No quiere hoy la palabra ardorosa, en flores de dolor que arrebata el viento, tributar pasajero homenaje al muerto bien amado de la patria. Aunque, si la patria lo ama, no está muerto.
Quieren sus buenos amigos que mi mano trémula, caliente aún con el fuego que secó en vida su mano generosa, sea la que revele aquel espíritu férvido y preclaro, con que puso más lauros en la frente ceñuda de la patria, cargada ya de lauros enlutados.
No fue sólo en vida Alfredo Torroella,-y a su nombre gime el amor, sin su buen hijo, sin su buen bardo,-aquel niño fogoso de atléticas espaldas, de abundantes cabellos, de ojos fúlgidos; aquel tribuno ardiente de todas las justicias; aquel adolescente de ancho pecho, como para que en él cupieran holgadamente todos los dolores. Que es ley de los buenos ir doblando los hombros al peso de los males que redimen. ¡Los redimidos, allá en lo venidero, llevarán á su vez sobre los hombros a los redentores!
Hijo de un hombre honrado, excelsa concreción de todo elogio, no hubo en su vida acción alguna-y las hay ignoradas admirables -en que no diese honra cumplida al buen anciano. No tuvo nunca para su hijo aquel amante padre esas rudezas de la voz, esos desvíos fingidos, esos atrevimientos de la mano, esos alardes de la fuerza que vician, merman y afean el generoso amor paterno. Puso a su hijo respeto, no con el ceño airado, ni con la innoble fusta levantada--que mal puede luego alzarse a hombre el que se educa como a siervo mísero;-no con la áspera riña, ni la amenaza dura, sino con ese blando consejo, plática amiga, suave regalo, tierno reproche, que deja sin arrepentimiento tardío el ánimo del padre, y llena de amoroso rubor la frente del hijo afligido por la culpa.
Amigos fraternales son los padres, no implacables censores. Fusta recogerá quien siembra fusta: besos recogerá quien siembra besos:-que hoy en esta expansión creciente de todos los amores en que, a despecho de viejos dientes y ruines mordeduras, se aprietan unos a otros en abrazos purísimos los hombres,-ley es única del éxito la blandura, la única ley de la autoridad es el amor.
Y así, con este germen, ¡qué gran hijo ha logrado el noble anciano! Proveíale el solícito padre de ese caudal pequeño de los niños, siempre enamorados de las bellezas que cautivan en la infancia, de la lámina de brillantes colores, de los juguetes de acción y de relieve, de los elegantes libros extranjeros-que propios, ¡aún no los tenemos!,-de todas esas pueriles sencilleces que excitan los deseos de aquellos días felices, en hora triste abandonados. No es el menor sacrificio que a la vida se hace el sacrificio de la infancia:¡ay! ¡entrar a vivir con un ramo de flores marchitas en la mano!-Amplia era la provisión, y cada mañana repetida; y aquel hermoso niño, en su camino para el colegio-que amó siempre--como nuestras mañanas son tan bellas, y todo en ellas palpita de esperanzas y de amor, contagiábase de aquella hora de bodas, sentía, lleno de bien, afán de hacerlo,- y no hubo entonces ruda mano negra, seca mano blanca, ni humilde falda mísera que no apretase agradecida la limosna del niño compasivo.
¿Qué amaba él?-Los héroes de la historia. Su padre la contaba; que nunca deben los padres abandonar a otros el molde a que acomodan el alma de sus hijos; y con Catón el rudo, con la víctima noble de Sphialtes, con la brava Lucrecia, con el tremendo Bruto, encendíase aquella faz radiosa, y a menudo lloraba lamentando cómo era ya pasado el tiempo de los héroes.-¡Cuánto anheló para sí el manto de Régulo, la palabra de Hortensio, la toga de los Gracos!-¡Oh! ¡si fueran los padres en el hogar, ya que no copia, ejemplo al menos de respeto a los buenos, los justos y los bravos! . . . ¡Generación de bravos sucediera a esta generación anémica y raquítica!
