Nueva York, Abril 15 de 1885
Señor Director de La Nación:
En los Estados Unidos fue uso siempre, desde la época de su fundación, en que los demócratas de ahora se llamaban republicanos, y los que en tendencias se parecían a los republicanos de ahora, federalistas, -el cambiar, de la raíz al tope, todos los empleos cada vez que, aun cuando fuera del partido mismo, y sobre todo cuando el partido cambiaba, entraba en el Gobierno un Presidente nuevo. Mas entonces se debatían intereses esenciales, y las pasiones de los que batallaban por decidir la suerte futura del país eran ardientes e inconciliables, y tan opuestas sus tendencias que con los unos no podían gobernar los otros. Triunfaron definitivamente al fin los mantenedores de la Constitución; y sus adversarios, seco ya aquel primer campo de batalla,- entraron a reñir, con menos ira, y ya sobre el país fundado, en los campos menores que la política corriente iba ofreciendo. Y desde antes de la guerra se hubiera notado este decrecimiento de pasión; y esta reducción de la contienda por el gobierno a una contienda de métodos administrativos y económicos, a que está reducida ahora, si no hubiera quedado aún en pie aquella cuestión esencial, preñada de problemas y de llamas, la cuestión de la esclavitud, que trajo al fin, como lo previó Webster, la guerra.
Con los amigos de los esclavos no podían gobernar los enemigos
Por las diferencias constitucionales primero, y por las esclavistas luego, se concibe cómo, ni aun en manos de aquel clarísimo Jefferson, pudo el gobierno librarse de la práctica, entonces necesaria, de cambiar casi totalmente los empleados públicos a cada Presidencia. Mas extinguida con la guerra, en tanto que se presenten nuevos problemas, la última diferencia esencial, llegóse a ver, como en estas correspondencia. queda minuciosamente explicado, que de la viciosa manera de distribuir los empleos, y del ansia de ellos, venían, ayudados de los apetitos de las grandes empresas y los miedos de los capitalistas, los defectos graves del sistema político, que iban ya penetrando en la Nación. Casta de holgazanes. Casta de legisladores traficantes. Nación indiferente. Los que dan el poder con sus votos en lia con los que distribuyen los provechos que vienen de la posesión del poder. El Ejecutivo a las órdenes del Legislativo en las funciones que son de aquél, para el buen rodaje nacional. El Legislativo a las órdenes de los electores.
A quien no ofrece puesto, no se da voto. De modo que ya se dijo a la nación se iba a pique, o se veía modo de poner fin a estas rapiñas y vergüenzas. La reconstitución moral de la República, seriamente amenazada, había de empezar por la reforma en la distribución de los empleos. Cleveland, ascendido al poder en virtud de estas doctrinas, y contra los miembros de su partido que las desatienden y ridiculizan, ¿tendría en el poder entereza bastante para afrontar la amenaza, la injuria, la burla, la calumnia, el desdén, el abandono, que habrían de apilar sobre él, como han apilado, los demócratas viejos, celosos de su influjo en tiempos que las cuestiones eran otras, ,y los buscadores de empleos que, en acuerdo con las antiguas costumbres, más que por el triunfo de un sistema político, trabajan por un cambio de gobierno que les asegure puestos de lucro correspondiente a sus servicios? Pues Cleveland ha tenido esta entereza:-y esa frase explica todo lo que ahora, con inflamada verba, llena los diarios, republicanos o demócratas.
Vienen de los Estados disputaciones especiales, con largas listas de candidatos para los empleos ocupados por los republicanos, y al pie de ellas, firmas de los demócratas que en los Estados mandan en los votos; -pero los republicanos, si han sido honrados, en los empleos se queda, y las diputaciones especiales, recibidas sin mucho agasajo, a sus Estados se vuelven, aunque sin las listas, que por orden de turno quedan cortésmente registradas en las Secretarías a que los empleos pertenecen.
