Nueva York, Octubre 25 de 1885
Señor Director de La Nación:
Octubre es siempre mes fecundo en los Estados Unidos en combates políticos: Ohio, Nueva York y Virginia están eligiendo sus gobernadores. Los republicanos batallan por unirse, y por no desunirse los demócratas; que acá como fuera de acá, tiene todo partido secuaces que mueren de él y le sirven puramente, y otros que viven de él,-y a éstos molesta la virtud que parece a aquéllos esencial: nunca fueron juntos apóstoles y mercaderes.
El Sur, vuelto en cierta manera al poder con la elección de un' Presidente demócrata, tiene puestos los ojos y el corazón en el Estado de Virginia, donde con brío de mediodía quieren sacar los demócratas, triunfante en la lid por el puesto de gobernador, al general confederado Lee, sobrino del austero caudillo de la campaña, que en prenda de cordialidad paseó por Washington a la. cabeza de sus soldados grises en el séquito de la inauguración de Cleveland, y vino en nombre del Sur, con la cabeza descubierta, a acompañar a su tumba el cadáver de Grant, el capitán del Norte que extinguió la guerra. En Nueva York, se estrujan a las puertas de la catedral de mármol de la Quinta Avenida los fieles que quieren ver en su túnica lila, el cadáver de Mc Closkey, el primer cardenal americano, que dirigió con habilidad su iglesia, y deja ahora a tres obispos su recia fortuna.
Vuela una roca, en la explosión mayor que recuerda el mundo, a la entrada del río Este. La actriz Mary Anderson, de pálida alma y escultural hermosura, vuelve aplaudida de Inglaterra; pero como se precia ahora por haber estado entre ingleses más de lo que cuando no había ido a ellos se preciaba, la gente de Nueva York, que la mimó siempre, lo, tiene a mal, y no va con gusto a verla. Mucho asunto menudo hay en New York, y en las cercanías, y alguno magno, como en la convención de Amigos de Indios, que ahora sube de importancia porque el presidente comparte sus miras; pero en color, originalidad y espíritu, fuera de la convención y el volamiento de la roca, nada se lleva tanto loa ojos como la patriarcal manera con que recorre en su paseo dé candidato el general Lee a la florida Virginia. Allí lealtad, entusiasmo, romance; allí cabalgatas de mujeres que siguen al candidato, tienden manteles bajo los árboles, bordan las bandas y sirven el almuerzo de los caballeros, llevan en el sombrero sus colores y en las horas de alto suelen vencer en las carreras: allí, en el Sur, política con alas de poesía.
Son terribles en manos de los políticos de oficio las masas ignorantes; que no saben ver tras la máscara de justicia del que explota sus resentimientos y pasiones. De la gloriosa abolición de la esclavitud y de las leyes enérgicas que para confirmarla abrieron a los negros las urnas del sufragio, se ha originado, a manos de políticos sin escrúpulos, un mal electoral, innecesario por cierto en los Estados que habían ya purgado con la guerra el delito de persistir en gozar de una riqueza que mancha a quien la disfruta: no es hombre honrado el que posee a otro hombre.
Demócratas como eran los Estados del Sur que se habían ligado en la Confederación, demócratas seguían siendo después de vencidos, por lo que no hubo presión legal que como acto legítimo de prudencia no ejerciese el partido republicano de los Estados que habían' mostrado ser un contendiente formidable, y para crear en su seno un elemento de su propio partido, que a la par que mantuviese en el Sur la autoridad del Norte, pesase con un importante número de votos en las elecciones a la presidencia Sólo una voz había tenido el Sur cuando sus caudillos le hablaron de guerra: se puso en pie, y anduvo. Sólo una voz tuvo después de la campaña, cuando el decoro mismo le vedaba ponerse a raíz de ella del lado de sus vencedores: votó, íntegra, como antes de la guerra, con el partido demócrata, no tanto por votar en pro de él como en contra del partido republicano, cuyos naturales prosélitos fueron los negros a quienes había dado la libertad y otorgado el sufragio.
