No ha de afearse con lamentos falsos la cesación natural de una vida larga y feliz, empleada amorosamente en el servicio de la patria. La triste compañera mirará con desconsuelo, en días que ya para ella no tendrán sol, el sillón vacío en que Cuba agradecida ha puesto, donde descansaba la cabeza del anciano, una corona,-¡una de sus últimas coronas!
Pero estas tumbas son lugares de cita, y como jubileos de decoro, adonde los pueblos, que suelen aturdirse y desfallecer, acuden a renovar ante las virtudes, que brillan más hermosas en la muerte, la determinación y la fuerza de imitarlas. Y la lección tiene más eficacia cuando no es el muerto uno de aquellos hombres preparados por el 'fuego de la imaginación o la intensidad de la conciencia, al heroísmo que lleva en su singularidad y en sus desdichas como el decreto de no imitarlo; sino un carácter manso y acaso tímido, apegado a los goces y honores del mundo, y a la calma celeste de la sabiduría, que con su labor de toda la existencia, con su resolución en un momento heroico, con su serenidad en los años de desdicha, con su paz ejemplar y el crédito de su nombre, enseña a los cobardes que para ser cauto, y hombre de casa y felicidad, no se necesita dejar de ser honrado.-La inteligencia es don casual que la Naturaleza, soñolienta a veces, pone en el cráneo de un vi¡, como pone en un cuerpo de hetaira la hermosura: a muchos hombres se les puede dejar la espalda descubierta de un tirón, y enseñar el letrero que dice claro: ¡hetaira! El don propio, y medida del mérito, es el carácter, o sea el denuedo para obrar conforme a la virtud, que tiene como enemigos los consejos del mundo y los afectos más poderosos en el alma.
Americano apasionado, cronista ejemplar, filólogo experto, arqueólogo famoso, filósofo asiduo, abogado justo, maestro amable, literato diligente, era orgullo de Cuba Bachiller y Morales, y ornato de su raza. Pero más que por aquella laboriosidad pasmosa, clave y auxiliar de todas sus demás virtudes; más que por aquellos anaqueles de saber que hacían de su mente capaz, una como biblioteca alejandrina; más que por aquel candor moral que en tiempos aciagos, y con la bota del amo en la frente, le tuvo entretenido, como en quehacer doméstico, en investigar las curiosidades más recónditas de su Cuba, de su América, y los modos más varios de serles útil; más que por aquella mezcla dichosa de ingenuidad y respeto en la defensa de sus juicios, y por la sencillez e ingenio con que trataba, como a amigos de su corazón, al principiante más terco y al niño más humilde; más que por aquella juventud perenne en que mantuvieron su inteligencia el afán de saber y la limpieza de su vida, -fue Bachiller notable porque cuando pudo abandonar a su país o seguirlo en la crisis a que le tenían mal preparado su carácter pacífico, su filosofía generosa, su complacencia en las dignidades, su desconfianza en la empresa, sus hábitos de rico, dejó su casa de mármol con sus fuentes y sus flores, y sus libros, y sin más caudal que su mujer, se vino a vivir con el honor, donde las miradas no saludan, y el sol no calienta a los viejos, y cae la nieve.
