Nueva York, Abril 14 de 1885
Señor Director de La Nación:
Otras batallas se lidian ahora en Washington, diversas de las que se libraron en aquellos días. Batallas son de empleos y de damas.
Las damas, por sus puestos de precedencia ¡quién lo dijera de la republicana Casa Blanca!; por empleos, los políticos de profesión de los Estados, todos, que ya se van volviendo, cariacontecidos y sin credenciales, pero que todavía, de cuando en cuando, apoyados por los demócratas antiguos, se aprietan unos contra otros, como los bisontes, y arremeten unidos, levantando gran polvo, con los cuernos rasando la 'tierra, contra las puertas cerradas de la Presidencia y las Secretarías, que a nueva guisa, y no a la añeja, están distribuyendo puestos pocos; mas ya estos buscadores de empleos están desapareciendo de lo visible, como los bisontes. Sólo que, llenos de despecho, reaparecerán por todo el país, obedeciendo acaso al mandato de la vieja democracia irritada, para impedir, con todo género de esfuerzos de palabra y obra que en la Convención de delegados demócratas que cada cuatro años se congrega para designar el candidato del partido a la Presidencia, vuelva a salir electo, aunque el partido corra riesgo de volver a la derrota, "¡ninguno de estos ridículos demócratas mozos que pretenden que la gente trabaje por la victoria de un partido que se niega después a darles empleos!" Aunque esto harán los solicitantes despechados, con auxilio de los demócratas de antaño que ven desdeñados sus métodos y maltrecho su influjo en los altos cónclaves demócratas, sin recordar, que, entre otras reformas, anda en camino la de esas mismas convenciones electorales que no son asambleas oficiales de la Nación, sino un modo privado de los partidos de discutir y presentar sus candidatos a la Presidencia, en vez del modo antiguo que consistía en que los representantes y senadores de cada uno de ellos en Washington se reuniesen en convención para acordar y nombrar el candidato.
Y la reforma acaso irá más lejos, puesto que actualmente, las convenciones de los Estados, que son los riachuelos que dan en el río mayor de la Convención Nacional, designan a los votantes que las obedecen, los electores presidenciales, encargados por la Constitución de escoger el Presidente de la República; y como los partidos están organizados de manera que no la han de votar fuera de la cédula adoptada en las convenciones, o es inútil el voto, se está estudiando por gente de peso un plan de elecciones presidenciales que no sujete a los electores nombrados por los Estados a la dependencia absoluta de las decisiones de la Convención que los designa, a la cual están ahora sujetos; sino que, ya que el nombramiento de los electores es irresponsable, puesto que lo establece la Constitución, éste sea hecho de manera que el tribunal de ellos escoja libremente de entre todos los candidatos, o fuera de éstos si le parece bien, el que haya de ser Presidente de la República. Gran batalla será ésta, y no menor de la que acá se necesita para ir salvando a esta Nación de la corrupción y desastre que, a seguir por las vías porque iba, le aguardan; mas todavía no está cercana. La de los empleos es la que se riñe ahora.
JOSÉ MARTÍ
La Nación. Buenos Aires, 2 de junio de 1885