Nueva York, Marzo 25 de 1886
Señor Director de La Nación:
Hoy, todo es huelga, huelga formidable. Estados enteros hay en huelga; regiones enteras de trabajo, que abarcan dos o tres Estados. De asamblea en asamblea, o sea de gremio en gremio, ha ido extendiéndose la orden de los Caballeros del Trabajo desde su cuna en Filadelfia, por toda la República, en las manufacturas del Este primero, luego en las grandes ciudades, después en los ferrocarriles que van al Oeste, al fin entre los campesinos y mineros de los Estados del Pacífico.
Lo que empezaron junto a una mesa de cortar ropa hace veinte años unos cuantos sastres de brava voluntad, es hoy asociación técnica, organizada como vastísima masonería, por medio de la cual, si en un ferrocarril de Texas despiden a un obrero sin razón, ya están los herreros de Pittsburgh, los zapateros de la Nueva Inglaterra, los cigarreros .de Nueva York disponiéndose a ayudar con su cuota a la huelga de los ferrocarriles de Texas, hasta que el obrero despedido sin justicia sea vuelto a -su puesto.
Si los trabajadores en las minas de carbón creen que se les paga un salario ruin por su trabajo casi sobrehumano, los Caballeros del Trabajo los defienden, los representan, los ayudan; y hace seis meses que en Monongahela hay poca carne y poco pan, pero las minas están desiertas: unos días ha, quisieron algunos volver a las minas, y sus propias mujeres les salieron al encuentro, y les vaciaron sobre la cabeza las cestas de los desechos de la casa.
Si en la Nueva Inglaterra se resisten los manufactureros a dar cuenta de sus provechos al tribunal de la orden, que los inquiere sinceramente en son de paz; para saber si es cierto que no pueden pagar a los obreros el salario que reclaman, sin obreros se quedan las colosales zapaterias, con gran utilidad de las que, por no parar en la ganancia, han reconocido a los trabajadores como regla de salario, una parte en los productos de la fábrica.
Crece este sistema. Acaso sea el que predomine, como único medio justo de dar en la producción de la obra su porción correspondiente al dueño y a los operarios:-¡que como se está hoy, el obrero, después de halar mal toda la vida y cavar cincuenta años, tiene que vivir de una limosna, que no siempre halla!
Y si una gran compañía de ferrocarriles, como la que por el Sudoeste del país dirige el hábil millonario Jay Gould, falta de propósito a sus acuerdos en conflictos anteriores y contra lo estipulado en ellos, re. baja sueldos, sin anuncie anticipado de un mes despide hombres, aumenta horas, y deja sin compensación las horas aumentadas; si una y otra vez piden en vano a los directores de la compañía que se examinen sus casos de queja, y se cumpla el acuerdo; si el desafío y desdén, como sucedió por desdicha en este caso, responden a la moderación y a la paciencia,-en masa se levanta el gremio ofendido del ferrocarril, y poco después, uno tras otro, todos los gremios que trabajan en la empresa, ahora los fogoneros, luego los maquinistas, los guardafrenos enseguida, enseguida los guardajugas, diez mil hombres en fin, el ferrocarril entero.
No salen trenes. Apílanse en enormes montes las mercancías.
Día sobre día aumenta la huelga.
Ni los productos van, ni su importe vendrá cuando se calculaba, ni las ventas serán las que hubieran sido.
Un ferrocarril detenido en semejantes comarcas es una plétora en la aorta.
Así se está hace ya quince días en los Estados de Missouri y Kansas.
La labor continua de los que preparan a los trabajadores para un alzamiento general y pacífico, por el que se venga a una reforma esencial en la condición del trabajo, se revela prematura e inevitablemente por estos grandes movimientos precursores, que estallan de su propia fuerza allí donde son más vivos los abusos que se intenta remediar o donde el influjo apaciguador de las cabezas más prudentes no puede ejercerse con tanta eficacia como en las comarcas que están más a su alcance.