Nació cuando daba flor la horca de Tupac Amaru; cuando la tierra americana, harta de pena, echaba a los que se habían puesto a sus ubres como cómitres hambrientos; cuando Hidalgo, de un vuelo de la sotana, y Bolívar, de un rayo de los ojos, y San Martín, de un puñetazo en los Andes, sacudían, del Bravo al Quinto, el continente que despertó llamando a guerra con el terremoto, y cuajó el aire en lanzas, y a los potros de las llanuras les puso alas en los ijares. Nació cuando la misma España, cansada de servir de encubridora a un gitano, se hallaba en un bolsillo de la chaqueta el alma perdida en Sagunto. Nació cuando, al reclamo de la libertad que les es natural, los americanos saludaron la redención de España, la luz del año doce, con acentos que al mismo De Pradt parecían dignos, no de colonos de Puerto Rico y Veracruz, "sino de los hombres más instruidos y elocuentes de Europa". Nació en los días de Humboldt, de padre marcial y de madre devota, el niño estudioso que ya a los pocos años, discutiendo en latín y llevándose cátedras y premios, confirmó lo que Humboldt decía de la precocidad y rara ilustración de la ;ente de la Habana, "superior a la de toda la América antes de que ésta volviese por su libertad, aunque diez años después ya muy atrás de los libres americanos". Pero no Bachiller, que se cansó pronto de latines, por más que no les perdió nunca aquel miramiento de hijo, y aquella hidalga gratitud, que fueron bellezas continuas de su carácter, a punto de hacerle preferir alguna vez que le tomasen por hijo tibio de la patria que adoraba, antes que por ingrato.
Estudió en el colegio de San Carlos, no cuando aún daba con la puerta en la frente a los que no venían de cristianos viejos "limpios de toda mala raza", o trajeran sangre de negro, aunque muy escondida, o fuesen hijos de penitenciado de la inquisición, u hombre de empleo vil, hereje converso o artesano; sino cuando el sublime Caballero, padre de los pobres y de nuestra filosofía, había declarado, más por consejo de su mente que por el ejemplo de los enciclopedistas, campo propio y cimiento de la ciencia del mundo el estudio de las leyes naturales; cuando salidos de sus manos, fuertes para fundar, descubría Varela, tundía Saco, y La Luz, arrebataba; cuando, hallando la sátira más útil a la libertad que el idilio, con ella y con sus discursos bregaba Hechavarría por sustituir en las aulas el derecho castizo a la Instituta, y el estudio de lo presente a la ciencia de momia, que anda ahora resucitando la tiranía en las Repúblicas americanas, so capa de literatura y academias; cuando los discípulos del alavés Justo Vélez, que en español enseñaba a los españoles su derecho y no en latín, andaban por plazas y cortinas disputando en favor de la novedad, con sus cuadernos bajo el brazo, con el fuego y orgullo con que se juntaban en los cerros de París los jóvenes abelardinos. Abajo, en el infierno, trabajaban los esclavos, cadena al pie y horror en el corazón, paré el lujo y señorío de los que sobre ellos, como casta superior, vivían felices, en la- inocencia pintoresca ,y odiosa del patriarcado; pero siempre será honra de aquellos criollos la pasión que, desde el abrir los ojos, mostraban por el derecho y la sabiduría, y el instinto que, como dote de la tierra, los llevó a quebrantar su propia autoridad, antes que a perpetuarla. Era de rayos aquella elocuencia, de ariete aquella polémica, de ángeles aquella caridad. El aire era como griego, y los conventos como el foro antiguo, a donde entraban y salían resplandecientes de la palabra, los preopinantes fogosos, los doctores noveles, con su toga de raso, los escolares ansiosos de ver montar en su calesa amarilla de persianas verdes, a aquel obispo español, que llevamos en el corazón todos los cubanos, a Espada que nos quiso bien, en los tiempos que entre los españoles no era deshonra amar la libertad, ni mirar por sus hijos. A Vélez, el alavés, lo seguían por las calles, bebiéndole sus lecciones, los discípulos enamorados. A Ramírez, el castellano viejo, lo acompañó en su entierro la Habana entera, con muestras de congoja. A Espada, el vizcaíno, se lo arrebataban a la puerta del camposanto los jóvenes cubanos, con tal empeño por probarle amor, que en aquella lengua de oro que se llevó consigo los saludaba así nuestro tierno Luz: "¡Oh juventud divina! ¡Oh época de la vida más honrosa para la humanidad, porque te dejas regir del corazón, sin conocer la ponzoña del egoísmo! ¡Vosotros me conmovisteis y conmovisteis a todos los presentes, jóvenes conpatriotas míos! ¡Vosotros volvisteis a hacer brotar la no agotada fuente de mis lágrimas, y vosotros me hicisteis gustar con noble orgullo que era habanero el corazón que en mí latía!"