Lleno del suave aroma de nuestras mañanas; con besos paternales coronada la frente; en el amor de los viejos héroes templada aquella intrépida alma presurosa, sintió, con los primeros albores de la razón, las primeras solicitudes de la gloria. ¡Cuántas veces se inclinó al oído de su madre para decirle, con la santa timidez de todas las primicias, infantiles versos! ¡Cuántas, con épicos alientos, tradujo a incultas y sonoras rimas las hermosas lecciones de los griegos!
Fáciles le eran desde niño todas las formas activas de la grandeza y la belleza. Sentía noble encanto en enseñar lo que sabía. ¿Había bravo en la comedia casera? Él era el bravo. ¿Era menester un drama de pasiones? Acordábase de su padre el niño poeta, y allá en el alma hallaba elevación para el coturno. ¿Querían sus jóvenes amigos reír y holgar? Allí, con gran concurrencia de vecinos, al aire, como en los grandes tiempos muertos, celebrábase con regocijo la nueva obrilla cómica de Alfredo. A veces, entre frenéticos vítores, de que en muy rara ocasión habló el poeta, el pueblo de los pobres proclamó hijo suyo al niño humilde de los sueños, de las limosnas y las lágrimas.-¡Que es doble manera de hacer el bien, dar pan al cuerpo y darlo al alma!
De fijo fueron aquellos paseos, aquellas comedias olvidadas, aquellos entusiastas espectáculos, origen de ese tono espléndidamente humanitario que llena de color y de grandeza las obras de Torroella. Tal vez aquel espíritu ardoroso, que ponía en la caridad tanto vigor como en el verso, juró en silencio, frente a las amargas miserias de los menesterosos, ser, con el enérgico sostén de sus derechos, redentor de su vida miserable. -De allí, sin duda, en aquella confusión de altos alientos en humildes hombres; de aquella verdad triste, fuente única y exclusiva, como toda verdad, de la poesía, nació luego, con la predicación fogosa de un poeta, en otro tiempo amado, ese santo fervor con que defiende en un drama ruidoso, en discursos felices y entusiastas, en versos que no negó nunca a los pobres, el derecho del triste y del caído.-¡Corona de ceniza para los poetas cortesanos!-¡Corona de himnos para la frente del honrado poeta de los pobres!...
Dio al fin, en 1864, a la pública luz, que había alumbrado ya su vida triunfadora de escolar, un volumen de versos. La crítica generosa, única fructífera, lo fue sin tasa para el privilegiado adolescente.-Leyeron sus versos las mujeres... ¡feliz destino de los versos! . . . leyéronlos los hombres. Mirto tuvieron las damas, y ramas de laurel todos, para el cantor generoso de los desgraciados de Manila, héroe feliz de aquella noble noche en que, con dar limosna a los necesitados, se dio Cuba un poeta. ¡Milagroso premio que alcanza siempre el obrar bien!
Cristianos amores, honrados deseos, perpetua ansia de gloria inspiraban aquellas canciones juveniles. Era aquél un buen poeta y un poeta bueno. Rebelde esclavo de la grave forma, rompíala a menudo, y decía en un giro prosaico el comienzo de una idea valiente que completaba con un hermoso giro. Cuando fruncía el ceño, veíase aun bajo el ceño la sonrisa. Parecía fuerte águila que llevaba en el seno una paloma. Así ha cruzado por la vida; tórtola que ha gemido desde la cumbre de los altos montes.
Vino luego en noche tormentosa ancha plaza para el rayo y para el trueno. ¡Cómo, al pisar la escena, pensaría en Roma y Grecia!... ¡Allí estaba, radiante y soberbio, el hijo de los héroes! Contra él estrellábase la cólera, como las olas que hierven contra el mástil que las encorva y las dirige. Cruzábase de brazos, porque dentro del ancho pecho desbordábase el ancho corazón. Sobre las olas íbase sereno; domábalas, acallábalas, vencíalas. Se hizo la obra buena. Y cuando allá en la alcoba reclinó en la almohada la cabeza, una pálida sombra, de sollozos y lágrimas vestida, dijo al bravo poeta: "¡Poeta honrado, contigo me desposo, tú eres mío!"
