Nueva York, Mayo 2 de 1886
Señor Director de La Nación:
Está mayo al romper, y ya pasados los ardores primaverales de las huelgas, se ve la sangre nueva en las mejillas de las damas, en la energía de las diversiones, en la asiduidad del Congreso, en los ramos de rosas.
Hasta una asociación ha traído la primavera, una asociación de señoras, para que no se usen más como- adorno de los sombreros de mujer los pájaros muertos: ¡oh, si en una tierra de gigantes como montañas, usasen las señoras como adorno a nuestros hijos!
No sé qué tiene la luz, que llena el alma de afectos compasivos: se deshielan en el alma, a los primeros estremecimientos del calor, la fantasía, la bondad, el brío heroico.
Parece toda la ciudad un árbol de mañana, donde juega la luz y pían los pájaros. Todavía no ha muerto la fiesta pagana. El hombre es pagano.
La cuaresma ha acabado, y acá es de notar la cuaresma por el febril ardor con que en ella se consagran las señoras a diversiones recatadas y piadosas.
No les deja la piedad un momento de reposo.
Bailes no hay, porque no es de buen -tono; y como no se reúnen para bailar, se reúnen para coser, para tomar un tentempié, para ensayar cuadros plásticos, para estudiar los simpáticos atrevimientos de los pintores impresionistas, que acá han mandado este año sus obras mayores, y tienen ya de su lado mucha opinión: y lo que les queda de noche a las piadosas damas, lo emplean en ir a ver carreras griegas y juegos de elefantes en el circo de Barnum, o galas de domador en otro circo donde un profesor Gleasen hace maravillas en eso de sujetar caballos viciosos y corregir resabio:: mucho sombrero de pompones, y mucho traje liso y ajustado, se ve en el circo del profesor Goleasen, porque acá gustan las cosas de fuerza, y es en la mujer innata la afición a quien la muestra o la doma: aun en los Estados Unidos, el alimento natural de la mujer es lo extraordinario.
Visten ahora las damas, pasadas las exhibiciones de invierno, unos trajes ingleses sin paramentos ni pomposidades, que respetan la perfección de la naturaleza y la realzan: sólo son bellos, en hombre y en mujer, los vestidos que siguen la línea humana.
A la hermana del Presidente parecerán bien sin duda esos modestos trajes: y sí que fue curiosa una carta que escribió hace poco a una amiga suya, respondiendo a otra en que un clérigo anciano la acusaba de envalentonar con su ejemplo maneras de vestir que no son decorosas: ni con el natural deseo de parecer hermosa, ni con el encanto aún mayor de la honestidad riñe la opinión de Miss Rosa Cleveland, para quien no es deshonesto el traje que deja al desnudo el cuello y los brazos, armonía viva que no hay por qué esconder, sino aquel traje que muestra el busto: "siempre hay una línea ciare el cuello y el busto--dice la señorita Rosa-que el recato enseña, y toda mujer conoce: y la mujer de sociedad que pasa de ella, pasa porque quiere, porque no lo necesita para parecer elegante y hermosa".
Como una circular paseó esta carta por todos los diarios de los Estados Unidos, así como pasea ahora, con mucho enojo del novio, la noticia de que en junio, a los primeros rayos vivos del sol, se casa el Presidente con una hermosa señorita de educación segura y gustos castos y serios: es una Miss Folsom, de rostro claro y bello, sin esos enrejados sobre la frente que en Venezuela llaman "pollina", y encubren lo mejor del rostro y del alma: dicen que es de tez blanca y pelo castaño, y que sus dos grandes ojos reposan en sus anchas cuencas como dos huevos de paloma en sus nidos.
No es de esas señoritas doradas, señoritas huecas, barnizadas de escuela normal y de París, sin más alma por dentro que una bolsa de seda o un gusano: sino ese otro tipo de mujer de esta tierra, que ya se va acabando, y viene de los puritanos en vía recta, esa mujer de lo que llaman acá Nueva Inglaterra, para quien la pasión es un extravío, pero en quien es raíz el deber, y la falta imposible.
