Nueva York, Julio 6 de 1885
Señor Director de La Nación:
Está la mesa llena de los diarios del mes. Es mes ocupado; pero no en cosas mayores: en rebatas, en partidos de pelota, en carreras de caballos, en exámenes de colegios, en simulacros y ejercicios militares, en congresos de sacerdotes y de músicos, en preparar el viaje a Europa, a aplaudir a la esposa del ministro inglés Churchill, que es americana y acaba de -dirigir y ganar la elección de su marido al Parlamento; o a New London a ver las regatas entre los remadores de la Universidad de Harvard y "os de la de Yale; o a Long Branch, a festejar abundantemente a los marinos franceses que han traído a New York' la estatua de la Libertad; 'ó "a Saratoga, que es cada año lugar de certamen y exhibición de las hermosas; o a Peekskill donde a la sombra de las pestañas de las lindas niñas, acampan, so pretexto de ejercicios militares, los soldados elegantes del 79 regimiento, que son de lo granadito de New York, y muy mimados y regalados por las damas; o a Richfield Springs, donde veranea la gente sensata, o a las montañas de Catskill, a rusticar en paz, y echar afuera, enfrente de la hermosura y grandeza naturales, los miasmas de alma y cuerpo que echa en ellos todo un año de vida en la ciudad.
En política, Cleveland no ceja, y va por donde iba, conciliándose cuando puede las voluntades de los "politicianos", y arrollándolos cuando la honestidad del servicio público lo ha menester; ciego estará quien no vea que, aunque los desengañados le ladran, el país lo aprueba.
En religión, antes de viajar por Canadá en velocípedos,-¡cincuenta clérigos van a dar este verano la vuelta al Canadá en velocípedos, en calzón corto, camisa de franela y casquetín de paño!,-antes de salir, con los dineros que suelen regalarle sus corporaciones, a veranear por California, donde hay valles que hacen pensar en el Señor, o por Europa, de donde vuelven con asuntos nuevos para sus teatrales sermones de invierno. recogen los clérigos en pláticas eminentes sus doctrinas del año; y a manera de la lluvia de estrellas, con que rematan las funciones de fuegos de artificios, acaban con brillantes discursos, que sintetizan su enseñanza pasada y prolongan la futura, el curso de pláticas anuales, colección casi siempre de estudio sobre los sucesos y problemas del día, matizados con versículos bíblicos y unas tantas invocaciones al Señor.
En tribunales, Iseult Dudley, la que disparó su revólver sobre el feniano 0'Donovan Rossa, ha sido absuelta, con escasa persecución del fiscal, so pretexto, que de pretexto no pasa, de que es lunática: y dos millonarios han ido a la penitenciaría.
En literatura, no hay casa que no se tenga prometido leer el libro de la hermana del Presidente, que apenas salga leeremos también nosotros acá en La Nación; ni hay veterano que no se haya suscrito a las memorias de Grant, de las que ya murmuran que no las ha escrito él, sino e! talentoso de la casa, el viejo y letrado general Adam Budeau, que es Pílades de este Orestes que se muere, rodeado de sus hijos, en una casa de campo. Así también se dice de las memorias del general Páez, quien manejó mejor la lanza que la pluma,-¡la lanza a cuyos botes huía, con sus entrañas de tigre, Monteverde!-y contó sus recuerdos, para que los escribiese, al cubano Mantilla.
Otro libro hay notable de los publicados en este mes. "Un Colón sin gloria" se llama el libro nuevo de Vining, a quien los americanistas acusan de romanesco y novador, como al abate Brasseur, quien solía dar por cierto lo que le parecía y se llevó de Guatemala, lo cual no ha hecho Vining, riquezas de librería antigua que generosamente pusieron en sus manos los guatemaltecos.
Todavía anda sin publicar una obra en diez tomos sobre la antigua Centroamérica, del alemán Behrend, donde dicen que se ven, bien traducidos, aquellos títulos de propiedad indígenas, que eran la historia de cada casa, y tanticos en coloreada imaginería que no parecen documentos de dominio, sino mantos de plata luciente, revestidos de piedras preciosas, colas de aves del paraíso, segmentos de arcos iris.
