Son diez, y están juntos. Les lastiman a Cuba, y lo sienten todos. El que tiene más, es allí amigo del que tiene menos. A la hora del trabajo, quien llama a su puerta oye el canto lastimero de una voz de rara pureza, el son triste y lento, interrumpido con silencios largos, como cuando la sangre cesa en el corazón: es el canto de un niño que acaba de venir de Cuba, "porque en la Habana no se puede vivir", "y yo soy bachiller y mi padre quiere que aprenda a tabaquero: allá hay mucho abuso". En club permanente viven aquellas almas. Patria está en todas las mesas: "cada uno recibe una". "En esta casa no pisa el que no sea cubano completo". Muy ocupados estaban todos, escribiendo la respuesta a un peninsular que dándose de cubano, dijo en el periódico que Cuba es un país de dicha, con tanta libertad como la mejor república, y una buena ley de sufragio para cabezas de a cinco pesos, y un mundo de benevolencias y hospitales, y menos contribuciones que en los Estados Unidos.
Atlanta es bella. En pleno pecho de la ciudad, de osadía moderna, da la estación de hierro del ferrocarril. Por mármoles de un blanco gris con grandes rasgos negros, se entra a los negocios animados, negocios de hipotecas, de tierras, de venta de casas. Un hotel es de ladrillo crema y otro, más alto aún, de ladrillo rojo. Decatur es la calle rica, repleta de comercios, cruzada de carros eléctricos, calzada de grandes edificios. De mansiones ricas, cercadas de jardines, y recién salidas de la mejor arquitectura, es la Avenida de Peachtree. No hay un grano de polvo ni una rotura en toda la ciudad. El carro vuelve al pie de la estatua de Grady "el orador, patriota y periodista", que no creyó que el modo mejor de robustecer al Sur era tenerlo en pobreza gruñona, sino hombrearlo en poder y riqueza con el Norte:-e hizo a Atlanta.-Pero, para un cubano, en Atlanta lo más bello es la lealtad y unión de aquel puñado de cubanos.
Patria, 8 de mayo de 1893