y goza con los motes y puñetazos, mejor es que cese la polémica, agria e inútil. Pero el choque de juicios es loable, y aun apetecible, cuando por él se viene en conocimiento de libros y costumbres y autores y pueblos, y se aviva el interés en estudios que no se han de descuidar; que es lo que acontece con el libro de Crónicas Potosinas, que publicó hace un año en París, en dos volúmenes de a seiscientas páginas, el literato argentino, ministro hoy en Washington de su república, señor Vicente G. Quesada, conocido en nuestra América, más que por otras valiosas obras suyas, por aquella afamada Revista de Buenos Aires, donde hospedó cordialmente, en una colección ya histórica, a lo mejor de los eruditos y poetas hispanoamericanos. Ahora publica, como una flor de otoño, este libro de historia y fantasía, que unos alaban por ser tal vez la obra de América en que se pintan más de vivo y a la mano los tiempos coloniales, y un crítico acota con censuras que han movido al autor a las aclaraciones literarias que van al pie, en una carta amena. Vale de veras que estas cosas vean la más amplia luz, ahora que todo estudio es poco-en estos tiempos de reajuste y determinación de nuestra América, para ir más seguramente a nuestros fines y destinos, que con nada se aclaran tanto como con el conocimiento de los factores de que nuestros pueblos se componen; porque los pueblos son como los árboles, que no los conoce bien, ni sabe de los injertos que les puedan convenir o dañar, sino quien los conoce desde las raíces. Y a estos labradores no se puede desdeñar, a los que miran al árbol las raíces, mientras que otros viven prendados del gusano de colorín que se le sube por las hojas, o clavan a destajo en el tronco indígena, por la fatiga de la novedad, ramas de Missouri o de Valdemoro, que le per. turban la savia, o se la envenenan.
No fue libro de un día, según dicen sus jueces, éste de las Crónicas Potosinas, sino que creció año sobre año en la Revista de Buenos Aires, con el aplauso de los que entienden de estas cosas, hasta que in más pecado visible que el de aludir con sinceridad continua a sus fuentes -resultan las crónicas pintura vivísima, pintura ordenada y valiente, pintura trascendental y poética de la vida fastuosa y sombría de la colonia, dispuesta en un ciclo hábil de leyendas, que arrancan, con la del indio Hualpa, en el descubrimiento de la plata del Cerro de Potosí, y paran, de drama en drama, al pie de la Casa de la Moneda, "donde tantos millones se han sellado", viendo pasar, arreados por los indios descalzos, "centenares de asnos y de mulas". Allí se juntan, híbridas, la mitología india, no menos delicada que la griega, y la pompa española; allí fiestas de indígenas, y justas de hidalgos, y riñas de cabildos, y bandos de vascos y criollos, y leyendas de monjas y de diablos y de inquisidores; allí cuentos de maridos y de cortesanas, con páginas que parecen joyería cuando pinta el lujo de las damas de amor, y páginas que lloran, como las de la pasión que tuvo por su castellano infiel la tierna y temible Ima, la ¡¡u,-ta que cantaba, llorando en la noche, los yaravíes que dicen la historia quechua, y la de las estrellas del cielo. Una mano hecha a la vida guía allí por entre los cronicones, sin más cuidado que el de la verdad, ni cita en que no vaya con Martínez Vela, o Córdobas y Acostas, o Cieza de León, al lector que con unas narraciones se transporta y agita, y lee otras sin esfuerzo, y en todas aprende.
Pero un censor tachó en un periódico famoso de Buenos Aires el libro de las Crónicas, donde, según otro juez, "ni se exagera el mal ni se regatea el bien, ni la piedad daña a la justicia"; el censor falló que no debía decirse, como dicen las Crónicas, que las costumbres que pintan son de la "Edad Medieval hispanoamericana"; que el cronista no había hilado bien, ni pintado el Cerro con sus verdaderos colores, ni compuesto los cuentos con ingenio suficiente, ni sido el primero en sacar a luz aquellos torneos, mitas, castigos, procesiones, audiencias, venganzas, espantos, amores, muebles, cenas. Hubo el señor José Martí, que ha escrito sobre el libro, de aludir, en carta al autor, a estos reparos, y a ellos contesta el señor Quesada en la carta que sigue, con datos tan vivos y referencias de tanto interés, que aquí les habríamos dado gustosos cabida, aunque no fuese más que por estimular la afición al estudio metódico e indispensable de la época que explica los yerros y sugiere los remedios de la nuestra; y por tomar nota, entre las obras de fuerza y conjunto que van publicadas sobre cosas de América, de la serie de cuadros, dramáticos y justicieros, que ha reunido, con labor visible y plan útil, el autor de las Crónicas Potosinas.
