Nueva York, Febrero 12 de 1886
Señor Director de La Nación:
El escándalo es donde no pudo sospecharse que tan pronto sería: en el gabinete de Cleveland. Sobornó se llama en castellano el recibir paga por abusar de un cargo público en beneficio del que remunera el abuso. El diputado electo por el país para cuidar de sus intereses, no tiene el derecho de servir con su puesto a compañías privadas sino cuando de ellas resulta claramente un bien general e indiscutible para el país a quien debe su puesto, y de quien cobra paga. No tiene el derecho de valerse en servicio de Juan del empleo que ocupa por la voluntad de Pedro, y por el cual le paga Pedro. Y si recibe el diputado dinero o cosa que lo valga o pueda valerlo, por poner su investidura pública y los influjos que vienen con ella al servicio oculto de una compañía que compra al diputado para sí el poder que éste sólo tiene legalmente para las cosas de la nación; si el diputado esclaviza a una compañía su influencia, su juicio y su libertad, que necesitan permanecer desentrabados, y se vale a escondidas de su carácter nacional para favorecer un interés personal de que recibe paga, el diputado es culpable de soborno.
Ese fue el colosal escándalo que se dio aquí cuando el Credit Hobilier en que el mismo Garfield apareció envuelto; representantes y senadores recibieron paga, en dinero o acciones, de la compañía, por determinar con sus votos en el Congreso, la legislación favorable a la empresa; por distribuir en provecho de los que los sobornaban las tierras, los fondos y los derechos públicos, para guardar los cuales habían sido nombrados y se les pagaba sueldo; ¡para robar, so capa de legislar, al erario público, y lo que importa más, al erario de los derechos de la nación, vendido por los mismos que reciben sueldo para custodiarlo! ¡Ese fue el escándalo de Blaine, de quien es fama que tuvo que poner las rodillas por el suelo para obtener de su acusador las cartas en que se probaba que había vendido su influencia como Presidente de la Cámara a la empresa de un ferrocarril que se lo había comprado con acciones
Y eso, y no más, a bien que era bastante, le impidió ser Presidente de la República.
Ese es ahora el escándalo de Garland, el Secretario de Justicia en el gabinete de Cleveland.
Está probado de un modo absoluto que cuando era Garland senador, recibió quinientos mil pesos en acciones de una compañía nueva de teléfonos, la Pan Electric, y, según se demuestra por sus propias cartas, empleó su influjo como senador en beneficio de la compañía, cuyas acciones sólo tienen hoy un valor nominal, en tanto que no se invalide la patente de la compañía de teléfonos de Bell que excluye toda otra empresa de teléfonos; pero tendrían grandísimo valor desde que, en virtud de los esfuerzos de Garland y otros como él, se anulase la patente de Bell, que se dice fraudulenta, y pudiera la empresa rival Pan Electric, sacar patente nueva por sus inventos telefónicos.
Garland hizo, pues, lo que Blaine y lo que los del Credit Mobilier: puso su carácter nacional al servicio de una compañía privada y recibió una compensación, que puede resultar enorme, por sus servicios fraudulentos.
¿Le pagaba la nación para que le sirviese a la Pan Electric?
Así las cosas, sube Garland al gabinete.
A poco de subir, se presenta, con buenas razones, es verdad, la compañía Pan Electric a pedir a la Secretaría de Justicia que litigue, en nombre de los Estados Unidos defraudados, contra la compañía de teléfonos Bell, y use su legítimo poder para anular una patente de invención que fue obtenida del gobierno por sorpresa y con engaño por el que no era el inventor legítimo.
La compañía de Bell, que con los provechos del monopolio del teléfono ha acumulado un caudal considerable, ha vencido doce veces en los tribunales a los que niegan a Bell la invención del instrumento; a pesar de que es válida en el público la opinión de que no fue él el inventor, ni se soporta en lo general con calma el abuso que hace la compañía de su privilegio, cobrando altísimo precio por el uso del teléfono. Garland, que posee una décima parte del capital en acciones de la Pan Electric, se reconoció en carta pública, privado del derecho de establecer en nombre de los Estados Unidos, un litigio en cuya decisión estaba personalmente interesado.
Pareció muy bien este acto honrado. Pero a los pocos días, salió de verano el Secretario, y a las calladas, aunque en virtud de las atribuciones de su empleo, el "abogado público", el solicitor general, dio permiso para que s:; promoviera en nombre del gobierno el pleito de nulidad de la patente de la compañía de Bell.
No lo promovía el Secretario, es verdad; pero lo promovía su subordinado inmediato, lo promovía la Secretaría.
¿Cómo se puede suponer, sea cualquiera la ficción legal a que se acuda, que el jefe de un departamento no influye en un litigio de su departamento, en el que le va una colosal fortuna? ¿Cómo, siendo una en la mente pública las personas del jefe del departamento y el empleado menor que está bajo él, no ha de suponerse que la Secretaria de Justicia ha accedido a entablar el pleito porque el Secretario sacará de él. si lo gana, una inmensa fortuna? ¿Cómo no ha de parecer indecoroso que uno de los más altos empleados de la República use el poder y las cajas de la nación en un litigio en que le espera conocidamente provecho personal? ¿Cómo ha de ser imparcial en el caso, como es su deber. el que tiene en él tan conocida y valiosa parcialidad?