Hace un año por esta misma fecha, sólo había dieciocho mil obreros alzados: este año hay, en estos instantes, fuera de las huelgas menores, más de sesenta mil. Apenas hay un minero trabajando en las regiones de carbón de Pensilvania, Marilandia y Ohio: están desiertas las fábricas de clavos de los Alleghanies: pasan de diez mil los huelguistas en las grandes fundiciones, telares y zapaterías de Massachusetts.
Se asedia, se boicotea menos que el año pasado a las fábricas que se niegan a dar al operario el sueldo o estimación que él cree justo, lo cual la "asamblea local" castiga publicando el hecho en su periódico, para que los trabajadores o sus amigos no compren los productos de la fábrica.
Se boicotea menos; pero, mirando atentamente en la revuelta y voluminosa masa de noticias de las comarcas alzadas, se distingue menor sumisión, más determinación, mayor unidad que en las contiendas anteriores. No han esperado a tanto para levantarse. Piden sin arrogancia, pero con más energía; y en cuanto piden, en el Este como en el Oste, se nota el mismo tino de resolución y de batalla.
Leyendo a la vez las manifestaciones de los lugares más distantes, salta a la vista esta igualdad de intensidad de resolución y de lenguaje.
Ese lenguaje constante de las resoluciones de la gente llana: infantil y terrible a veces, puerilmente retórico, a veces de apostolar elocuencia.
Si no se viera a la asociación que aconseja o dirige estas huelgas, surgir por todas partes, triunfar en unas, e inspirar respeto en todas; si no se la viese esparcirse, concentrarse, ubicarse, atender con energía y prudencia a todo; y acá reprimir, y allá azuzar, por un lado retener a los fanáticos, someter por otro a los que los tratan con desdén; si por la fuerza que mueven, y la habilidad con que la guían hasta ahora, no hubiesen atraído sobre sí la atención del país entero, y de fuera de él, donde se le proclama "la más notable de las asociaciones obreras conocidas",-pudiérase decir por el tema general del lenguaje de sus . documentos, que aún no le llegaba la seriedad a donde le llega el entusiasmo.
Pero esto es cuando se mira sólo a la retórica: porque en el hueso de los documentos se ven precisamente toda esa exaltación y concentración, todo ese fuego erguido y desbordante; toda esa incapacidad de ver más que aquello a que se tiene dada el alma, que echan a un lado con cólera, como capas de duende, los reformadores, convencidos de su justicia.
"Somos idiotas, que no podemos ver, ni leer, ni sentir, ni saber lo que las palabras significan. Durante meses enteros nos hemos sometido con paciencia a esa humillación: durante meses enteros hemos pedido, esperado, suplicado que se nos oyera amigablemente. "Meses enteros hemos deliberado, en la esperanza de que los directores del ferrocarril nos diesen al fin razón.
"¡En vano! Cada día las violaciones han sido más rudas. ¿Qué podemos hacer? ¿Qué haríais vosotros? ¿Someteros? No puede tanto la naturaleza humana.
"Los hombres que lo son, no se someten. Abandonaríamos el trabajo; y lo volveríamos a abandonar en circunstancias iguales, aunque la miseria nos diera en el rostro."
Esto dice una asamblea. Otra dice así, al apelar a la orden y al país del intento mostrado por Jay Gould de llevar a los Caballeros del Trabajo ante los tribunales como conspiradores:
"Bien puede ser que prendan en los tribunales, que él domina, los ardides de la ley; y que no vean los jueces más derechos que los de la riqueza, a través de los lentes de oro que él sabe ponerles ante los ojos; pero a aquel tribunal superior y más alto, aquel cuyo veredicto es definitivo y supremamente recto, a aquél apelamos: he aquí nuestro caso."