Edward P. Vining, con mejores fundamentos que el abate Brasseur para muchas de sus teorías, mantiene en un recio octavo de 700 páginas, que otros Colones hubo que no fueron el genovés, y el primero de ellos el monje budista Hwin Shan, quien con otros monjes de Buda, salió de Afganistán, y entró por el estrecho de Behring en América, de donde volvió después de sendos años, contando maravillas del industrioso pueblo que habitaba la tierra de Tu-Sang, cuyas señales de tal manera coinciden. según el manuscrito de Hwin, con lo que por entonces era México, que ni del viaje del monje budista se puede dudar, ni de que los Tusang-ecos eran los mismos mexicanos "que tenían unos relucientes espejos de piedra, y unos tejidos muy semejantes a la seda, y unas plantas de que hacían de beber y sacaban cuerdas, y una manera de escribir con pinturas que ya contenía los principios de un alfabeto de sonidos, y unas ovejas muy crecidas, con grandísimos cuernos, que eran en todo como las ovejas, de cuernos tales que cada uno pesaba cincuenta libras, y Coronado cuenta haber visto por cerca de Chibola.
Como en México hay todavía la tradición de la visita de Hwin Shan, en que se cuenta que llegó por el Pacífico, y traía barba larga, y todo el cuerpo cubierto de extraños vestidos, con los que anduvo respetado y enseñando su religión por varias comarcas de México, la crítica no toma a fantasía el libro de Vining, sino que lo juzga muy puesto en razón; y parece que ya se ve salir vivo, de detrás de los anuncios que dicen en los cristales de las librerías "An Inglorious Columbus", a aquel que vino a América, y no esclavizó, ni mató, ni trajo a gente de matar, sino que enseñó y amó, y se volvió a Asia sin más almirantazgo que su con. ciencia satisfecha, ni más trofeos que sus honradas barbas.
Y en literatura de periódicos, los periodistas de New York se reunieron en el salón de lectura del club de la Prensa, a oír cómo su presidente. Olmos Cunnings, en un discurso, que comienza con la mismísima frondosa imagen con que empiezan las notas de Castelar sobre Víctor Hugo, saluda al más anciano de los periodistas neoyorquinos, fuerte también como la encina, y ni atemorizado por el trueno. ni deslumbrado por el rayo. Fue de los que vio venir como si todos los soldados de la tierra se hubiesen juntado en una llanura, a los suntuosos rebeldes del Sur, sobre el Norte, indefenso, y embrazó la pluma, la pluma sagrada. que pone la resolución en el ánimo de los héroes, y fortalece y corona a los soldados.
Henry B. Stanton se llama el periodista octogenario: y, ¡entre qué gentes le tocó vivir, y cuánta fortuna es vivir en tiempos grandes, y cuánta desdicha ser grande en tiempos pequeños.
Lincoln, Horacio Greeley, Federico Douglass;-tales, y todos como ellos fueron los hombres de su tiempo. Cuando Stanton ensayaba la pluma que había de ser famosa, Erastus Brooks, celebrado hombre de prensa, estaba de mancebo en una pulpería: Federico Douglass, el esclavo orador, recogía semillas en una hacienda del Sur; y Lincoln ganaba seis pesos al mes manejando una balsa de transporte en el río Ohio, y, ¡cómo han andado los hombres, de entonces a ahora!
Hoy, seis horas después de que el corresponsal del Herald se inocula en el brazo el virus colérico del bravo valenciano Ferrán, por todos los Estados Unidos se publica, con tan minuciosos detalles, que la fantasía de los quesos de Zola, o la de las ropas blancas, los envidiará: y entonces, aunque en pro y en contra se apasionaba aquí la gente con los sucesos de Napoleón, tardaron sesenta y cinco días en tener noticia de su derrota en Waterloo. Y los correos que repartían los periódicos por los campos servían a los periódicos a la vez de correos y de cronistas. De 120 diarios-dijo Stanton esa noche-que he visto fundar en esta ciudad de New York en lo que llevo de vida, sólo han perdurado seis: veinticinco millones de pesos he visto gastar estérilmente en aquéllos. Y Erastus Brooks recordó lo que le dijo al tomarlo a su servicio, su señor el pulpero, con cuyo consejo le ha ido después muy bien en el periodismo: "Erastus, aquí tengo trabajo para ti: échale agua al ron, moja el tabaco, ponle arena al azúcar, y enseguida, a rezar a la iglesia."
"¿Qué más -añadió Erastus- se necesita para ser un buen periodista?"