Dice así la carta:
"Washington, 9 de febrero de 1891
Mi estimado señor Martí y amigo:
Mil y mil gracias por todo ,cuanto usted me dice en su amable carta de 7 del mes en curso. Ya ve usted cómo después de veinticinco años de escribir mis Crónicas Potosinas, y de mi cuidado de ponerles al calce las fuentes de donde las iba tomando, para que se pudiera ver lo mío y lo ajeno de ellas, y lo que me he ceñido en todas a la historia. me acusa ahora de imitador de mis imitadores, y de falto de corrección y de imaginativa, un crítico que ha empezado a publicar Crónicas del Potosí en La Nación, de Buenos Aires, hace poco más de un año. Aquellos tiempos no son tan conocidos como debieran; y yo no rehuyo, aunque sea a modo de defensa de mi propia labor, la ocasión de poner en claro los lugares y costumbres de una de las comarcas donde se vio más de bulto, y con más colorido, la vida colonial española. El crítico me pone pleito por el vocablo medieval; la autoridad literaria de la señora Pardo Bazán resuelve la cuestión en mi favor; pero, además, yo he visto usado el vocablo medieval en algún libro español de arquitectura, y no libro moderno. Medioeval, como dice la señora Pardo Bazán, o medieval, como me parece a mí más armonioso, es voz que entra perfectamente en la índole de la lengua castellana, aunque no la trae el Diccionario de la Academia, que va empobreciendo el castellano a fuerza de querer limpiarlo de lo antiguo, y no aceptar los vocablos nuevos o las transformaciones usuales; pienso que medieval expresa bien "cosa o costumbre de la Edad Media", sin que pueda ser tachado de delito contra la pureza castiza del lenguaje.
El mismo incógnito censor me tilda por haber escrito idiomático, que no era voz aceptada por la Academia, sin fijarse en que la trae cl Diccionario de la misma, que define así: "lo propio y peculiar de una lengua determinada". Pretende que veinte y cuatro no significa lo que digo, y no ha visto que pongo al pie la definición del Diccionario.
Díceme que para escribir crónicas se necesita tener el talento de Flaubert, o el poder creador de Gautier, de Bulwer, o de Ebers, o ser un Balaguer cuando menos; y él acaba de publicar en La Nación algunas Crónicas Potosinas, con el mismo título que yo había usado muchos años antes. En cuanto a lo de originalidad, veo que el crítico, por no citar más que un caso, publicó una crónica, harto breve, tomando por base de su narración el testamento de don Juan de Toledo, el famoso ermitaño de la calavera, que trae en sus Anales de la Villa Imperial del Potosí Bartolomé Martínez y Vela, sobre cuyo mismísimo asunto había publicado antes don Diego Barros Arana su Crimen de jugadores, y don Ricardo Palma, según dije en mis Crónicas, sus Justos y pecadores, crónica del siglo XVII, que trata de "cómo el lobo vistió la piel del cordero", v este servidor de usted El hijo de la hechicera, que salió a luz allá por 1866, en el tomo II de la Revista de Buenos Aires. El crítico que se firma Brocha Gorda publica su crónica en 1890, reproduciendo textualmente el testamento, como lo hicieron Barros Arana, Palma y Quesada. El testamento del hombre de la calavera es el tópico común; otros dirán cuál de los cuatro escritores levantó más alto el argumento, y lo des. arrolló con más colorido.