Y cuenta los abusos de la compañía. La proclama, aludiendo a los que por necesitados o traidores sirven a un ferrocarril, que son muy pocos, prorrumpe de este modo: "Los cobardes atrás, los bribones al enemigo; los hombres al frente".
¡Los traidores, o los infelices! ¡Los de alma baja, nacidos para adular; o los de espíritu pobre, a quienes la rebelión y la miseria aterran!
¿Quién no ha conocido, en los bancos del colegio como en los de la vida, al que hace la ronda, como gallina enamorada, al maestro, al rico, al poderoso, y al mísero de corazón que, sin ser malo, va por miedo donde los malos lo llevan?
Y puede ser también, ¡quién sabe! que sea el amor de la casa, y el espanto de su escasez, lo que a algunos de los obreros del ferrocarril, cincuenta entre diez mil, haya movido a continuar sirviendo a la compañía. Pero de este hecho ha surgido el conflicto mayor, y el que pone en peligro a la orden de los Caballeros de perder mucha parte de la simpatía respetuosa con que visiblemente se la saluda, acaso porque, con justicia, se vea más en ella la resolución del problema del trabajo, que la convulsión sangrienta que otros temen.
Ni el que tiene un derecho, tiene con él el de violar el ajeno para mantener el suyo: ni el que se ve dueño de una fuerza debe abusar de ella. El uso inspira respeto: el abuso indigna. El país acompaña con sus votos, fuera de los muy interesados, a las asambleas locales de la orden que decidieron con razón aparente la huelga del ferrocarril, y los Estados mismos que padecen de ella no lo echan en cara a sus instigadores: los gobernadores de los Estados han actuado como mediadores voluntarios entre los representantes supremos de la orden que ha reconocido y tomado a su cargo la huelga, y los directores del ferrocarril que se niegan a tratar con ella.
Pero cuando, con la violencia que la orden rechazó, han impedido los huelguistas que la compañía mueva sus trenes; cuando han saltado al paso de las locomotoras, y apagado sus fuegos; cuando han vuelto a la fuerza al depósito los trenes que emprendían camino; cuando, con toda la furia de una horda, que al fin se detuvo por sí misma, corrieron a atacar los talleres; cuando se apoderaron de una locomotora de la compañía, y fueron en ella, por la vía que no es suya, a hacer un recado de su huelga, ni el público lo sostiene ni la prensa los alaba ni la milicia se está quieta.
Los gobernadores han declarado hoy su intento de hacer respetar el derecho de la compañía a hacer correr sus trenes, si tiene empleados que la sirvan.
Convenzan los huelguistas en buen hora a los empleados: y niéguense en buen hora, sean cualesquiera los resultados para el país, a dar su trabajo por precio y condiciones menores de los que estiman justos, que a eso tienen derecho. Mas si atentan a la propiedad y libertad ajena, la milicia del Estado caerá sobre los perturbadores.
Grande es la agitación; pero no se esperan, sin embargo, armas de ella.
En la ciudad de San Luis, ese aire de fiesta de las revoluciones, en todo se muestra,--en la gente que ocupa las calles, en los corrillos donde se discute acaloradamente, en las mujeres vestidas de gala. De pronto las calles se vacían: ¡es que han ido a silbar un tren que pasa!
Un hombre está junto a la línea con una bandera americana en la mano. El tren se acerca lentamente, y el hombre agita la bandera, tiene el rostro arrugado y barbudo: las manos velludas: va en camisa de fracela, calzón holgado y corto, y botas.
-"¿Pasarás por sobre esta bandera?", le grita al maquinista,-y pone el pabellón sobre el riel.
El tren pasa y lo rompe.
El hombre lo levanta y vuelve a enderezarlo, y en el silencio profundo de la muchedumbre dice:-"¡Rota estás y caída; pero todavía te respetamos: ayer te cortaron tus estrellas, y hoy te cortan las listas; pero todavía eres buena bandera!"
José Martí
La Nación. Buenos Aires, 9 de mayo de 1886