Creáronse al punto intereses locales y capataces autóctonos, que vieron en el voto negro, azuzado y enconado hábilmente, un seguro instrumento de poder, y desconociendo la lealtad con que el Sur, que ya llevaba muy a cuestas la guerra, había entrado en la paz con el Norte, lealtad sólo igual a su bravura, sofocaron la libre emisión del voto de los naturales blancos de los Estados, batallaron contra la unión que a despecho de la esclavitud tendía a hacerse entre los emancipados y las familias a cuyo calor habían crecido, y mantuvieron en cizaña al negro ofendido, armado de un voto que veía como el símbolo de su libertad, contra los blancos que .por encima de esta política venenosa sacaban triunfante la candidatura demócrata, no sin sangre y disturbios, que los alardes de dueño que fue tomando en el poder el partido republicano tenían siempre encendidos, de modo que hasta el advenimiento de Cleveland al Gobierno no ha habido para el Sur, puesto que en el alba dé la paz murió el justo Lincoln, hora completa de confianza y de ventura.
Virginia había sido la cabeza de la rebelión; y allí acumularon sus fuerzas los republicanos, y bien cargadas de odio, las sacaron vencedoras muchas veces. Virginia está cerca de Washington: fue voz nacional mantener abatida a Virginia, la cabeza rebelde. Fácil era pasear a los ojos del negro, que todavía se mira en los pies las llagas de los grillos y tiene en las caderas las mordeduras de los perros, el fantasma de su vida de esclavo, que le ponía el cerebro en hervor y le daba reflejos de sangre en los ojos: el Sur, mientras, que peleó acaso tanto por su supremacía política como por mantener en sus Estados la esclavitud, trabajaba dolorosamente, a pesar de la ruina de sus familias y la desconfianza y opresión de sus gobernantes, por levantar sobre las nuevas bases una segunda riqueza. Fundió la espuela de oro para comprar arados. Cambiaron los señores perezosos por el fecundo sol de los algodonales la sombra regalada de los colgadizos. Reconocieron pronto que la esclavitud había muerto en los Estados Unidos para siempre y arrepentidos de su error, aunque orgullosos de la bravura con que habían sustentado la independencia de sus hogares, veían con pena, y a veces con ira, el desconocimiento voluntario y ofensivo de su intención y de sus derechos en que, so pretexto de defender una unión que ya el Sur no acataba, insistía con actos injustos el partido republicano, necesitado de reparar con el apoyo forzoso del Sur las pérdidas que sus abusos e insolencia le acarreaban en los Estados Unidos.
A1 cabo, sin que el Sur contribuyese a ello con más que con su lealtad ordinaria, fue electo Cleveland, en una sacudida de honradez de los republicanos, avergonzados de la osadía con que perpetuaba sus culpas y atentaba a los derechos públicos su propio partido. Ya el Sur respira. El Sur, demócrata siempre, fortaleza perenne de la democracia, tiene derecho en una administración de su partido a una porción igual de honores e influjo que los .Estados del Norte a cuya victoria y purificación ha ayudado. El Sur no ve ya a sus militares tratados como traidores, a sus estadistas desconocidos, a sus hombres mejores vilipendiados por las consecuencias de un yerro que llevaron virilmente. Ya el Sur vuelve a sentirse entidad en la nación, y ve a sus hijos de cabezas en las oficinas públicas, de embajadores en las cortes extranjeras, de Secretarios en la mesa del Presidente;-y ve que el Norte no lo teme, sino que lo alaba. Los arados se afilan; la gente canta; los mismos regocijos públicos, mantenidos sólo por puntillo patriótico, se celebran con grandeza y majestad; ha doblado la siembra de algodón. Porque aquellas vislumbres de respeto que en la administración de algún republicano sensato; como Arthur, se notaban, aquel empeño casi estéril da la porción mejor de los republicanos por ver tratado al Sur como a hermano que se arrepiente y no como adversario a quien se aplasta, con el gobierno de Cleveland, que fue desde el principio sabio y fuerte, tienen al fin cuerpo de verdad entera, y el pueblo que se consolidó una vez para la guerra y acaso se hubiera consolidado otra vez para una guerra nueva en la comunidad de la desgracia, ahora en la esperanza se consolida., y con las manos cargadas de productos, sueltos los bríos y el ingenio que la presión política había tenido en estos veinte años encogidos, se adelanta tranquilo hacia el Norte, asido sin vergüenza y sin miedo de la bandera de la Unión, para devolverle acaso, dando más frutos primos al comercio y mayor empleo a las industrias pletóricas del Norte, la prosperidad que el exceso de éstas ha comprometido. El negro mismo, a quien en veinte años de prueba ha aprendido a tratar como hombre su señor antiguo, ve que en las gentes de su propio solar tiene amigos leales, y que el blanco se ha olvidado ya de ser su dueño: abonan ya los campos los huesos de los perros que en otro tiempo por bosques y por nieves los perseguían.