Era con los otros Presidentes, en estos meses de la primavera del año de la inauguración, una antesala del Conde Duque la casa presidencial; y el Presidente para nada más tenía tiempo que para oír recomendaciones y demandas, y esquivarse o prometerse: con Cleveland, los solicitantes comenzaron, si bien con parsimonia, a invadir la Casa, mas de tan firme manera fueron los más señorudos enviados para reforzar su empeño al Secretario a que el puesto solicitado incumbía, y el Secretario con la entereza daba a entender que el viejo tiempo es ido, que a poco ya estaba tranquila la Casa Blanca. Antes, a cada entrada de Gobierno, representantes y senadores acudían a cada Secretario con la lista de los empleados de sus demarcaciones, de antemano adjudicados a los que les habían ayudado mejor, ya en su propia elección, ya en las demás del partido; y fuera del natural contrapeso de influencias rivales de otros republicanos o algún deseo particular del gobierno, los empleos iban, so pena de la hostilidad del representante en el Congreso, a quien éste señalaba, por lo cual era visto como el dispensador de puestos públicos en su distrito: y como los senadores son electos de más indirecta manera, que comprende demarcaciones democráticas, estaba esto concertado de modo que a los republicanos pertenecía, como de derecho natural, la distribución de los empleos de su distrito entre sus secuaces; y a los senadores la de los empleos de los distritos demócratas, lo que ara tan sabido que cuando un demócrata quería un puesto, al senador o diputado republicano lo- pedía, no al suyo, que en tal arreglo no tenía manera de influir en las Secretarías;-y sucedió naturalmente que al venir al poder los demócratas, a sus senadores y representantes enviaron sus pretensiones los aspirantes, y aquéllos, ya en casos estrechos con su recomendación personal, ya en casos comunes endosadas con su firma, las presentaron al Presidente o a los Secretarios; mas la austeridad de éstos ha puesto la honradez en moda, y el senador que más se muerde los labios, y el representante que más murmura de un ; sistema que le pone en riesgo a su juicio la elección próxima, hacen gala de no ser vistos por las Secretarías, u ocultan que alguna vez lo fueron.
En cuanto a empleos, cambios ha habido, inevitablemente en todos aquellos empleados que por la naturaleza de sus funciones, han de estar para que éstas sean eficaces, en acuerdo con el espíritu y métodos del gobierno cuyas ideas administrativas aplican. Los representantes en el extranjero se han cambiado; los jefes de secciones en los departamentos; el personal privado en cada uno de éstos; el personal directivo de aquellos ramos confesamente necesitados de reforma. Mas en un caso conspicuo, para el que los republicanos observadores y los demócratas viejos, se apretaron su mejor cinto y batallaron sobre su mejor caballo,-en el caso de Director de Correos de New York,-un republicano probo, que no torció nunca a servicios de partido su correo, y ayuda con voz y acto a la reforma, iba a cesar, por expiración de término, en su puesto. El comercio lo deseaba. Toda la ciudad, y el Estado todo, lo apoyaba.
¿Para quién trabajó la democracia; para los republicanos? Pues si Cleveland deja en la Dirección a Pearson, contra nuestra voluntad, la voluntad de los demócratas de New York- suceda lo que suceda,-¡ya verá Cleveland! En estas y mayores razones andaban los demócratas viejos, que en New York son los más" y acaso en toda la Nación, cuando se supo, con mucho regalo de la parte honrada, y con mucha ira de los "borbones", que Cleveland, asesorado por demócratas ilustres, había hallado ejemplar la conducción de la Casa de Correos por el empleado republicano; y lo dejó en su puesto. Las amenazas culminaron. La rebelión alzó las armas. Los "borbones" pronosticaron la derrota del partido en Noviembre, que sin duda desean, para forzar con este escarmiento a Cleveland a que acate su sabiduría y les ceda la jefatura del partido. ¡Cleveland, sin duda, estaría ya arrepentido frente a su oposición, de haber nombrado al republicano:
Sucedió en esto que el Comisionado de Pensiones, porque cierta señora que tiene un buen empleo había ofendido en cosas políticas a un amigo suyo, le pidió por telégrafo, a uso republicano, que enviase su renuncia; a lo que respondió la señora que quitarle el puesto, lo hiciera el Comisionado; pero renunciar ella, no. Y el Comisionado acaba de ser nombrado por el nuevo Gobierno: éste es otro caso de prueba. Es verdad que la señora ha vociferado un tanto, y como desafiado al Presidente. Mas no parece que éste dé razón al empleado demócrata, sino que, caso de que la señora no desfigure su derecho, con provocaciones excesivas, Cleveland estará por la señora.
