Con alegría verdadera, y agradecimiento al caballeroso editor, ve Patria en el número de estreno de "Los Domingos del Diario Comercial" de Veracruz, las primeras páginas del libro nuevo del filólogo cubano José Miguel Macías. Llámase el libro Erratas de la Fe de Erratas de Don Antonio Valbuena; y ya luce desde el prólogo su erudición de raíz su estilo inquieto y familiar, y su crítica franca y generosa, el autor triunfante del Diccionario Cubano de las Raíces Griegas y Latinas, que es a derechas todo lo que queda del latín viable, y del Tratado de Desinencias, que es obra de ahorro y expresión, donde se fija y acentúa el valor de nuestras palabras. De oquedad y follaje padece el castellano, y no hay como la etimología para ponerlo donde están, por su precisión y utilidad, el inglés y el francés. Tal como anda, el castellano es lengua fofa y túmida; y cuando se le quiere hacer pensar, sale áspero y confuso, y como odre resquebrajada por la fuerza del vino. José Miguel Macías es de los que le conocen a la lengua los manantiales; y del mucho saber, y suponer que todos saben tanto como él, suele parecer lo suyo intrincado en lo que es transparente, y difuso de pura energía, porque es su ciencia terca y rapante, que no deja el asunto hasta que está en el mero hueso, y con él desnudo golpea en las puertas, del enemigo acorralado, -a reserva de darle a comer su propio corazón, y ponerle cubierto de honor en su mesa, como hace con el picafaltas de Valbuena, que es de los que le tiene mal a un monte que críe en una hendija un verso cojo; y tachará a la nube azul porque lleva, en una gota de agua, una diéresis en vez de una coma. Por "sus estupendos disparates" cae encima a Valbuena el Vicerrector del Colegio de Veracruz; pero de buen grado le reconoce, por aquí o por allá, "gran pericia, modo magistral y envidiable criterio". Y a vueltas con los traviesos localismos veracruzanos que de lejos ponen cierta oscuridad en los análisis del filólogo, da Macías sobre Miguel de Escalada como el que sabe sobre quien sabe menos, y pone de ligero y segundón, en res etimológica, al alevoso y colérico autor de los Ripios Ultramarinos.
Era en Veracruz, hará como un mes, y en una noche que Patria no puede olvidar. Los españoles habían sido corteses, y los cubanos admirables. Se había hablado poco y hecho cuanto se tenía que hacer, porque sólo la gente nula y ruin pierde el tiempo en lengua, y entre los hombres reales las cosas quedan hechas a las pocas palabras. A las siete llegó un viajero ansioso, y ya a la madrugada, lleno de orgullo el corazón cubano, iba a leer como descanso del alma contenta, los libros del patriarca de la casa, de José Miguel Macías. El cuarto era vasto, lleno de imágenes piadosas, y junto a la cama señorial estaba el velador lleno de libros.-"¿Y va usted a leer esas vejeces? Si me va a leer, venga a oírme algo nuevo".-Y aquel anciano de ojos vivaces y paso juvenil, aquel septuagenario que con corazón de mozo había preparado en un día activo al viajero una noche de obra útil y júbilo profundo, aquel maestro cargado con la faena de tres generaciones, y la labor de aquella noche elocuente y asidua, avivó la luz, en el noble comedor de aquella casa de trabajo y honradez, donde la esposa ha sido leal y los hijos amantes y laboriosos, y hasta que salió el sol leyó sus Erratas de la Fe de Erratas el batallador Macías. Como pelea de veras fue aquella lectura: él desgrana su análisis, que se ve entonces claro y felicísimo. y lo comenta con la voz, y le clava el resumen al enemigo en el testuz, y remata el argumento con la pasión de la verdad. En su etimología no entran ladrones. La fantasía suele entrar, pero como ayuda y chiste, y porque toda ciencia empieza en la imaginación, y no hay sabio sin el arte de imaginar, que es el de adivinar y componer, y la verdadera y única poesía. La lámpara se debilitaba; pero no la voz del laureado anciano, cuando defendía de una nimiedad del Valbuena a caballero literario tan pulcro y cuidadoso como José Roa Bárcena, que es por cierto amigo de España y academias, a quien el de Lavapiés tiene en menos porque emplea la ancianidad honrada de tenedor de libros: y a poeta tan elegante, y de tan universal sentido de belleza, como Manuel Gutiérrez Nájera. En verdad que se sentían junto a aquel anciano trabajador cariños de hijo. ¡Cuba así, como sus naturales, vive oscura, o a medio vivir, cuando sólo necesita de la libertad para poner en la labor y la luz el mérito errante de sus hijos! Pero Macías, al menos, vive, erguido y amado. en un pueblo de hermanos.
Otra belleza tiene este libro de Macías que no es para callada; y es que se lo edita José Pérez Pascual, español de nacimiento, y tan amigo de la justicia, que no entiende que el haber nacido en Cuba excuse al hombre de la obligación de amarla. Pérez Pascual le ve a Macías el corazón sin saña, le oye el discurso revolucionario, jamás le oye palabra baja y vil contra el español de nacimiento. Y le abre su casa, y con sus más nobles tipos le imprime en "Los Domingos del Diario Comercial" su libro nuevo,-como nosotros abriremos mañana nuestra patria libre a los españoles de buena voluntad, nuestros padres y nuestros hermanos. El odio canijo ladra, y no obra. Sólo el amor construye. Hiere, y saca sangre a los hombres, para amasar con ella los cimientos de su felicidad. Será justa la América hermosa.
Patria, 8 de septiembre de 1894