Es voz de la nación que, so pretexto de impedir la reacción armada en el Sur, el partido republicano iba, con los excesos de que lo haría víctima, por el único camino que hubiera podido llevar acaso a la reacción que se afectaba temer. Ha sido una fiesta para el Norte honrado esta vuelta plena de los Estados del Sur a la vida nacional. Lee es nombre mágico, el nombre del general sin tacha que excedió a todos los del Norte en genio, si no en fortuna: el general Fitzburgh Lee, que peleó con su tío y dejó luego la silla de campaña por la de hacendado, ha elegido ahora Virginia, cabeza espiritual aún del Sur, para señalar su regocijo y afirmar, con él por gobernador, su restablecimiento. El Norte se lo aplaude. ¿Cómo no ha de aplaudir, si no hay aldea de Virginia donde el honrado general, que ni sabe ni necesita de lisonjas, habla muy en alto .de la patria común sin avergonzarse por eso de sus héroes: si las ciudades, si los villorrios, si los postes mismos de los caminos que antes vieron fragor y batalla, están ahora envueltos profusamente, al paso del general, en los colores nacionales? ¿si al acabar un almuerzo en Linchburg, todo vestido de gala para recibirlo, una dama del Sur, que padeció mucho de la guerra, prendió en su solapa una roseta con los colores de la Unión, que ahora que corre el estado de paz, lleva el general al pecho a la cabeza de los que fueron sus soldados? Son de ver las ciudades que el general recorre en su camino de candidato: es sol, como es siempre en el Sur; es cielo alegre: es milicia en las calles, banderas sobre las puertas, procesión que no cesa de gente a caballo; junta de pueblos vecinos que se vienen a la ciudad en vagones. No hay ventas: no hay comercio: es el viejo espíritu: es el Estado que renace: es el suelo propio desconocido que cobra persona: es la alegría inmaculada de la patria: ¡todo goce es mezquino comparado a éste!
Pero la procesión es lo que hay que admirar, la procesión de la gente ciudadana. Luego que pasa la milicia, el general, en vestido de calle, se pone a la cabeza de los jinetes que lo esperan: son mil, son dos mil, ¿quién sabe cuántos son? Van de dos en dos, todos en lindos caballos.
El Sur monta bien: el Sur es la luz y es la gracia. No se avergüenzan, no, de llevar las banderas del regimiento a cuya sombra pelearon en la guerra: los veteranos están mezclados con la gente nueva: la bandera amarilla desgarrada, va al lado del pabellón azul y blanco. Van de dos en dos, de dos en dos: no cesan de pasar, no cesa el aplauso de las mujeres de ojos negros que agitan sus pañuelos, desde los balcones, ni de la multitud campesina que repleta las aceras, ¡allá va un veterano manco, con el chaquetín y el calzón gris que usó en campaña! Se puede creer en los que no son hipócritas: se puede tener fe en los que no se avergüenzan de sus entusiasmos. Todavía van, de dos en dos, cuando la cabeza de la procesión entró ya en el camino de la montaña; todo los caballeros llevan al pecho una banda blanca. Así recorre Virginia el candidato en triunfo, sin miedo a pregunta alguna, ni embarazo ni alarde al aludir a la guerra pasada.-Y en las montañas es donde el regocijo toma tamaño bíblico. Los pueblos enteros, mozas y mozos, montan a caballo: allá la casa es abierta, la miel dulce, el trato miel: allá sacan el potro más fino, a que el general lo monte, y mientras aguarda por su caballero, o habla éste en la escuela del lugar a los poblanos que la cercan, o desde el tronco de un árbol les repite que ya la guerra es muerta y el miedo del Norte también, y la vida empieza,-o disponen en mesas de pino el desayuno con sus manos las amazonas de la aldea, que dos a dos seguirán luego al general en procesión hasta el pueblo vecino por los caminos de la montaña.
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 2 de diciembre de 1885