De aquellos cubanos ardientes y españoles buenos, aprendió Bachiller sus leyes y sus cánones, y el afán, secundado por su naturaleza activa y generosa, de emplear lo que sabía en servicio de la patria y comunicarlo desinteresadamente. Firma "Tirso" o "Saeta" su prosa del Diario de la Habana, más nutrida que correcta, como era entonces de uso, y es "Alcino Barthelio" en "los versos que todo hombre escribe en ciertos años de la vida". Ya escribe dramas y traduce comedias. Ya estudia pictógrafos, y busca por el Príncipe lo que queda de los pobres taínos,-unas cuantas vasijas rotas y los montones de huesos de los caneyes. Ya, por el saber probado en los exámenes y en las academias, tiene la mesa de caoba llena de pleitos, que despacha a pura ley, porque no hay rama o caso que no halle enseguida, con hojear un poco en la memoria. Pero ¿puede ser feliz quien sólo es útil a sí propio?: él disputará a plumas más hechas el premio de la Sociedad Económica sobre el tráfico libre del tabaco, y obtendrá el premio: él anhela enseñar, y es catedrático aplaudido de Prima de Cánones, que era ciencia en aquel tiempo, en que ya no .vivía la Isla, como cuando Las Casas, viendo lucir en paz sus talentos hermosos, sino entre cadalsos y somatenes, con un bando al alba y un muerto a la puesta, traída y llevada a latigazos, como un perro sin dientes, por un capitán feroz, que lograba cerrar las puertas de las Cortes a los antillanos en quienes recelaba ver brillar la elocuencia superior de José Mejía, aquel formidable, aquel injusto Argüelles.
¡Pero han de volver, sin duda, los tiempos de Espada! ¿Qué importa que Tacón mande la Isla como señor de horca y cuchillo, echando perros a los hombres, y barcos a los generales que obedecen la ley nacional, la ley que él pisotea? ¿Qué importa que quieran hacer de la isla una mancebía, e imperen en ella, no ya Escobedos y Govantes, sino barbones de cuarta en puño, ahítos de onzas, que sientan payasos a su mesa, como los castellanos del tiempo de los feudos, y cuando quieren música, la tienen de alaridos de dolor, de los alaridos de los esclavos, que bailan con el son de la cuarta, y de las risas de sus mismos com. pañeros, al sol que no baja sobre el maestro de danza rayo en mano?
¡Esta sombra pasará! ¡Está aún tan cerca el día en que hombres como Saco y Varela, como Luz y Delmonte, como Carrillo y Osés, agradecían, con una alocución que parece de hijos, la "Academia Cubana de Literatura", que mandaba fundar Cristina! Esos mismos generales, que reciben a los colonos con las manos en los bolsillos, para no darles la mano, y de pie, para no ofrecerles asiento, acatan de vez en cuando a un caballero negro, músico de oficio, que reclama con entereza la capitanía ganada de real orden por un acto de valor; o persiguen, cuando les retoza la virtud, algún acto punible de sus mismos paisanos o atraen, con falsa miel, a los criollos ilustres que no pueden creer falto de buenas intenciones al que se vale, aunque a hurtadillas, de sus trabajos y consejos, y les entretiene la ira con encargos patrióticos y empleos amables.
Bachiller es ya alma de la Sociedad Económica, que de nadie tiene más trabajos, ni de aquel mismo pasmoso Noda, en sus Memorias injustamente olvidadas. Por su mismo denuedo se gana la amistad del general a quien se opone. Ya el general no quiere más asesor que él; pero "eso sí, que no se sepa". Bachiller sirve al general, en lo que conviene a su patria, porque ni la distinción le desagrada, ni tiene miedo de que le falte en un trance apurado la honradez, ni cree que ha de perderse la ocasión de mejorar, con un átomo hoy y otro mañana, la suerte del país.