Y en el nombramiento de representantes en el extranjero, que por su importancia precedió a todos los demás, igual fue la sorpresa, cuando si bien en irreprochables individuos no recayó la elección en aquellos prominentes personajes del partido en quienes, por haber ganado antaño glorias en contiendas domésticas, todos tenían puestos los ojos, mirando más en los destinos una recompensa que un trabajo. Mas Cleveland los considera evidentemente de esta última manera, y no de aquélla; por lo que no eligió para los altos puestos de la diplomacia políticos de mera reputación nacional, o meros magnates demócratas, sino aquellos que, a las condiciones generales de antecedentes y cultura que han de asegurarles el respeto que su situación exige, reúnen en cada caso las condiciones especiales necesarias para resolver las dificultades que él presente.
A Inglaterra, en diplomacias consumada, que con los Estados Unidos tiene pendientes cuestiones tan importantes como la validez del tratado Clavton-Bulner y las de la extensión de derechos de los irlandeses naturalizados, americanos en Irlanda, envió al caballero Phelps, tan llano como discreto, muy conocedor del carácter y legislación de Inglaterra, y maestro eminente de ley internacional.
A Francia, donde el conocer a los franceses tanto importa, mandó a quien lo es en modales y aficiones, y se educó entre ellos, al caballero Me. Lane, muy distinguido. A ,Alemania manda a Pendleton, no por ser. como es, demócrata de mucho viso, sino porque el alemán lo habla como el inglés, y las cuestiones pendientes o probables con Alemania, sobre su general ilustración, le son de particular conocimiento.
Y a España, ni siquiera un demócrata nombra; sino que como el republicano Foster inició, y llevó a su estado actual el tratado de comercio entre los Estados Unido; y las Antillas, que asegura sin duda a aquéllos la dictadura comercial en éstas, ruega a Foster que permanezca en su puesto, por lo menos hasta que termine el tratado. En tal espíritu han sido hechos los nombramientos restantes de Ministros y Cónsules. Sólo al Perú va un caballero que, aunque conoce un tanto sus asunto.--. y no tiene tacha, tampoco cuenta derechos especiales: por más que parece que el Secretario de Estado espera mucho de las cualidades (le que sabe poseedor a Mr. Buck, entre las que es la primera un decidido respeto a la independencia de los países a que los representantes diplomáticos van acreditados. A Chile va de Enviado un caballero de buena historia política, varia y limpia fortuna y distinción personal: el coronel Roberto. A México, como acatamiento a los derechos del Sur, y cumplimiento a la cultura y aficiones mexicanas, envía Cleveland el general confederado Jackson, persona literaria; y de mucha moderación y riqueza.3
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 5 de junio de 1885
Había cumplido con su deber irreprochablemente. Pero si, para otros puestos, bien que de espíritu político, y para hacer la reforma que ya este republicano tiene hecha, se habían nombrado demócratas; ¿por qué a su salida natural de empleo no habría de nombrarse en su lugar a un demócrata? ¿Qué demócrata es Cleveland, y cómo considera a su partido, que así va a poner en manos de un republicano la Dirección de Correos de New York, que dispone de mil setecientos empleos? ¿Cómo se contentará sino con este puesto deseado, a tanto prohombre demócrata de New York, que puede dar a los republicanos el triunfo en las elecciones de Noviembre, y de Brooklyn, que también combatió por Cleveland?