Tienen esas mujeres una majestad sobria, que no sería mal comparar a la de las estatuas griegas: el pie es ancho, pie de "sentido común": la mano es larga y remata en punta, como la de las razas que se afinan; llevan sobre el cuello blanco la cabeza bien torneada, que no invita al pecado, no, sino al saludo.
Jamás se visten de colores recios: parece el negro su traje natural.
Saben, de veras, de cosas altas y teológicas, y de literatura patria e inglesa: poco de arte; poco de la desvergonzada y odiosa avaricia de la neoyorquina moderna, que cuando se la toca, como esos maniquíes de ladrones llenos de campanillas, suena toda a moneda.
De aquel arrogante tipo dicen que es Miss Folsom, que ahora pasea en Europa con su madre, para evitar acaso curiosidades y hablillas que al Presidente Cleveland sacan de quicio.
El parece ser, en lo privado, persona de gran bondad real y de hábitos bruscos, que no llegan a romper con la cortesía, ni le dan más que lo que es muy de menester. Co.- los humildes, el Presidente es afectuoso: con enviados diplomáticos y gente de esta pro, es burdo y descompuesto; como quien se pone una pieza de vestir que no le asienta, y quien desdeña lo meramente formal: con los platicadores de oficio no tiene paciencia, y dicen que lleva siempre en la cara el número de minutos que ha de durar cada entrevista.
Por ingenio y sutileza no se distingue ciertamente, ni, por la voluntad de asegurarse amigos con zalamerías.
Es verboso cuando viene al caso, y lo muestra en sus cartas privadas, donde da vueltas en párrafos tirados alrededor de una idea, que al fin halla modo de concretar en una frase tersa; pero en lo usual no dice más palabra que la que es estrictamente necesario decir; y como rumia mucho cada uno de sus pensamientos, parece que no gusta de verlos discutidos por los que cree él que deben acatarlos; su extraordinaria honestidad le retiene las simpatías de los mismos a quienes trata secamente, o acaso maltrata; pero esto no lo hace, por de contado, con quien tiene ideas que darle y derecho que representar, sino con aquellos que viven recomendándose, o recomendando a otros, y absorben el tiempo público en pretensiones interesadas o en parvedades personales.
En cambio no ha habido Presidente que atienda más por sí propio a sus labores: en lo que él da voto, se lo tiene estudiado: pesa la voluntad ajena, pero no cede un ápice de la suya: tiene vanidad en su industria y fortaleza, y se hace un mérito de su capacidad de resistir el pensamiento ajeno, que le ha echado encima muchos apodos iracundos y mucha enemistad. Conoce que su Congreso no le quiere muy bien, por no haber dejado ocasión a los representantes para que distribuyeran amablemente entre sus electores los puestos que antes les daba el uso; y de esta falta de simpatía apela indirectamente al público, iniciando ante el Congreso con más frecuencia que otros presidentes las medidas públicas que en los casos graves la opinión reclama.
Es un hombre nacido de esta tierra, con sus asperezas y su ímpetu. Quien se pliegue menos, no se ha visto. Parece increíble que con una médula tan recia haya subido a tanto: porque los hombres cierran el paso a los que no se les encorvan.
La Casa de Representantes y el Senado han querido esta vez rivalizar en novedades y energía con el Presidente, ya acudiendo con medidas originales e inesperadas a los casos graves que se han ido presentando durante las sesiones, ya discutiendo proyectos de ley sobre los asuntos vitales del país, y conciliándolos de manera que hasta ahora, con positiva ventaja pública, hay paz entre ambas alas del bando demócrata.
Y una de las pruebas del influjo de Cleveland, a pesar de la entereza con que se resiste a entrar en complicidades e intrigas con los representantes y senadores, es que éstos, en lo que pudieran darle en cara, no le dan, sino se inclinan a las medidas que él públicamente favorece.