Son de ver los campamentos del mes de junio. Allí van como si fuesen de guerra, los regimientos de milicianos de ciudades mayores y menores; allí se ensayan en las artes del buen marchar y el mal dormir, y las durezas de la guerra; allí, si llueve, con el fusil al hombro lo tienen de sufrir; y si el sol quema, de quemarse han, como si les pareciese bien, con el fusil al hombro. Los milicianos, que en las ciudades tienen suntuosos cuarteles, allí viven cosa de una semana en tiendas de campaña; de comer, rancho; de beber, leche y agua de soda; de vestir, el uniforme; de dormir, el catrecillo de campamento, y con la mano sobre el arma, y la cabeza en la gorra, porque a lo mejor suena el clarín, en lo más fresco de la madrugada, y el que no esté a tiempo en fila, como el que falta a cualquiera otro deber del soldado, paga su pena, que suele no ser floja, como el año pasado, en que por haber faltado al respeto a una fornida moza de la vecindad, un sargentín de muy lindos bigotes, y mayores dineros, fue degradado ante las filas, y expulsado a redoble de tambor de su regimiento. Todo el día lo pasan en aprestos y ensayos de guerra; en marchas; en guardias; en avanzadas; en simulacros de encuentros. Suelen ir a verlos, en carruajes de fiesta, grandes partidas de damas, que aquende, como allende, gustan de los vestidos coloreados y de las armas relumbrantes; y luego que la temporada de ejercicios termina, bien que se baila, y se entregan de veras los soldados de afición a las amenidades sociales: por cada rama, que estas juntas y bailes son casi siempre en lugares frondosos,-asoma, tendido el arco y aguzada la flecha, un amorcillo : y de noche, aun cuando la disciplina lo prohíbe, y suele seguir al pecado el arresto, so capa de que redactan un informe, o auxilian a un enfermo, o asisten a bien morir a un compañero que en su catrecillo perece de risa, se reúnen los más amigos a jugar a las cartas y a otras cosas prohibidas. La disciplina engendra un deseo: el de infringirla.
Otras veces, no son los caballeros jóvenes de casas ricas, ni los de modesta fortuna y sincero entusiasmo los que acampan en los grandes parques de las ciudades o a la sombra de bosques tupidos; sino gente hecha a las armas, o diestra en sus ejercicios, que viene desde los Estados más distantes a competir por premios de dinero, que las ciudades ricas allegan sin dificultad, para aquellas compañías que mejor marchen, o ataquen, o se defiendan, o dirijan sus tiros. Se hacen procesiones verdaderas de estos milicianos lucrantes, que de ciudad en ciudad; so pretexto de campamento militar, van exhibiendo sus habilidades marciales, sobradas siempre de amigos, muy sobradas de amigos por desdicha, y repartiéndose buenamente los premios que ganan al paso.
Y como que, de abril a julio, cuanto elemento público, asociación o gremio hay en los Estados Unidos se congrega en algún grato lugar a debatir sus intereses, no es extraño que al plegar sus tiendas, al son de los tambores y los pífanos, los soldados veraniegos, tropiecen con los músicos que van a una sala vecina a levantar la suya, los unos, los de la derecha, tras un cabecilla alborotoso de ojos salvinianos y mostacho negro, que pone por sobre su cabeza a Bellini; los otros, los de la izquierda, a grandes trancos, capitaneados por un luengo señor de corbata blanca, rala barbilla, y gafas de oro, levantando, a par que andan, los brazos al cielo, y alabando a Wagner.
Los sastres también han tenido su congreso este mes; y los albañiles y los zapateros.
Y los indios han tenido también su congreso: un congreso de guerra. Los cheyenes, que ya en 1878, cansados, de padecer vejámenes a manos de los agentes del gobierno, se rebelaron y fueron causa de preocupaciones, gastos y guerra seria,-están descontentos. Entonces, tuvieron razón. Ahora, puede ser que la tengan. Entonces el gobierno los desatendió y los provocó a la guerra. Hoy, en cumplimiento de la promesa de mirar por los indios que en su discurso de inauguración hizo Cleveland, envía a un comisionado de paz, a inquirir sus razones de queja.
En 1878, ¿cómo no se habían de sublevar los cheyenes, si los agentes del gobierno en las reservas de indios, les robaban, los esquilmaban, los sometían a trabajos inicuos, les negaban la medicina y el alimento?
E1 Congreso vota, de sobra, dinero para atender bien a los indios so. metidos; mas era uno de los bochornos públicos en tiempo de la administración republicana la repartición que los empleados del gobierno hacían en su favor de las sumas dispuestas al pago de los contratos del gobierno con los indios, en forma de escuelas, tierra cultivable, aprestos de cultivo, medicamentos y raciones, con que se compensaban las tierras cedidas de mal grado por las tribus.
