Pocos libros castellanos hemos leído últimamente que puedan compararse, por sustanciosos y amenos, con la discreta colección de Estudios Críticos que publicó el año pasado, en Bogotá, el cubano Rafael M. Merchán, y hasta ahora no había prestado a EL Economista una mano amiga; como si fuera bien que los rayos del Sol se guardaran para lo crudo del invierno.
Están allí tratados interesantísimos asuntos, y todos con moderación y maestría. Ensalza a Miguel A. Caro como crítico, y lo hace con gracia de caballero esgrimidor, que presentara a su contendiente el arma por el puño. A los versistas pobres los castiga, como la Venus de Díaz a su Cupido fugitivo, con un ramo de rosas. Con admirable sensatez descubre lo flojo de la trama de la soberbia Leyenda de los Siglos. Saben a academia nueva las Estalacmitas del lenguaje, donde acopia donosamente sanas doctrinas filológicas, con ocasión de haber leído el precioso libro de Rufino J. Cuervo, Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano. En su estudio sobre el tierno Zenea demuestra ingenio sutil y erudición literaria que raya en sabiduría, como en todo lo que dice, que es cuanto hay que decir, sobre La Lira Helénica; El Dorado, de Liborio Zerda, y Cuba Primitiva de Bachiller y Morales le dan caso para compilar cuanto de veras se sabe sobre América, y para deplorar que fue. segada en flor aquella raza esbelta y primorosa, criada sencillamente a los pechos amables de la Naturaleza.
Es todo de oro, y nutrido de ciencia difícil, el estudio en que expurga y asolea la prosa aventajada, y a veces sublime, de Los Siete Tratados de Montalvo. Se ve que tuvo loable miedo de parecer excesivo en la alabanza de su tierra propia; pero ¡con qué filial lealtad ha seguido desde Colombia hospitalaria, en La Habana intelectual vista desde los Andes a aquella pobre tierra de Cuba, que clama en el desierto, como una palma destocada por el rayo!
El estilo sereno, suave y vivo fluye sin amontonamiento ni desmayos, y los párrafos, tersos y jugosos, acaban comúnmente en una idea aguda y feliz que los completa como una joya a una sortija. Nunca aparece allí un asunto tratado fuera de su natural medida; ni el brillo viene de esas imaginaciones de abalorio que traen tan sobrecargada y pomposa a nuestra literatura, sino del juicioso consorcio del pensamiento y el lenguaje, que compiten en claridad, fuerza y pureza. Hay gracia griega y calor vital en esa prosa limpia y rica. Tiene el estilo del cubano Merchán el esplendor y la solidez de la salud. El no es, no, de aquellos de quienes con desdén justo habla Barbier:
De tous ces baladins qui dansent sur la phrase.
Pero todo eso es forma, que es lo menos. Lo más loable de este libro es su nobleza. Este escritor no anda, como otros, persiguiendo como un Kobold maligno la cocina ajena, para morir, como los Kobolds, con su propio cuchillo en el costado. Merchán no parece ser de los que no concilian el sueño hasta que no han descubierto en Aquiles el talón apetecido, sino de los que, con la satisfacción propia del buen médico como artista padece de lo feo y como caballero lo excusa y lo cura. Pues, ¿criticar qué es, sino ejercer el criterio? Y todo se junta dichosamente en él para darle puesto de honra entre los juzgadores: la serenidad del ánimo, la viveza de la convicción honrada, la aristocracia intelectual quo. viene de pensar y de padecer, y esa superior y elevada indulgencia que se logra sólo cuando se reúnen en una misma persona un corazón generoso y una cultura envidiable.
La Estrella de Panamá, 9 de junio de 1887