Pocas páginas son, todas de oro. Se cuenta en ellas con palabras cargadas de sentido la vida de aquel Krasinski, hijo de un polaco débil, que amó demasiado a su patria para aconsejarle una guerra inútil, como Slowacki de versos flamígeros, o para sentarse a la mesa del déspota, como el resplandeciente Mickiewicz. Se cuenta la eterna doblez de la tiranía, y la necedad de los esclavos crédulos: "fidus servus, perpetuus asinus", como escribía, al fin de una vida de lealtad estéril, Viglius a Hopper. Se cuentan aquellos gemidos desgarradores del polaco que, sin más fuerzas que las femeniles de la lengua, ve a su madre, como a la cola de los potros, partirse en pedazos: aquellos símbolos, revueltos y seductores como las vorágines, de "Iridien", "La Comedia" y "La Aurora": aquellas vislumbres de joya, ruido de espuma, y lujo boreal de su poesía.
Habla el cubano Varona una admirable lengua, no como otras acicalada y lechuguina, sino de aquella robustez que nace de la lozanía y salud del pensamiento. Vuela su prosa, cuando la levanta la indignación, con la tajante y serena ala del águila: globos bruñidos parecen sus párrafos: la continua nobleza de la idea la da a su lenguaje: y es su realce mayor la santa angustia con que, compuesta en la mente la imagen cabal del mundo libre y armonioso, ve a su pueblo, cual Krasinski al suyo, padecer bajo un régimen que lo injuria, como un ente maldito y deforme. ¡Las llamas son la lengua natural en desdicha semejante! Su belleza y su fuego tienen los párrafos de Varona en este estudio artístico y ferviente.
El Economista Americano, Nueva York, agosto de 1887