La Juventud tributa hoy justo homenaje a la memoria del poeta cubano Antonio Sellén: bien merece que los jóvenes lo recuerden con amor aquel que nunca dejó de ser joven. Hijo de una tierra donde todavía no ha salido el sol, pasó la vida triste buscando con afán la poesía verdadera, y puso en poesía castellana cuanto hay de enérgico y hermoso en los poetas nuevos. Ennobleció el destierro con un trabajo constante, templado por un carácter que no empañó nunca la malicia, y embellecía la pasión por la hermosura ideal, que lo tuvo siempre en un estado de íntimo deleite, más grato que los goces volubles del mundo. Era hombre de notable cultura y de juicio sagaz; pero el corazón se le inflamaba, aun en los últimos años, cuando veía volar un pájaro libre sobre su cabeza, o deshacerse una nube por el cielo azul. Sus quejas fueron como de alondra, que vuela alto. Su poesía fue como su vida, serena y ejemplar. Fue dos veces poeta bueno, porque fue buen poeta y buen hijo.
En Nueva York lo recuerdan sus muchos amigos con el afecto que inspiraba aquel enamorado de la poesía pura, que prefirió poner en su lengua nativa los modelos extranjeros a vestir con versos nimios y hojosos las pocas imaginaciones que dejan en pie la esclavitud y el destierro, más propios para maldecir que para cantar. Nunca se le veía sin un libro de versos curiosos en el bolsillo holgado de su gabán de poeta. Hoy era Kerner, mañana Baudelaire y mañana Petoeffi. No buscaba lo extravagante, sino lo genuino. En cuanto hallaba una de esas ideas perdidas entre las hojas, como las violetas, o resplandecientes como el puño de un sable magiar, la ponía en su verso español, seguro y macizo, y otras veces gallardo y ligero, cuando no arrogante, si había vileza que castigar, y armado de una bella cólera. En su poesía propia fue tierno y sentido, y notable por la pureza de sus deseos, el fervor de su caridad humana, y sus simpatías con todo lo ingenuo y poético del mundo.
Son inspiradas como una obra original, sus traducciones de Parisina y El Prisionero; en sus Joyas del Norte tanto es el mérito de la versión, que no se sabe a veces si el brillo es de la piedra sueca o danesa o de la montura castellana; en los Ecos del Sena, el verso es suelto, henchido y de buen número; la estrofa se le enciende y relampaguea cuando en Conrado Wallenstein fustiga a los tiranos. Pero lo más bello de él fue la amistad fiel que mantuvo toda la vida con su noble hermano Francisco, poeta de mérito nuevo y singular; su amor constante por la libertad y la belleza; y aquel respeto a la poesía que le hizo desterrar de ella la verba de abalorio y la pompa vana.
La Juventud, Nueva York, 1 de julio de 1889