No está de más, como apunte sobre el arte de escribir crónicas, que diga a usted algo sobre el ropaje con que saqué a luz este suceso famoso. Juzgué que, tratándose de un hombre que llevó en vida colgada al cinto la calavera de aquel a quien él mismo mató, era éste uno de esos crímenes extraordinarios que requerían causas igualmente extraordinarias. Pensé que uno de los pocos casos posibles, aunque feroces, sería el de un hijo que matase para vengar a su madre inocente condenada a las llamas por la Inquisición, so pretexto de hechicería, infamando a perpetuidad el nombre de la familia, y agravadas las penas con la confiscación de bienes. Parecióme que sólo en caso tan excepcional era posible aquella ferocidad tan prolongada. Tracé entonces el cuadro sacándolo de los estrechos límites de la Villa Imperial, e hice un nuevo estudio de la Inquisición en Lima y la atrocidad de sus sentencias, que alcanzaban no sólo a la víctima, sino a sus hijos inocentes; comparé las prácticas penales de los quechuas vencidos con las de sus vencedores. para mostrar que aquella pobre raza no podía comprender cómo una dama honesta y buena fuese sentenciada por ejercer la caridad curándolos, y que su hijo, el altivo y espléndido don Juan de Toledo, quedase privado de sus bienes y de su honra, sólo porque su madre había sido calumniada y condenada como hechicera. En ese cuadro, no me concreto a Potosí, repito, y los fundamentos de la parte histórica de los hechos capitales que sirven de fondo está autorizada con citas de autores. Con lo que se ve que no sigo tan ciegamente al cronista potosino.
Cuando sigo a Vela, lo cito, cediéndole frecuentemente el lugar y reproduciendo sus propias palabras. No me propuse tomarle como modelo, ni extractar sus Anales, sino sacar de él los hechos típicos de la época, y completar la pintura con el estudio de numerosos historiadores y cronistas a que aludo.
Dice el censor que no conozco la topografía del Potosí, sin saber si conocí o no de visu la Villa Imperial. Y aquí viene a cuento hablar del Cerro un poco.
El Cerro de Potosí se destaca aislado como un pan de azúcar, a que generalmente se le compara; pero situado en la región de las montañas, el horizonte lo forman las siluetas lejanas de las mismas, lo cual es de evidencia, puesto que no está en una planicie. No quise decir, ni lo dije en ninguna de mis Crónicas, que el horizonte estuviese cercano y que Potosí se encuentre situado en una hondonada; no. Precisamente estudié la topografía en las geografías de Bolivia que cito: consultaba, además, a bolivianos, entre otros, el señor coronel don Quintín Quevedo y el doctor Scrivener, que vivió en Potosí; de modo que mis descripciones son verdaderas y reproducción de lo que se ve. En cuanto a las distancias; las señalé de acuerdo con las mismas geografías bolivianas.
La señora de Gorriti, que ha vivido en Potosí, me escribió diciendo que se sorprendía de lo exacto de las descripciones y noticias topográficas de mis Crónicas.
El mismo coronel don Quintín Quevedo, ministro de Bolivia en Buenos Aires, me escribió en 20 de marzo de 1869: "Tengo vehementes deseos de leer sus Crónicas Potosinas, y como hijo de esas tierras que un tiempo fueron emporio del mundo, le tributo mi caluroso agradecimiento por haberse dedicado a escribir tales leyendas". (Carta al autor, que conservo original.)
En la Revista de Buenos Aires, tomo XII, año de 1866, página 118, está publicada la carta que me dirigió el doctor don Angel J. Carranza, y dice: "Sin embargo de que me reservaba estudiar la riqueza del famoso mineral en cuyas faldas el capitán Villarroel abrió los cimientos de la aristocrática Villa del Potosí, hoy, después de haber leído con interés creciente sus Crónicas Potosinas, pienso que ellas quedarían deficientes si su laboriosidad no las completase con un estudio especial del gigante, cuyas entrañas argentíferas reveló al mundo el oscuro Chumbivilca en 1538, y testigo, por tanto, de las escenas sangrientas, a las que su pluma ha impreso movimiento y colorido, novedad y animación.
"En esta persuasión, espero que usted, ayudado de su rica fantasía, que supo sacar tan ventajoso partido del códice carcomido por el polvo de los siglos, querrá deferir a mi indicación y coronar sus útiles investigaciones, teniendo presente aquel mote: Labor improbus omnia vincit."
Mi respuesta, publicada en la página 119 del mismo tomo, dice: "Entonces me remitió usted las dos obras inéditas de don Bartolomé Martínez y Vela, que yo había tenido en mis manos accidentalmente. Abrí aquellos libros con avidez, y volví algunas páginas y leí por casualidad un fragmento. diciéndole: ¡qué preciosa tela para una crónica!