Ya es de todos sabido aquel afán de ciencia, y aquel modo sencillo de enseñarla. Ya vence al sabio más laborioso de Cuba; a Noda, en la polémica sobre la lengua de los isleños aborígenes, que de seguro no es maya, como Noda cree, sino más de Haití y de Cumaná, que de los imperios donde ya sabían de marinos y de negros. Ya de Dinamarca y de los Estados Unidos lo declaran socio de honor por sus estudios sobre América y sobre los Ericks y los Bjern y la hermosa Gudrich que la conocieron antes que españoles e italianos, como hoy saben cuantos leen, pero entonces andaba escondido en vejeces y códigos, en que gastaba el erudito lo más de sus ganancias. Ya es juez hoy y mañana tesorero; vocal de todas las juntas, ponente de las comisiones difíciles, autor de libros agrícolas e históricos, maestro al fin de su ciencia querida, donde él ve juntas, con la armonía de Krause, la razón del hombre y la autoridad de Dios, su ciencia de "Derecho y Religión natural", que enseñará como la entiende, pacífica y universal, en un texto copioso. Funda periódicos, donde el modo prudente de pedir el bien de Cuba, no quita un ápice a la fuerza del concepto. Persigue la trata de negros, en que los generales son cómplices de los barbones de cuarta en puño, y se reparten las onzas de la venta a tanto por barba. Llega a creer, por admiración candorosa e impaciencia excusable, que su país de raza pelinegra, puesto por la desdicha en la boca abierta del lobo, hallará la libertad, sin la guerra terrible, en la boca del lobo pelirrubio. Trabaja, en cuanto parece renacer en España la justicia, con el general Serrano, que lleva a las Cortes las quejas sinceras de los criollos que trató con guante, trabaja con Asquerino en La América, con Félix Bona. Luz muere. y él cuenta a los españoles quién era Luz, ¡que todo lo era! Es ya persona de gran cuenta, representante tácito, por ambas partes reconocido, del país ante sus mandarines, director del Instituto, que le pone atado en las manos un plan de estudios necio, -cuando vuelven de Madrid abofeteados como en 1337, aquellos hombres ilustres que en el sigilo insolente de las sesiones de información, no brillaron tanto por su empeño generoso y sagacidad inútil esta poner de acuerdo dos términos políticos que no admiten amalgama, ni pueden resolverse sino por exclusión, como por el brío con que abogaron, en las manos de sus enemigos, por los derechos públicos. Cuando vino por tierra toda razón de fe en la justicia española, anunciada como al llegar, con los mismos argumentos, y las palabras mismas, que habían de repetir veinte años después intrigantes interesados y diputaciones noveles; cuando a un pueblo que se disponía a morir por la libertad, se le declaraba, cuarta en puño, incapaz de ella, Bachiller, como todo el país, sintió el rostro encendido e impacientes las manos. "¡La guerra es bárbara, dijo, y no creo que será nuestra la victoria; pero entre mi país a quien le niegan lo justo, y el tirano que se lo niega, estoy con mi país!" Y se embarcó el maestro, con los apuntes para su próximo libro sobre tabaco, o sobre pozos. o sobre si Luis X tuvo hijo o no, o sobre el Centón, o sobre el Coctus, o sobre Madoc el irlandés, o sobre los críticos nuevos de Gioberti, porque de todo sabía con abundancia y firmeza: se embarcó sin volver los ojos a su instituto cubano, a su banco cubano, a su casa amplia, de los cubanos tan querida, a su biblioteca famosa, en aquellos vapores a donde los niños se entraban por las escotillas, sobornando a los marineros con el reloj, para irse a pelear. Los vapores traían la carga de hombres. ¡Oh, flor de la patria, no se puede recordarte sin llorar!
