Nueva York, Julio 6 de 1885
Señor Director de La Nación:
Peor que mendigo está ahora el que fue presidente de Banco, gamonal en Wall Street, este Lombard Street de New York, y cómplice de Ward en los manejos inicuos de aquella firma, cuya historia se contó en estas cartas, de que eran socios el general Grant y sus hijos. Sesenta y dos años tiene el infeliz presidente de Banco, el viejo dado a cosas de mozo, que con brutal crueldad retratan en los anuncios de una farsa que corre por los teatros con el nombre de "Nos, nosotros y compañía".
Ya se recordará que Fish era socio de la casa de Grant y Ward, a la vez que presidente del Banco de Marina, y como presidente del Banco prestaba sin garantías o con garantías simuladas, sumas enormes a la casa de Grant y Ward, por cuyo servicio, que trajo al fin la ruina del Banco con la quiebra de Grant y Ward, recibía de éste sin escrúpulo sumas cuantiosas, fuera de toda relación con el capital que representaba en la firma. De todo género de abusos, ocultaciones y fraudes, fue acusado y convicto.
"Ahí están, decía a los crédulos directores del Banco, las seguridades sobre que en uso de mis facultades de presidente he prestado a Grant y Ward tal suma": y los crédulos directores acataban: y las seguridades o eran menos y diferentes de las que él decía o eran un mazo de papeles en blanco.
Estas y aquellas condiciones exigía con razón el Banco a las casas a que prestaba las sumas confiadas a él, y al presidente exigía que las investigase bien y no prestase sin ellas: y Fish ponía toda la fortuna del Banco, toda la fortuna de centenares de depositantes, en manos de una casa que no reunía ninguna de estas condiciones, sino que por todos se había de sospechar que carecía de ellas. A Ward, aún no se ha hallado manera de entablarle acusación: Fish, tiene ya puesto el vestido de listas del penitenciario.
Y otro millonario ha ido también por dos años a prisión. A la sombra de un contrato con el gobierno, que le habilitaba para introducir libres de derechos los cristales que convino en suministrar a los edificios públicos de Filadelfia, importó, sin pagar derechos, grandes valores en cristales destinados a su particular comercio. Se comprobó el fraude. A un hijo mayor de veintiún años, a quien mezcló el millonario en sus operaciones, por ser joven lo dejaron libre, con mil pesos de multa y una severa plática del juez: el millonario, está en la penitenciaría.
Persiguiendo abusos semejantes emplean a la callada lo más de su tiempo los Secretarios de Hacienda, Interior y Guerra y Marina. Uno, suprime de un rasgo de pluma trescientos empleados inútiles. Otro, rechaza al contratista mimado por los republicanos, por violación probada del contrato, un buque de guerra de seiscientos mil pesos de valor, que los asesores de la Secretaría habían declarado ya en la administración anterior proyectado y construido conforme al convenio. Otro, ordena la suspensión de los trabajos en la oficina litográfica del gobierno, mantenida a gran costo, so pretexto de abaratar la obra de litografía que necesitan las publicaciones oficiales, mas sin oficio real, a no ser el de producir un número excesivo de retratos de diputados y senadores sin derecho a ello.
Mucho trabajan los Secretarios en eso, en ver que ningún republicano que disfruta de un empleo sea acusado por pura codicia de las faltas que pudieran hacérselo perder, y en sacar de sus puestos prontamente a los que de veras las hayan cometido, que son reemplazados entonces por demócratas puros.
Sorpresa como la que Cleveland dio a los políticos de oficio del Estado de New York, ha habido pocas. El puesto de colector de la aduana de New York es, con el de director de correos, el más apetecido de todos los del Estado, y por el que lo obtiene se juzga del carácter del gobierno que lo nombra, porque ha sido siempre un político de influjo en el bando cuyas simpatías desea el Ejecutivo conservar. Grande era la expectación desde hace meses.
Los demócratas viejos, los que mantienen su derecho a los despojos de la victoria, volvían a amenazar al Presidente con privarle de sus votos si no agraciaba con el puesto a un hombre de su bando.-"Pues si lo agracia", decían los republicanos benévolos, "su partido lo ha vencido y el reformador ha muerto". "Si da la colecturía como la dirección de correos, a un republicano", decían los demócratas, "desdeña a sus partidarios, y permitiremos nuestra derrota en las elecciones de noviembre".-", si es demócrata el colector, ¿de qué clase de demócratas será; de los perseguidores de empleos, o de los que sirven a su partido con mejores fines: será el candidato de Tammany Hall, el cuartel de la gente irlandesa y la política de gula, o el de la democracia del Condado, donde los hábiles lo son en pro de los buenos principios y de los hombres honestos?"-"Personaje ha de ser; sea republicano o demócrata, sea de Tammany o del Condado."
Cleveland nombró por fin el colector. Era demócrata y no era personaje. No era el candidato de los perseguidores de empleos, sino el de los hombres honestos. Era un excelente hombre de negocios, de notable práctica en las operaciones aduaneras, de capacidad y honradez sumas, y punto menos que desconocido entre los políticos de oficio. El aplauso llegó al cielo: no de los demócratas famélicos, que, sin tener reproche que hacer al nombrado, se mordieron los labios. De manera que Cleveland no cede. Lo que ofreció, lo cumple.
No ha venido, so capa de reforma, a continuar en provecho de su partido una política viciosa; sino que conocidos los vicios públicos, y elegido para extirparlos, reforma de veras.
¿Que los de Missouri piensan que el gobierno no satisface bastante las aspiraciones de los demócratas a los puestos públicos? Pues Cleveland lo siente por Missouri, pero cree que todo hombre debe avergonzarse de confesar que sirve a un partido político por los provechos que le vengan de él. Y tras esta contestación, el senador que la provocó, no vuelve, y Missouri no pide más destinos.
La energía del Presidente va plegando la aparatosa de sus opositores que, aunque se sienten apoyados por el Vicepresidente Hendricks, notan que a éste no vale para hacer triunfar sus doctrinas el andar de discursos por ferias y colegios apuntando que no le parece bien la política del Presidente.
Por cierto que si en nuestras tierras sucediese que un vicepresidente indicara en público su desaprobación de la conducta del gobierno, parecería esta natural manera de tentar la opinión y ejercer legítimo influjo, una exhibición lamentable de nuestro díscolo espíritu latino, y de ambicioso y traidor sería lo menos que se adjetivaría al vicepresidente. Pues acá se hace también y no parece mal. Acá se hacen también muchas cosas que nosotros hacemos. Es que, en tanto que tengamos en empresas útiles modo apropiado de emplear nuestras inteligencias, éstas, enfermizas de puro ociosas, de puro inactivas irritadas, con poco que ver fuera de sí, se vuelven contra sí, y como el alacrán, se hieren con su misma ponzoña. Siempre que se ve mucho, constante, y acaso únicamente un mismo objeto, el objeto llega a parecer deforme. Así nosotros: de puro mirarnos a nosotros mismos no nos conocemos.1
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 21 de agosto de 1885
1-A continuación Martí se refiere a asuntos de la América Latina.