Nueva York, Agosto de 1885
Señor Director de La Nación:
Sola y abandonada a su desdicha, acurrucada junto a sus caciques canosos, con los ojos puestos en sus ponies y en los pies los bordados mocasines, determinan las tribus indias, agasajadas por los emisarios de Cleveland, no mover 1a guerra a que les compelían el abuso y maldad de los agentes del gobierno en el territorio indígena. Porque no los miran, cual debieran los agentes, como a una raza rudimentaria y simpática, estancada en flor por el choque súbito con la acumulada civilización de los europeos de América; sino que los tienen como a bestias; y los odian; y se gozan en envilecerlos para alegar después que' son viles. Ellos tienen sus sabios; sus grandes caudillos; sus diplomáticos cuerdos; ellos son como pájaros graciosos, irisado el plumaje, húmedos todavía del redaño de la naturaleza. Piden con moderación; sufren con paciencia; aconsejan con juicio; pelean con bravura. Pero acá rum y allá hambre, acá prisión y allá castigo, ¿cómo ha de acallar el indio el odio natural al que le robó su tierra so capa de contrato, y lo embrutece y denigra? Madrigueras son esas agencias. Las bondades del Congreso, que para los indios son grandes, no les llegan. Si son de cariño y miramiento, jamás. Si de dinero y raciones, más de la mitad queda en manos de los encargados de distribuirlos. Los viejos con su manto crestado y su rostro real, suelen montarse en "el caballo de hierro" y venir a exponer elocuentemente sus quejas al "gran padre". Y si "el gran padre" tarda en recibirlos, suelen ponerse en pie, mostrando descontento, y dar a entender que no les place la descortesía. Ahora se ha descubierto que los agentes habían forzado a los indios ' a alquilar, por precios nominales, sus mejores tierras de pasto a ganaderos del Oeste; habían respondido a sus quejas con privaciones del dinero y alimento que sus tratados con el gobierno lea aseguraron; habían mermado sin vergüenza la ración de comida y vestido de los indios; habían cobrado al gobierno por años enteros, donde no había más que 2,000 cheyenes, raciones para 4,000 y todo como para ellos. Allí donde el agente es bueno, el indio es manso. El soldado, que pelea con ellos pony contra pony, y los respeta como a enemigo, los trata cual siempre trata un combatiente a otro, aunque de bando opuesto. La muerte y el valor los fraternizan. El soldado trata al indio con cariño:-pues en astucia, en resistencia, en sobriedad, en atrevimiento, en decoro, ¿quién iguala al indio? Los civiles no: los civiles lo odian. Aceptan un puesto en la agencia, porque es pingüe, y ya se ve como un agente se come las raciones de dos mil indios: pero los odia, por esa conciencia brutal de la espalda ancha, que mira con desdén la espalda estrecha; por esa insolente primacía de los rostros rozados, que se ofende de la vivacidad de la gente olivácea, y de su esbeltez y ligereza; y por la obligación misma de vivir entre los indios, los odian. Cleveland ha hecho llegar hasta los cheyenes, por detrás de los montes los soldados necesarios para impedir su revuelta, y frente a frente, con la mano tendida, la cordial voluntad de mantenerlos libres, bien racionados, sin contratos forzosos que les quiten sus pastos, con médico y con escuela. A un vil se le conoce en que abusa de los débiles. Los débiles deben ser como los locos eran para los griegos: sagrados.
Da prenda de infamia el hombre que se goza en abatir a otro. Tiene su aristocracia el espíritu: y la forman aquellos que se regocijan con el crecimiento y afirmación del hombre. El género humano no tiene más que una mejilla: ¡dondequiera que un hombre recibe un golpe en su mejilla, todos los demás hombres lo reciben!
Quedan quietos ahora los cheyenes; los mozos quieren guerra, y acumulan mocasines viejos para dejarlos caer en su ruta en los casos de fuga, como si fueran por donde aparecen caídos los mocasines, y así despistar a los rastreadores; pero éstos tienen olfato de moloso, y los viejos saben que el indio será vencido, porque no puede el pino joven de la selva sujetar a los vientos furiosos que vienen vociferando por el aire y escribiendo en el cielo con relámpagos.