Vinieron luego para la Habana noches venturosas. ¿Cuándo no lo son las literarias? . . . La cultura reemplazó a la cólera; al patio airado, salón elegantísimo; a la noche del vasto coliseo, las noches de la feliz Guanabacoa; a las increpaciones de la pasión, murmullos siempre gratos de blandas y dulcísimas pasiones. Y allá, en la casa de Nicolás Azcárate, uno, y no el menos ilustre, de nuestros buenos, trocóse el domador de olas en rimador de amores. ¡En cuántos labios delicados resbalan ahora las gallardas y felices estrofas del poeta! Pareció una de aquellas amantes serenatas, lluvia fresca y copiosa de rocío. ¡Vertió el poeta sobre aquellas cabezas elegantes, desatados de lazos de rosas, frescos haces de mayos y de abriles! . . .
No cabe aquella vida en este corto espacio; sea, pues, a grandes rasgos terminada. Pero no terminada, comenzada de nuevo. Vinieron con los días sombríos, las fugas de las tórtolas. Y a su nido natural fuese el poeta: a Mérida. De la morada de todas las cóleras debía ir a descansar a la morada de todas las sonrisas. ¡En la tierra querida cuajábase de nubes nuestro cielo; sumergíase todo en negra sombra; los árboles heridos caían gimiendo; los rebaños, a tientas por los valles, maltratábanse en busca de ancho campo; y todo se moría, como si estuviese pasando por encima de la pobre tierra muda, un inmenso ángel negro!
Y al llegar a la playa feliz, volvió los ojos el bardo: ¡ay! . . . ¡que llorando vuelven a saber lo que son lágrimas mis ojos! ¡Y juzgó su alma muerta, y la vio desde lejos, errante sollozando en una palma rota por el rayo! . . .
Mérida es tierra de ojos negros y jazmines blancos: echa al mar playas de palmas como para recibir mejor a sus hermanos... ¡cuán generosa tierra la que nos muestra al llegar árboles patrios!
Con Alfredo Torroella llegó a la buena Mérida un hombre vigoroso. Creció en el mar, a solas con el destierro, el bardo joven. Aquellos campos vastos y elegantes, aquel hogar caliente, aquel lenguaje nuevo, aquella vida largo tiempo soñada, aquella atmósfera tanto tiempo apetecida, dieron súbito temple al peregrino:-y, empuñando el bordón del caminante, como acero flamígero moviólo a los ojos de los vehementes meridanos. Cantó a sus poetas y a sus palmas-poetas de las selvas.
A cuánto noble y grande halló: ¡nada más bello que poder amar a aquel a quien se tiene algo que agradecer!.. . Y fuese cargado de laureles, fatigando al mar con poderosos pensamientos, a la noble México.
¡Sea con respeto y vivísimo amor oído tu nombre, tierra amiga! -¡Sepulcro de Heredia! ¡Inspiración de Zeneal ¡Tumba de Betancourt! ¡Abrigo fraternal y generoso, prepara tus montañas, viste el valle de fiesta, da la lira a los bardos, borda el río de flores, ciñe de lirios la cresta del torrente, calienta bien los hielos de tus cumbres!... ¡Te ama Cuba! . . . ¡Y entre pueblos hermanos, todas las flores deben abrirse el día del abrazo primero del amor! . . . ¡Tu rica Veracruz nos dio sustento, labores San Andrés, aplausos México! ¡Tu pan no nos fue amargo, tu mirada no nos causó ofensa! ¡Bajo tu manto me amparé del frío!... ¡Gracias, México noble, en nombre de los ancianos que en ti duermen, en nombre de los jóvenes que en ti nacieron, en nombre del pan que nos diste, y con el amor de un pueblo te es pagado!
Allí, con la energía de las grandes fuerzas. surgió Alfredo. Surgió al borde de una tumba, la del buen actor Morales, por él honrado en quintillas que hicieron fiesta en México. Se abrazó a Juárez, y lloró el coloso. Abrazó al poeta Justo Sierra, y el teatro entero saludó con aplausos conmovedores el abrazo. Las escuelas, los asilos. las nacionales fiestas tenían en él poeta natural. ¡El cantó el valor glorioso, la derrota heroica, los árboles cargados de recuerdos, el amor que consuela, la energía que salva, la indignación soberbia que redime!... ¡Bendita aquella lira que descansaba siempre en el umbral de la puerta de los pobres!