En dos causas debe buscarse esa influencia: o en una habilidad superior, que no es habilidad de cortesano, para sujetar y atraer a aquellos mismos a quienes no se complace ni solicita, o en el hecho de estar Cleveland en casi todo lo que desea del lado de la opinión pública.
Parece, pues, que en política se puede una que otra vez ser sincero y honrado.
No siempre es menester comprar el triunfo personal a cambio de compadrazgos repugnantes y de concesiones secretas o disimuladas de los bienes públicos.
El que está con el país, bien puede afrontar que no lo quieran muy bien en el Congreso, pues éste ha de cuidar, por su bien propio, de ponerse del lado del país.
De esta manera se van salvando, en sentido reformador y librecambista, los proyectos de ley de más alcance.
Para la acuñación de la plata, a que el Presidente es hostil, había dos proyectos: el de los amigos de los que la producen, que pedían su acuñación ilimitada: el de los economistas vigilantes que querían su suspensión total: ¿por qué ha de estar comprando la nación cada mes a precio de oro dos millones de plata en barras, que luego nadie le compra en moneda, o sólo le compran a precio de plata? ¿A qué ruinosa depreciación no llegará, al fin, la moneda de plata, el día que el gobierno se vea obligado a sacar del tesoro los millones ociosos que allí tiene guardados, sólo para que los mineros del Oeste puedan ir saliendo de su producción excesiva? ¿Qué sistema de protección es éste, que consiste en imponer a la nación una gran pérdida en sus fondos, que viene a ser como una contribución general indirecta, en beneficio de unos pocos poseedores de minas?
Pero éstos son muy perversos aún para ser vencidos: trae en sí la plata el secreto de vencer; tiene muchos amigos la plata.
No se pudo, pues, lograr la suspensión del cuño; pero tampoco pudieron lograr sus amigos la acuñación ilimitada.
Otro proyecto importantísimo que va adelantando con probabilidades de éxito, es el de la reforma de la tarifa. Se ha probado que el lino y la lana, protegidos por fuertes impuestos interiores, no pueden cultivarse al precio del mercado, a pesar de haber una demanda excesiva por los artículos de lana.
Los fabricantes de artículos de lana están al cerrar sus telares porque como el material primo que cuesta acá tan caro entra libre en Inglaterra, los fabricantes ingleses inundan este mercado de sus productos buenos y baratos, a pesar de lo altísimo de los derechos.
Los fabricantes del país no pueden pagar, por lo mucho que les cuesta la producción y lo poco que venden, el precio que a los criadores de ovejas les cuesta la lana.
¿Cómo se quiere mantener, sino por un miedo torpe, un derecho de importación que tras largos años de tarifa protectiva no permite criar las ovejas ni tejer la lana sino con una gran pérdida de criadores y tejedores, y una gran presión sobre los compradores generales del país?
El proyecto quiere que entre libra la lana, libre el lino, libre la sal, libre la madera, libres o casi libres casi todos aquellos artículos de importancia para el abrigo, el vestido y el alimento de los habitantes del país, aunque teniendo en cuenta todas estas reducciones, lo muy crecido de los gastos públicos y la mitad de la deuda de la guerra que está aún por pagar, por lo cual la tarifa necesita ser todavía alta por algunos años, para ir afrontando las expensas legítimas de la nación, a la vez que se va poniendo en capacidad a las industrias, entumecidas hoy por una protección desatentada, de producir en precios que les permitan llevar sus frutos a los mercados extranjeros, sin forzar a toda la nación por el interés de unos pocos fabricantes, a comprar caros los artículos de uso.
El problema de la industria, que se ve amenazada acá de muerte por producir demasiado y caro, necesita urgentemente esa reforma, que, conservando lugares de trabajo y posibilidad de buen salario y vida barata a los obreros, ayuda, además, a resolver el problema del trabajo.