Y vivió en estos fríos, sin que la mudanza de fortuna le agriase la mansedumbre, con aquella sanidad ejemplar que le daba fuerza de mente, en su vida de prócer habanero, para acabar traduciendo versos pomposos de Lefranc de Pompignan el día que había empezado cotejando el libro de Horn sobre orígenes de América, con la relación del pobre lego Ramón Pane, escrita por mandado de su señor el almirante; o rematar, en el desahogo del domingo, un estudio sobre los nombres del aje, o la región de los omaguas de casco de oro y peto de algodón, o un comentario sobre lo que dice Moke de la raza pacífica de las Antillas en su "Historia de los Pueblos Americanos".
Nueva York mismo, harto ocupada para cortesías, le daba puesto de honor en sus academias; y no había asiento más bruñido que el del "caballero cubano", en la biblioteca de Astor; porque de otra cosa no muestra vanidad, pero sí de que sepan cómo estuvo en la biblioteca por última vez en tal día".
Daban las tres, cuando el trineo del lechero madrugador sujeta en la nieve de la puerta las campanillas; y ya estaba a su mesa, sin que el frío le arredrara, componiendo su "Guía de Nueva York", su carta al Siglo XIX de México. en que cuenta al correr de la mano las cosas yanquis, sus libros de texto para el excelente "Educador Popular", su artículo del día para El Mundo Nuevo, su diario de la revolución, donde con aquella alma franca y sin malignidad ponía cuanto de heroico, contradictorio o feo veía a su alrededor en aquella época confusa. El autor de "Cuba Primitiva", donde está "mitigando el entusiasmo", cuanto se sabe sobre antigüedades antillanas, y como la flor de lo que se ha escrito sobre la América aborigen; el autor de los "Apuntes para las Letras Cubanas", en que no hay nada que poner, salvo un poco de orden, porque ya en sus relatos, ya en sus biografías de hombres ilustres, de Arangos y Peñalveres, de Heredia y Varela, de los Castillos y la Luz, está, desde sus albores hasta la mitad de este siglo, cuanto recuerda de sus maestros e institutos Cuba reconocida; el autor de aquel libro aún inédito sobre los palenques donde se refugiaban, a vivir libres con sus hijos a la espalda, los bravos cimarrones; el autor que más materiales ha allegado acaso para la historia y poesía futuras de un pueblo ¡ay! que debe vivir, quiso dejar de su mano, para ejemplo de políticos y caudal de la leyenda, lo que con su juicio sereno percibía de pernicioso o útil en nuestros elementos, y con su alma poética admiraba en aquella mocedad que no le preguntaba al interés, sino a la honra, cuál era el mejor modo de vivir: ¡allí las procesiones de jóvenes armados, el ejercicio a la luz de los ojos y a la sombra de las banderas, las despedidas de la novia, la madre echada por tierra, abrazada a las rodillas de sus tres hijos. que no han vuelito!: ¡allí los desastres increíbles, las esperanzas locas, las pasiones enanas!