Amó antes la muerte: ¿qué mano noble no se ha alzado algunas veces a la sien para arrancarle airada su secreto? Pero allí encontró hogar para el talento, hogar para el corazón. Amó puramente, que es redimirse de terribles sueños. Y, cargado de deber, amó la vida. En demanda de lo infinito suspiramos: ¡bien haya la familia. acá en la tierra hogar de lo infinito! Honrábalo su esposa, y él la honraba. Amar no es más que el modo de crecer. Tuvo hijos y bendijo su fortuna. ¿De qué mal no nos cura un pequeñuelo que cabe en nuestras manos?
Orador, arrastró; poeta, sedujo; autor dramático, oyó de los mexicanos aplausos ferventísimos. Ora tonante y fiero, ora amoroso y manso; no mermada la generosidad, enamorado de dos patrias, fuerte con un nobilísimo cariño, con el estudio asiduo acendrado su enérgico talento, era para México, no el humilde acogido, sino el hijo fervientemente amado.
Asombro fue más tarde con su honradez pasmosa en los feraces pueblos de la batalladora frontera mexicana. Cantor de sus días faustos, maestro de sus hijos, guardador de sus haberes, alma de sus fiestas. Llamaba a sí a los niños; siempre con él se vio a los buenos. El porvenir incierto, la diaria carga de la triste vida, el clima hostil, el peso de los sueños, fueron lentamente hiriendo al autor del no olvidado drama Amor y Pobreza, del elegante Laurel y Oro, del chispeante Careta sobre Careta, del culto proverbio El Istmo de Suez; al que escribió romances con rima delicada, odas con lírico arrebato, serenatas perfumadas de amor, elegías fuentes de lágrimas...
¡Allá creció, junto al Ajusco viejo, bajo el palacio indio, a la agitada margen del Río Bravo! Poeta ilustre se hizo aquel poeta simpático, galano el incorrecto, admirable el honrado, bendecido el bueno. ¡Gran aire quieren las naturalezas grandes! Necesitaba el Continente vasto, aquel poeta digno de cantarlo.
¿Cómo hablar de su muerte si cerré sus ojos?... Calle yo ahora: ¡también tienen pudor las lágrimas! . . .
¿Dónde está ahora la palabra de fuego, el corazón inmenso, el generoso aliento, la ya famosa lira del poeta? . . . ¿dónde el bardo de los pobres, de los esclavos, de los mártires? . . . En vano se le busca en otra parte: "está en el alma de los mártires, de los esclavos, de los pobres". -¡Amado será el que ama; besos recogerá quien siembra besos... !
¡Muerte! ¡Muerte generosa! ¡Muerte amiga. . . ! ¡Seno colosal donde todos los sublimes misterios se elaboran; miedo de los débiles; placer de los valerosos; satisfacción de mis deseos; paso oscuro a los restantes lances de la vida; madre inmensa, a cuyas plantas nos tendemos a cobrar fuerzas nuevas para la vía desconocida donde el cielo es más ancho, vasto el límite, polvo los pies innobles, verdad, al fin, las alas; simpático misterio, quebrantador de hierros poderosos; nuncio de libertad... te hemos robado un hijo... ! ¡Digno era de ti, pero nos hace falta. . . ! Caliéntanos su fuego, anímanos sus cantos, suavízanos su amor, fuerzas nos da su indómita -energía. Búscalo si lo quieres, en el hogar de los desnudos, junto al lecho de los enfermos, en el corazón de los honrados, en la grave memoria de los hombres, en las pálidas almas de las vírgenes. ¡Pero si tanto has de arrancarnos para llevarlo a tu hondo seno, ¡ay! nunca vengas, que las vírgenes y los honrados nos hacen mucha falta! ¡Muerte, muerte generosa, muerte amiga! ¡ay! ¡nunca vengas!
1.- Discurso leído en la velada del 28 de febrero de 1879, celebrada en el Liceo de Guanabacoa, para honrar la memoria del poeta Alfredo Torroella.