No hay que decir que los fabricantes poderosos, que tienen aún ganancias antiguas acumuladas, se oponen con encono y éxito a un sistema de rentas públicas que, por lo pronto, mermará el actual consumo de sus frutos.
No quieren ver que es un consumo innatural y violento: que no puede mantenerse con justicia un sistema económico que, después de una época larga de prosperidad asombrosa, viene a parar en que el siete y medio por ciento de las fábricas del país están sin empleo.
No quieren ver que con la marea del trabajo que sube, con la cólera y el descontento de un pueblo de pobres sin qué hacer, o con qué hacer a precios ruines, no es ni prudente, ni posible, sostener a precios altos !os artículos necesarios para la vida, que la nación sabe que puede comprar baratos.
Ni la justicia ni la previsión se imponen; sino el miedo' a problema amenazante, y como el gobierno colecta hoy por derechos anuales casi fijos trescientos treinta y cinco millones de peso, y a todo gastar sólo necesita para los expendios públicos trescientos cinco millones de pesos, ni el país, ni los proteccionistas, se atreven a oponer gran resistencia a una reforma en la tarifa que sólo producirá en total unos veinticinco millones de pesos de rebaja en la renta y traerá las ventajas de ir abaratando la vida en una época en que escasea el trabajo, de ir suavizando la existencia de los pobres en momentos en que parecen poco dispuestos a la resignación, y de ir poniendo al país, por el principio de una reforma gradual, en condiciones de una producción racional, remunerativa y permanente.
Fue vencido otro proyecto de ley muy importante. El general Logan lo propuso; Loan, que figuró como segundo de Blaine en la última candidatura republicana, y ahora se enseña de todas maneras, y se vale de las artes sociales de su culta esposa. N- no pierde ocasión de presentarse ante el país con medidas de bulto para ver si consigue, como pudiera ser que consiguiese, el primer puesto de la candidatura en las próximas elecciones.
El proyecto en sí no era muy grave, sino en lo que siegnificaba y en lo que hizo decir. Logan es general, y pretendía que se aumentase el ejército permanente en cinco mil hombres, y se reorganizasen las cuatrocientas treinta compañías de ahora, con cincuenta más.
"¿Para qué se quieren esos soldados?, dijeron dos o tres senadores: ¿para tener preparada una fuerza que contenga por las armas las demandas justas de los obreros? ¡Bondad es menester, y atención a su derecho, más que amenazas!"
"¡Pues yo, dijo en el debate el general Hawley, como obrero siento, y al lado de muchas huelgas me he sentado; y por honor y bien de los obreros mismos, si hay bribones que se valen de sus revueltas para tomarse 19 ajeno y asaltar la paz pública, y si hay demagogos que so pretexto de servirlos les encienden la sangre con declaraciones violentas; si obreros o bribones destrozan lo que no es suyo, no permitiría yo que así me engañasen y pusieran en descrédito, y con las armas haría cumplir la ley a los que la violasen, y tendría a los demagogos por mis mayores enemigos!"
E1 proyecto de ley fue rechazado; y otro que reduce los veinticinco mil hombres de las cuatrocientas treinta compañías a trescientas veinte, lleva camino de ser tomado en consideración.
Los senadores; son todos personas de barba blanca. Es verdad que los obreros tienen sus demagogos, y muy viles que son y muy dignos de la picota; pero también tienen su demagogia las clases altas y para nadie es misterio, desde los tiempos de Grant, que las gentes de dinero, iglesia y milicia, se preocupan más en acumular medios de ataque contra los humildes que van subiendo que en descabezar sus iras poniendo honrado remedio a sus legítimas angustias.
El Senado de barba blanca ve que este pueblo está amasado con trabajadores,--que en la hora de los recuentos no hay aquí castas bastante numerosas para afrontarlos,-que nada excita tanto a la violencia como el desafío y la preparación prematura contra la justicia. La prudencia ha estado, pues, de parte de los que abren los brazos, y no de los que han querido armarlos.
José Martí
La Nación. Buenos Aires. 17 de junio de 1886