Tuvo usted, mi buen amigo, la deferencia de poner en mis manos ambos libros, y a mi disposición: éste es el origen de mis Crónicas Potosinas."
Con estas citas del año de 10866 queda probado que muchísimo antes que los Anales de Vela fuesen publicados, poseía yo los manuscritos que me han servido para mis Crónicas, y por lo tanto, que mi censor ha venido con posterioridad a beber en las mismas aguas. La prioridad me corresponde de derecho.
He clasificado de costumbres medievales hispanoamericanas las que se refieren al período histórico que comprenden esas narraciones, para distinguirlo del primitivo de la conquista y descubrimiento, porque considero que el siglo XVI y XVII es la Edad Media colonial, puesto que en el siglo XVIII comienza a desaparecer el feudalismo de los encomenderos, no se conceden nuevas encomiendas de indios, los conventos cesan de ser los únicos asilos del culto de las letras profanas, que se cultivan ya por el clero y los abogados, se inician las publicaciones y los libros, la imprenta da a luz en México y el Perú libros más o menos numerosos, y aparecen algunas publicaciones periódicas; un movimiento nuevo, producido por el comercio, hace surgir con relativa influencia a la burguesía criolla y peninsular; de los conquistadores sólo quedan sus descendientes y sus recuerdos; los gremios pierden su importancia, como la pierde el poder teocrático, y se perciben ya los precursores de la independencia. Creí que mi clasificación de ese período histórico era razonable, y recordé que Juan María Gutiérrez la había usado artes en algún escrito publicado en la misma Revista de Buenos Aires.
El distinguido escritor mexicano don Francisco Sosa usa la misma clasificación en su último libro: Bosquejo Histórico de Coyoacán. Llama época antigua, época medieval y época moderna.
Rameau de Saint Pére ha publicado su libro, Une colonie f féodale en Amérique, l'Acadie (1604-1881) , París-Montreal, y nadie le ha criticado que la llame feudal, en el mismo sentido con que yo llamo medieval un período histórico de la vida colonial americana. Evidente es que ese calificativo no es aplicable con el rigor de los períodos históricos conocidos por la Edad Media del siglo v de la era vulgar hasta mediados del siglo XV.
Esa calificación ha merecido la aprobación de altísima autoridad literaria, como don Salvador Camacho Roldán, quien me escribía en 19 de junio de 1890 lo siguiente:
"El período colonial, la Edad Media de la América Española, como acertadamente la llama usted, es un desierto desconocido en nuestra historia colonial, sea por falta de cronistas o por falta de estudio de nuestros archivos. Así, me ha llamado mucho la atención lo empapado que se muestra usted en las costumbres, ideas y leyendas de su época."
Y a usted, que es tan amistosamente benévolo para juzgar mi libre, no necesito referirle opiniones ajenas; pero no puedo resistirme a la tentación de citar un párrafo de carta del célebre escritor y crítico alemán profesor Juan Fastenrath, tan profundamente conocedor de la literatura española, y juez competentísimo. Dice, con fecha 11 de julio de 1890, desde Colonia:
"Aunque continúo viviendo con todos mis pensamientos en el bellísimo país que he recorrido, la mágica pluma de usted pinta con colores tan vivos la ciudad imperial de Potosí, que me ha transportado usted de repente al teatro de aquellas escenas dramáticas. No sé cómo agradecer a usted su obsequio. Admiraré siempre sus magistrales descripciones y tendré el gusto de dedicar a su interesantísima obra un artículo en el... de Dresde."
Sé muy bien que la benevolencia y generosidad de los espíritus superiores no son prueba del valor intrínseco de un libro; pero con. viene a la justicia, a la buena fama de los autores y a la claridad indispensable en esta clase de estudios, que la crítica no se funde en hechos erróneos, ni queden sin defensa los trabajadores fieles.
He sometido mi libro al juicio imparcial del público, y acepto la censura para aprender, y para tratar de corregirme; pero la bondad de su carta me ha forzado a exponerle, por el interés de aquellos tiempos y sucesos, y el gusto de la verdad, estas consideraciones, que no le habrán parecido demasiado enojosas.
Su afectísimo amigo,
Vicente G. Quesada."
La Revista Ilustrada. Nueva York, mayo de 1891