La compañía de Bell puso enseguida en juego sus resortes, que son acá, como todo, gigantescos: periódicos que se leen por centenas de miles, amigos personales de Cleveland que se prestan `por una consideración" a darle consejos, representantes que obligan a la Casa a pedir cuenta de las sumas gastadas por el erario nacional en entablar contra la compañía de Bell la acción que solicita la Pan Electric. Una tormenta de injurias fue la prensa, y lo es aún ahora. Cuando se ensalza aquí, el mundo entero lo o3-e; pero cuando acá se lapida, las piedras son montaña; y se visten de tal dignidad de argumentación los diarios comprados, que da grima creer que pueda haber criaturas con luz en la frente y canas en la barba que por dinero abran a los paseantes, como la mujer de la Biblia, esta arca santa de los pueblos, que debe ser la prensa. No hay monarca como un periodista honrado.
El Presidente. a las primeras acusaciones, pidió cuenta a su Secretario: "Es verdad, dijo Garland, que poseo esas acciones de la Pan Electric; pero el "abogado público" ha dado permiso para el litigio sin mi aprobación, ni conocimiento". ".Mejor será, dijo el Presidente al abogado público, que su permiso se recoja, e informe sobre los méritos de este caso, el Secretario de lo Interior". Lamar es el Secretario de lo Interior, Lamar, una especie de caballero Bayardo, a quien nadie jamás ha puesto tacha: Lamar vio el caso fuera de Garland, y en lo que daba de sí genuinamente.
Hay razones reales para creer que la patente de Bell es fraudulenta. Ni la Pan Electric, ni ninguna otra empresa privada, puede combatir con éxito en los tribunales. ¡Acá también!-contra el influjo, y recursos cuantiosos de la compañía de Bell, acusada de fraude y despotismo por la opinión pública. Denunciado el fraude en una patente, el gobierno de los Estados Unidos, que la dio, tiene la obligación de investigar 3i el derecho de privilegio de que es depositario le fue hurtado. Decidió Lamar que procedía el litigio. ¿Quiso ayudar a su amigo, a su antiguo compañero en la guerra de la confederación, al Sur en quien recaería apenas vuelto al poder el descrédito de uno de los hijos que tiene en el gabinete? De eso le acusan: pero esa no es la opinión pública.
Se reconoce, por una parte, que el gobierno tiene derecho a exigir la prueba de la validez de la patente denunciada. Todo inventor tiene en la oficina de patentes un depósito nato: su privilegio de invención. Si la Oficina de Patentes da el privilegio a quien no sea el inventor real, da lo que no es suyo, y defrauda al inventor verdadero. Si éste reclama su derecho, la Oficina de Patentes tiene que procurar recobrarlo para volverlo a su dueño legítimo.
Tal es el caso legal. Pero, por otra parte, aun cuando sea cierto, y bajo Cleveland parece que lo es, que el gobierno no permitiría que se usase de ninguna influencia ilícita para torcer la opinión del tribunal en este asunto, siempre resulta que está hoy a la cabeza del Departamento de Justicia un hombre, Garland, que vendió a cambio de las acciones de una empresa su influencia de senador para hacerlas valer. Vendió un puesto público.-Y ¿por qué no ha de querer aprovecharse de su influjo mayor como jefe del Departamento de Justicia, en un caso de su propio departamento, el que se prestó a aprovecharse, y se aprovechó de su puesto de senador en el mismo caso?
¿De qué le vale ser ahora imparcial, por la fuerza de la opinión, si tiene aún en sus manos el precio de la venta de su cargo público?
¿No se ve desde allí la tormenta, que acá ha levantado, de gozo entre los republicanos, de tristeza entre los demócratas, este bochornoso descubrimiento? Bien se entiende que Cleveland muestre generosidad a Garland, y lo mantenga, aun con daño suyo, bajo su amparo; porque si sale Garland de esta manera del suceso, a no tener la vitalidad pasmosa de Blaine, se quedará con las acciones de la Pan Electric, pero sin honra pública.
Y los republicanos dicen, echando al aire gozosos sus gorros de fiesta: "¡Lo mismo, lo mismo que nosotros, vuestros demócratas!"
La persona de Garland se obscurece: a la de Lamar nadie toca, ni a la de Cleveland. La justicia del caso quita mucho de su fealdad al interés probado del funcionario público. Y el hecho, frecuente en los círculos de negocios, de recibir acciones de las empresas nuevas a cambio de servicios, entumece el sentido moral, que no entiende que el negociante es dueño de sí, y no goza de sueldo de la nación por defenderla, mientras que el diputado ya no es nada en sí, sino la nación misma, y no puede ponerse sin desvergüenza a la paga de quien busca su autoridad para el propio provecho, y acaso contra el de la nación misma. ¡Los depositarios de los derechos, de las tierras, de las arcas, del porvenir de la República, recibiendo dinero, o cosas que lo valen, para Venderlos, torcerlos y comprometerlos!
-Vale más ser honrado.
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 28 de marzo de 1886