¡Fuérale tan fácil a Cleveland reducir a los peticionarios de empleos corno a los indios! Cleveland viene a New York con todo su gabinete, al entierro de Grant. Como si le sangrara su propio corazón, escribió Cleveland un admirable pésame a la familia del jefe temido por los republicanos. Todo lo ha hecho en su honor: interrumpe sus trabajos; hace día nacional el de los funerales; pone a las órdenes de la viuda; para las exequias de su esposo, las arcas y los soldados de la nación; nombra para llevar las cintas del féretro a los capitanes valerosos que con los ríos al cuello o la maleza al petral de los caballos, embistieron a las órdenes de Grant contra las fortalezas enemigas, y le trajeron su bandera; y a los que la defendieron de Grant y de sus capitanes con grandiosa e infortunada bravura. La primera victoria de Grant fue contra Buckner en Fort Donelson; lo expulsó, lo puso en fuga, lo aniquiló: Buckner llevará una cinta en los funerales de Grant. Johnson. sólo a Lee cedía en talentos, y con él mantuvo invencible, hasta que Grant lo atacó, el ejército rebelde del Potomac: Johnson llevará otra cinta. Y Cleveland, a quien el Sur entero alaba, y la gente desinteresada toda encomia, irá en el séquito, con su paso sencillo de hombre honrado.
Pero no bien quede puesto en la tierra el jefe nacional, con cuyo triunfal entierro ha decidido la nación dar memorable fe de sí, se reanudará la campaña interna del partido demócrata, ni aun por los funerales de Grant enteramente interrumpida. La vieja democracia quiere puestos; por ofrecerlos se han mantenido en la prohombría muchos de los dignatarios del partido: temen bajar de ella si no pueden darlos: y los defienden. Otros lo hacen por saña; y habituados a las vociferaciones de partido, no entienden como es necesario para salvar la República amenazada, purificar el sufragio en que se funda, acá donde la República es verdadera, y donde el apetito de los empleos había engendrado unas despóticas organizaciones políticas que acaparaban la iniciativa y acción de los partidos sin más objeto que llevar al triunfo candidatos comprometidos a dividir con sus encumbradores los beneficios de la victoria.
".¿Pues por qué trabajarán, ni con qué estímulo, los demócratas-se preguntan estos demócratas viejos--si no han de ser recompensados con los destinos públicos por el gobierno que han elevado al poder?" Por la patria: "Por el placer de verla honrada y de ayudar a que lo sea; por el bienestar de la república trabajarán": de esta manera responden sin cejar un ápice de su puesto, Cleveland y sus Secretarios. De sobra entienden que cuando haya vacante que llenar, a los fines del gobierno, a la utilidad de la nación importa, y está en la naturaleza humana, fuera de la cual no se gobierna, que sean demócratas, y no republicanos, los que las llenen: y demócratas las llenan, cuando las hay. Pero subir al poder en virtud del clamor público por la reforma del vicioso sistema de empleos que esclaviza a la nación y pudre el sufragio, y una vez en el poder echar de sus asientos a los empleados útiles y puros, para poner en su lugar a sobrinos, concuños y amigotes, o a la rufianería, que busca votos a cambio de empleos, fuera una traición ignominiosa. Ni gastos innecesarios; ni compadrazgos y favorecimientos; ni repartición de fondos públicos; ni pago de servicios de partido con empleos de la nación. De este programa no se ha apartado el gobierno: de este programa han jurado apartarlo, so pena de derrota en las elecciones próximas, los demócratas viejos, con el vicepresidente a la cabeza.