Y luego de escribir bajaba a pie, revolviendo despacio las mesas de los librovejeros, por si hallaba un "tomo de Spencer que no valiera mucho'', o de Darwin, que "de ningún modo le parece bien", o "un Cazelles que anda por ahí, y dice con mucha claridad todo eso de evolución y disolución simultáneas, y de lo homogéneo que se integra y lo heterogéneo que se desvía, que veo claro como la luz, mi joven amigo, porque yo siempre he creído que en todo se va por grados, en las cosas de los pueblos como en las del alma". Un día compraba un "Millevoye" de Ladweat, con su lámina de Millevoye, sentado libro en mano en lo sombrío de una roca, para ver si en esta edición tenía cierto verso el adjetivo feliz que le puso Heredia. Otra vez llegaba dichoso al término del viaje, que era la librería de su yerno Ponce de León, porque en un mismo estante había encontrado la edición de Lardy de Derecho Internacional de Blüntschli, y la Fascinación de Gulf, donde se cuentan, con mitos semejantes a los de los indios de Haití, el nacimiento y población de los cielos escandinavos. ;Qué no daba él por una lámina de un dujo, con su espalda de piedra taraceada de oro, o por un cigarrillo de los toltecas de las siete ciudades; o por un apunte nuevo sobre las metamorfosis del haitiano Guaganiona, que le interesaban más que las de Ovidio; o por un areito del famoso Bohequio, que debió cantar la muerte fiel de la bella esposa Guanahata; o por una buena pintura del muro de Mitla, todo de grecas del más fino dibujo, que él copiaba con líneas minuciosas, como las que Catherwood le puso a Stephens! Luego se iba, alegre por el cariño que todos le mostraban, a tomar nota en lo de Astor, "porque no tenía ejemplar suyo", de las biografías que escribió para los "Apuntes", donde no pone su persona por encuna de la que describe, ni busca en lo oficial y aparente el carácter, sino en Lo íntimo y pintoresco, ya Espada dando voces para que le muden de prisa "aquel altar churrigueresco" por otro "¿sencillo, sencillo!" de oro y caoba; ya el valiente Ramírez, que desahoga la pena de su honradez atacada, en las cartas a Atango; ya Luz, a quien recuerda con mano amorosa, no por esta pompa o aquella, de las pocas que tuvo su vida, sino en las reuniones de "nuestro Sócrates": "¿dónde está el habanero que se atreva a sustituir al fundador del Salvador en esas improvisaciones bellas, desordenadas por su familiaridad, nutridas de fe y esperanza, radiantes de caridad y amor al bien?". En la biografía de Arango acaso fue donde dejó ver una defensa disimulada, y albo como de la propia persona: "Arango, dice, no podía ser nunca un revoltoso: hombre de orden y con los hábitos de la magistratura, hubiera sido un contra
sentido: más, una ingratitud indigna para quien joven aún habrá merecido las más notables consideraciones del gobierno local y del supremo".
En esas biografías es donde, con la fuerza del asunto, se muestra más elegante y agraciado aquel estilo suyo, deslucido por su hábito de emitir sin condensar, que no le venía por cierto de falta de poder para mirar de arriba, en sus ramas y relaciones, las ideas madres, sino por aquel bello desinterés con que escribía, más cuidadoso de la noticia útil. que a otro sirviera como a él, que de la fama que pudiera venirle por la galanura en expresarla. El no tiene el afán del color, ni le per. sigue la vocal vecina, ni brega con el pensamiento hasta que lo ha puesto en caja durable: su adjetivo no pinta, ni su verbo es preciso, ni muestra en parte alguna de su obra, a no ser en su discurso inaugural de la cátedra de Derecho y Religión, aquel afán, más generoso acaso que el descuido, de servir al lector la idea tersa y resplandeciente, en plato de oro. Pero ese mismo estilo, que con puntuarlo mejor dejaría obras de permanente belleza en literatura, abunda, a poco que se le mire, en frases de sentido sumo, o súbita energía, o arranques de delicado sentimiento, o cierta leve vena de donaire que nunca lo abandona. En lo que no falla a menudo es en el arte de componer, de que sus biografías son muestra excelente; porque sabe fundar el carácter de modo que éste se enseñe por sí antes que lo retoque y complete el biógrafo, y no se pone en lugar del que escribe, ni confunde épocas, ni pierde ocasión de. embellecer el relato, donde viene a cuento, con descripciones propias y amenas, que resultan tan vivas, después de medio siglo, como acabadas de hacer. Ni se crea que porque un Higginson pudiera decir de él, como de Spencer, que tiene "la debilidad de la omnisciencia", era este saber pasmoso suyo cosa aprendida hoy para olvidarla luego, sino ciencia maciza, aunque de más extensión que altura: porque si escribe de botánica, los botánicos se lo celebran; si de agricultura, los campesinos siembran por su libro; si de filosofía, discípulos eximios dicen de él que "recuerdan sus lecciones con placer inefable", y que "le deben cuanto saben de la filosofía moderna"; si de lenguas, prevé lo que años después confirman juntos los filósofos famosos; si de cosas americanas, no hay quien sepa de ellas que no le tenga por guía cuerdo y por fuente segura; si de historia escandinava, los suecos, cuando apenas le ha salido la barba, lo nombran académico de honor; y "sobre cuanto escribe-dice el conde de Pozos Dulces-derramaba Bachiller vivísima luz".