A los cheyenes del norte, los sacaron de sus hogares, en la agencia de la Nube Roja, y los llevaron con los cheyenes del sur, al territorio indio. A1 año, se huyeron, saqueando a su paso. ¿Cómo no, si morían uno sobre otro de malaria, y semanas enteras había, en que no se les daba un medicamento; si en vano se quejaban de que les habían traído de sus hogares fríos y sanos, en que prosperaba su naturaleza, a una tierra ardiente y pestífera, donde se secaban los senos de las madres, y la piel no servía más que para dibujar los huesos de los pequeñuelos; si el gobierno contrató con ellos pagarles por su tierra, entre otras cosas, con raciones, y los agentes se negaban a darles las raciones que eran suyas por contrato, y su único recurso de alimento, a menos que no acabasen un trabajo rudo que no tenían obligación de hacer?
Se huyeron, y con no poco esfuerzo y muertes injustas, fueron acorralados en las tierras pestíferas, a ser mejor tratados, mas no tanto que ahora, en unión con otros indios que llegan a cinco mil, no den señales de una temible revuelta, que acaso evite el mensaje de buena voluntad que les lleva el comisionado del gobierno.
¡Y dicen ciertos caballeros de naríz canina, porque los ven infortunados y desnudos, y a veces, por culpas históricas que ahora se pagan, violentos y feroces, dicen que los indios son gente inferior, buena sólo para envainar la espada o encajar la lanza! ¡Esa es la inmigración que mejor nos estaría acaso, o ayudaría mucho a la otra: nuestros propios indios! Acá, en los Estados Unidos no tanto, que son pocos: pero nosotros, ¿cómo podemos andar, historia adelante, con ese crimen a la espalda, con esa impedimenta? Lo que los indios son, o pueden ser, lo enseña el senador Ingalls, que ha vuelto del territorio de los cheroqueses, adonde fue en comisión del Senado, que quería saber la verdad en ciertas materias. Ingalls, que es uno de los senadores más renombrados por su elocuencia y juicio, viene maravillado de lo que ha visto en las tribus: ¡pues no tienen un gobierno democrático, con un jefe elegido por sufragio, y su Senado y su Congreso, que cada año se juntan! Tienen sus tribunales, con jueces también electivos; tienen su sistema de penas, tan ordenado como el de los blancos; y no tienen leyes para cobrar las deudas, porque entre ellos no hay deudas.
¡Y escuelas! ¡Los cheroqueses tienen escuelas! ¡Cincuenta por ciento del dinero público de los cheroqueses es empleado en las escuelas! Dondequiera que hay trece niños reunidos, levantan una escuela, y la proveen del mejor maestro que hallan: y ha de ser bueno el maestro. La escuela tiene dos habitaciones, como las de Utatlán, de los cachiques que a botes de lanza exterminó Alvarado: una habitación es para las niñas, y para los niños otra: de las escuelas de Utatlán salían los niños indios en procesión, a aquel sol suave, con sus vestidos blancos: ¡salían cantando! Los edificios de escuelas de los cheroqueses son de apariencia noble, y el gobierno cheroqués no sólo paga los maestros, sino que viste y alimenta a los alumnos: y cuando éstos completan la educación que puede darles la escuela india, como que en su territorio no quieren los cheroqueses a gente blanca, mandan a los estudiantes a los colegios famosos de los Estados Unidos, a Darmouth., a Yale. A los blancos, los quieren bien; pero de lejos: sobre todo, no quieren colonos blancos en sus tierras. Indios sí: cuantos vengan.
Y el senador Ingalls viene asombrado de la manera en que los cheroqueses, "con ventaja, dice, sobre cuanto pueblo civilizado conozco", tienen. resuelto el problema de la distribución de la tierra.
Toda la tierra pertenece en común a la tribu; lo que no excluye la propiedad, ni el derecho de traspasarla según las leyes de la tribu; pues la tierra es del que la cultiva, eso sí, mientras la trabaje, porque en cuanto el propietario de la tierra no la trabaje, vuelve al común. Alientras la cultiva, es su propiedad absoluta. Cualquier cheroqués puede cultivar cuanta tierra le plazca, con tal de no llegar sino como hasta un cuarto de legua a distancia de los linderos del vecino. Con esto se impide la acumulación de vecinos en pequeñas comunidades, que a juicio de los cheroqueses favorece la holganza y sus vicios. Y con que la tierra vuelva al común tan pronto como su propietario no la cultive, se estorba que una misma mano llegue a poseer mucha tierra, y cuanto viene de eso. 70,000 habitantes tiene el país de los cheroqueses: no hay ni un mendigo.
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 20 de agosto de 1885