Hay una ley de empleos que ordena determinada manera de proveerlos por oposición. Aun cuando no compartiera Cleveland el espíritu de la ley, y cuentan que ella fue parte del programa que le dio el triunfo, ley es, ley del Congreso: y como poder ejecutivo, pluguiérale o no, habrá de mantenerla. Y los demócratas viejos quieren que la viole: lo mismo quieren ahora que a raíz del 4 de marzo: que no se provean los empleos como el Congreso manda: que el gobierno demócrata abandone el programa con que se aseguró el poder: que se expulse a todos los republicanos de los empleos públicos: que se ocupen todos los empleos públicos con demócratas: que se mantenga confesamente el principio de que los empleos públicos pertenecen de derecho al partido vencedor. A todo apelan, hasta a la gratitud de la República; a todo, hasta 'a convertir los soldados del gran ejército en mendigos. ¿No fue en días pasados una comisión de ex marineros y soldados a inquirir del Presidente si a su juicio no merecen preferencia para ocupar los puestos públicos aquellos que han servido con las armas al país? Los trató sin crudeza Cleveland; mas les hizo entender que ni él puede hacer más, como vigilador de que las leyes se cumplan, que cuidar de que se cumpla la ley de provisión de empleos del Congreso, ni un puesto público es una remuneración de servicios que la han tenido ya en el honor de prestarlos y en la paga recibida oportunamente por ellos: un puesto público es el desempeño de funciones necesarias, en su grado relativo, para la eficacia y seguridad de la marcha nacional, y sólo debe ocuparlo el que demuestre, como la ley vigente manda, poseer la capacidad necesaria para el desempeño de las funciones a que aspira. Si los ex soldados y marineros obtienen en el concurso grado igual al de otros, el gobierno los preferirá, pues al mérito de competencia reúnen el de haber defendido la unión de la patria; pero el mero hecho de ser ex soldado o marinero no da derecho a empleos nacionales que requieren determinadas aptitudes. Si va a la ruina una simple casa de comercio cuyos empleados no entienden el manejo de los asuntos que se les encomiendan, ¿cómo no irá a la ruina un gobierno, que es casa que gira intereses materiales tanto como morales, con servidores que entorpecen sus operaciones con su ignorancia, pereza o simonía? Por lo menos, un gobierno debe ser tan bien administrado como una casa de comercio, y cuando, como ahora, sucede que con beneplácito máximo en el Estado de Indiana, despide el director de correos de Indianápolis a empleados eficaces y meritorios, a cuatro viudas entre ellos, y pone en su lugar a sus propios hijos, a tres "politicianos", a un sobrino de la esposa del Vicepresidente, parece al fin abocado a una prueba estruendosa la batalla, reprimida desde el cuatro de marzo, entre las alas opuestas del partido demócrata. Se quiere hacer del caso del director de correos un caso de prueba. Los viejos demócratas alegan que el director de Correos ha hecho bien en reemplazar a los empleados republicanos con demócratas serviciales. El Presidente mantiene, cualquiera que sea la opinión y actitud del vicepresidente, que puesto que hay una ley para la distribución de empleos públicos, que establece ante el tribunal competente que los nombramientos que estén hechos fuera de esa ley, o en virtud de oposiciones fraudulentas o de dictamen de jurados parciales, serán nulos. Y ha enviado una comisión a Indianápolis, a investigar si son ciertos los hechos de que se vanagloria el director de Correos. Si son ciertos, vendrán abajo, aunque esto, definiendo enfáticamente la política imperturbable de Cleveland, determine una deserción tan numerosa en las filas demócratas, en las del Norte sobre todo, que no baste a repararla la entusiasta adhesión de los republicanos independientes, cada día más satisfechos de haber prestado a Cleveland su apoyo. Es lo cierto, sin embargo, que fuera de los que padecen por la privación de los empleos, ni el menor desvío de su deber, ni la menor inconsistencia, ni el menor yerro se ha echado aún en cara a Cleveland; y apenas a sus Secretarios: bien que éstos, con unánime ímpetu, aunque sin agresiva destemplanza, están poniendo coto firmemente a las prácticas culpables que traían al erario desangrado y sin crédito al gobierno de la República.
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 3 de octubre de 1885