Pero era la moderación, y cierta mezcla del ímpetu del país y da lengua togada, lo que da a su estilo el tono vivo que viene de expresar lo que se siente. 'la naturaleza nunca nos engaña". "Amo la discusión racional, como aborrezco la disputa". "Religión, sí; pero no permita el cielo que la hipocresía ocupe el lugar del convencimiento". "Los ministros del Altísimo", la "fe de sus mayores", "los consuelos de la religión'-" , "los honores de la toga". "Cumplid con los deberes sociales y respetad los derechos ajenos". No le gustaba en las polémicas, ni aun en la defensa de sus mismas ideas "tanta alusión y amargura", ni "un fuego excesivo". Le indignaba "la miseria de las nulidades que no pueden soportar el mérito ajeno". De Espada le admiraba esta frase: "Dios no quiere otra cosa sino que se observe constantemente el orden".
Pero lo que enamoraba de él era aquel carácter jovial y sencillo, a que la muerte de sus hijos dio ya, al medio de la vida, la sazón de la tristeza, más no el ceño que en almas menos bellas pone la desgracia. Con saber tanto, jamás pedanteaba; ni se ponía como otros, donde le oyesen-así como sin querer- las novedades que acaba de entresacar de este o aquel libro, o componer, con cierto aire que parezca desorden, en la soledad de la alcoba literaria; ni era escritor femenil, celoso y turbulento, que va dejando caer por donde pasa piedras envueltas en papeles de colores, de modo que llamen la atención, sobre la fama del que con su valer le mueve a envidia; sino que fue, en la amistad como en la cátedra, hombre natural, que decía lo que pensaba con llaneza, sin esconder la sabiduría, que era mucha para escondida, ni ponerla a toda hora por delante; y gozaba corno si le reconocieran el suyo, cuando hallaba un mérito nuevo que admirar. Y en las cosas del decoro, mucho más meritorias y difíciles que las de la palabra, no iba él, que sabía harto del mundo, censurando a los caídos y a los flojos; mas no era de los que lo creen todo permisible,-hasta la vileza, si se la puede esconder bien,-hasta el crimen de los crímenes, que es disfrazar la vileza de virtud; con tal de adelantar en los bienes del mundo y preponderar sobre sus rivales. El amaba el bienestar, y supo procurárselo con las artes lícitas y concesiones prudentes de la vida; pero donde su fuero de hombre podía sufrir merma, o le querían sofocar la opinión libre, o le lastimaban en algo su corazón cubano, aquel jurista tímido tenía bravura de tribuno, y era como los de Flandes, que antes que abjurar de su pensamiento querían que se les pegase la lengua al paladar. El fue tipo ejemplar de aquellos próceres cubanos, que lo eran por su amor al derecho y su pasión por el bien del infeliz; a tan de adentro traían, como fósforo del hueso y glóbulo de la sangre, el cariño a la patria, que era como sajarles en la carne viva, o poner manos en la madre de su corazón el atentar a aquella a quien, con fe de caballeros, habían jurado en pago de la vida, purísima ternura. Con ella se iban a la desdicha: por ella se sofocaban en el pecho el ardor generoso: por ella pedían a la naturaleza una mejilla más para ofrecérsela al tirano. Para ella viven, y con ella resplandecen. Con ella y con América.
El Avisador Hispano-americano, Nueva York, 24 de enero de 1889