Nueva York, 1892
Mi muy querido Gonzalo:
Por supuesto que debe Vd. publicar su Primera Ofrenda. En este mundo no hay nada de verdadero más que la nobleza y la hermosura. Créese virtud, créese arte. Vd. es bueno y es sobrio: ni tiene miedo a la verdad dolorosa ni rebusca pompas: admira a los bravos y ama a los humildes: es necesario encender los corazones: publique su libro
Y es lo primero que le da derecho a publicarlo, en cuanto a literatura, aquel vigor nativo, que no se depone sin riesgo ni se olvida impunemente, por donde su alma natural, criada en el ahogo de estas chimeneas, muestra en el fuego y la ternura la persistencia de la entidad local, que vive dentro de lo humano con sus métodos y fines propios y no se acomoda a los ajenos sino para estancarse y desaparecer. Lo del libertador San Martín es la verdad: "serás 1o que debes ser; o si no, no serás nada". Contra la verdad, nada dura: ni contra la Naturaleza. El Canadá francés, ni inglés quiere ser, ni norteamericano: quiere ser francés. Loa mexicanos de California, después de cincuenta años de vida con los Estados Unidos, no quieren ser de los Estados Unidos: quieren ser mexicanos. Vd., levantado desde la raíz en los colegios del Norte, donde lo preferían, y en sus sociedades, donde lo alababan, y ton lo más puro de un pueblo, que es su juventud, conoce en sí lo imposible del acomodo, lo fútil y funesto del acomodo;-y es cubano.
Y ser cubano ahora no es tan ameno como cuando vivíamos, en driles y jipijapas, del crimen diario que a todos nos daba de comer; ni tan fácil como en aquellos años de la primera heroicidad, cuando no se le veían las espinas a la gloria, y pareció bastante el sacrificio de la muerte para la fundación de la república. Ser cubano ahora no es gualtrapear y ventanear, ni encintarse el pie y desvanecerse por no salir del ladrillo, alrededor de una cintura libidinosa. Ni es montar a caballo, sin más pericia que la ansiedad de lo sublime, y merodear, entre chispazos épicos, por una guerra en que el desacuerdo inevitable había de poder al fin más que la virtud. El cubano ahora ha de llevar la gloria por la rienda, ha de ajustar a la realidad conocida el entusiasmo, ha de reducir el sueño divino a lo posible, ha de preparar lo venidero con todo el bien y el mal de lo presente, ha de evitar la recaída en los errores que lo privaron de la libertad, ha de poner la Naturaleza sobre el libro. Ferviente ha de ser como un apóstol; y como un indio, sagaz. Ice todas las sangres estamos hechos, y hay que buscar al compuesto modos propios. Con una página de Macaulay no vamos a gobernar las escuadras de Guantánamo. Vd. es cubano de los nuevos, que estudia a la vez letras y hombres, para no caer en la incapacidad irremediable de los que, encorvados sobre la mesa de escribir, no ven bullir e imperar a sus puertas la Naturaleza. Vd. no espera el correo de Europa o de los Estados Unidos, para saber cómo manda pensar la última novedad, y aprender como verdades recién nacidas lo que el sabio real calla, de puro olvido. Vd. tiene alma trágica, que es lo que los cubanos han de tener por el tiempo que corre; pero ya apunta en Vd. la sensatez que la doma y dirige, y sin la cual la tragedia necesaria y útil se va por el desaliento y el desorden. No es posible vivir en la tragedia perpetua: ni sin ella.
A las raíces del libro de Vd. quiero ir; porque un libro es estopa y espuma si no arranca naturalmente del carácter. No me dé Vd. café rehervido. No me dé Vd. claveles de invernadero. No me le ponga Vd. a la camisa del guajiro cuello de Londres. No me sirva Vd. en cucurucho de Galdós o en un rizo de la señora Bazán, albaricoques de Francia. Lo que celebro en Vd. es el acuerdo entre el primer libro de su juventud y el estado de espíritu en que lo produce. La ingenuidad es lo que celebro en Vd., que no se pone a ver cómo calca la idea y el lenguaje a los autores de moda, sino que vierte en las páginas vírgenes sus primeras ternuras y rebeldías. La fuerza es lo que le celebro, por donde ha osado ser quien es, aunque me lo tachen de poco, o de desconocedor de estas revistas y aquellos folletines, que yo sé que Vd. conoce como el que más, sólo que no se los pone de pensamiento ni de corazón, sino que aguarda las emociones naturales, y las revela en símbolo sencillo. La piedad ardiente celebro en Vd., y ese amor suyo por los caídos de la tierra, que en fin de cuentas son los únicos fuertes, y dan más goce con una mirada agradecida que el que dan, por las falsas alturas del mundo, el poder y la riqueza venenosa. La indignación le celebro, la indignación potente, de donde saca su fuego la oratoria, y el pensamiento su medicina. La realidad le he de celebrar, por donde, en la crisis de muda y batallas de tanteo de la época en que vive, prefiere ir preparando el juicio superior al equilibrio y fundamento que quedarán de ella; y en lo más encendido de su alma, en las cosas santas del país, ni se amilanó por los cuentos incompletos o interesados de la derrota conveniente, ni esperó paz y política de los que viven sin ellas, ni afeó su pasión de libertad con el deseo fanático del estudio de los elementos necesarios para constituirla, ni se arrulló con esperanzas infantiles. La adivinación he de celebrarle a V d., por donde, con el testimonio innegable que lleva en sí mismo, entendió que la juventud nueva de Cuba no anda toda-como por acá o por allá anda-cosida a un tobillo de mala mujer, partiendo la baraja con los capitanes ladrones, remedando, viles, la lengua y los vicios de los asesinos de su patria. No, mi querido Gonzalo: Vd. es un hombre a quien puede uno apretar sobre su corazón.
Si de ahí viene a su libro la unidad que pudiera faltarle por los varios temas; si es el espíritu sincero y viril lo que se lo embellece y levanta, ¿a qué he de decirle que resulta beldad de ese ajuste del lenguaje a las emociones, de esa independencia de las literaturas cansadas de afuera, de esa honradez que le quita la pluma de la mano cuando la idea madre está en el papel, y sólo quedan las palabras hinchadas e inútiles? Prefiero verlo errar por la prisa a caer por el rebuscamiento: prefiero, al caballo que baila, el caballo que piafa: prefiero verle entrarse impaciente por el castellano, tronchando con el gusto de la vuelta una que otra flor, a verlo de mendigo de las literaturas extranjeras, fatigándose en vano por acomodar a un molde exótico el alma criolla: en los ríos que nacen se ve lo que en Vd.: que luego serán serenos y anchos, cuando lo hayan ya henchido los caudales de la vida; pero al nacer bajan del monte alborotados y bullentes, centelleando al fuego del día, y cargados de flores y de hojas.
Ya sé yo que el libro que Vd. quiere escribir está donde no se ve, y es libro de obras buenas, que son la excusa y la calma de la vida.
Conténtese, en estos años de preparación, con ayudar, como su libro ayuda, al respeto de la virtud, a la piedad de los hombres y a la unificación de nuestra América.
Lo quiere mucho, por su alma brava y piadosa,
JOSÉ MARTÍ
1 Esta carta sirvió de prólogo al libro de Gonzalo de Quesada y Aróstegui. "Mi primera Ofrenda", publicado en Nueva York a principios de 1891.