La sesión que celebró el día 29 de Mayo el Club "Borinquen", casa hoy del patriotismo más sensato y puro, casa de amor y razón donde se practica, con todo el roce y pena necesaria de la vida, la libertad que asegurará después, en el ensanche de la lid de ideas y de intereses, el bienestar de la isla privilegiada, no fue, como otros casos públicos, junta pasajera de políticos primerizos, que elevan a la dignidad de soluciones patrias el fuego de su adolescente rebeldía o la generosa ilusión de su deseo; sino uno de esos acontecimientos que sellan los corazones, que desbastan y acendran los caracteres, que reaniman la fe de los cansados, que componen -en paz superior las diferencias de método y de origen, que dejan, en el alma reverente y en la incrédula, la misma emoción de majestad,-la majestad del hombre leal, y la de los hombres agradecidos.
No había en el noble salón un solo asiento desocupado, no faltaba a la cita ninguno de los constantes de ayer ni de sus émulos de mañana, cuando, de pie ante la bandera de Lares, con el acento a la vez manso y decisivo de quien se ha jurado desinteresadamente a la libertad, se levantó el presidente del Club, el Sr. Sotero Figueroa, a dar cuenta de la mucha labor de organización que el club lleva hecha en su ya gloriosa vida; de la estrecha relación del club con los puertorriqueños fieles a quienes el aborrecimiento de la tiranía, y el miedo de la pobreza creciente, han echado a buscar libertad y sustento por el mundo; del influjo creciente y visible de la idea de independencia en el país puertorriqueño, que puso la esperanza loca en una política arrodillada, causa cierta del desdén de una metrópoli por esencia altanera y opresora, en una política opuesta a la naturaleza y condiciones de la nación incapaz y confusa que hubiese de otorgarla. Y el silencio era religioso, cuando a instancias del presidente, como quien alza de la silla el alma a la vez que el cuerpo, leyó el Secretario, el Sr. Francisco Gonzalo Marín, la comunicación en que el doctor Ramón E. Betances, gloria de caridad y fundación, gloria de desinterés y de pureza, gloria de sentimiento y de juicio, acepta, con fuego juvenil, el nombramiento de presidente honorario que de él hizo, en hora filial, el Club "Borinquen". Y desde aquel instante, el temple de las almas, como subido a extraordinaria altura, arrancó de los labios elocuentes, de los brazos impacientes, de las miradas centelleantes aquel calor escondido en que los hombres, juntos en la gloria una vez, ni se olvidan, ni desmerecen de ellas, ni se desamparan jamás. ¡Parecía que iba naciendo un pueblo!
Hermoso era, en verdad, en el instante de caer sobre las almas prontas, como lava encendida, la palabra de mando y de pena, la palabra de fe y de batalla de la carta de Betances, ver, como despiertos de súbito sueño, cogidos de las manos, sujetándose el entusiasmo, dejando caer las lágrimas de los ojos, aquellos lareños que cargaron arma el 23 de septiembre de 1868, a aquellos mozos de Cabo Rojo y de Ponce, de Arecibo y San Juan, que se les sientan al lado con respeto y afecto, a aquellos cubanos que se revolverían airados contra quien osase apuntar que en su casa de Puerto Rico están en casa ajena, que en la hora de la redención no estarán juntas, gemelas por el alma dolorosa y la esperanza indómita como por el capricho de la mar, gemelas por la pasión de la libertad y el ánimo valiente, gemelas por el cariño vivo a sus héroes comunes, las islas que llevan en los labios la misma obligación de hipocresía, en la espalda la misma vergüenza, en las manos desocupadas la misma esclavitud.
Hermoso era, a medida que el discurso crecía, el discurso imponente y de creación republicana, el discurso que en el entusiasmo liberal moldea precavido la ley futura, el discurso firme y piadoso de los que no buscan en el triunfo de su ideal la victoria de una parcialidad o de una casta, sino la concordia de todas en la justicia, y la conformidad de su pueblo a la geografía y la historia en que viven, ver cómo aquella asamblea de juventud, donde son jóvenes los mismos que ya peinan canas, donde lucen su madurez precoz los hombres sazonados en el sigilo y la ignominia, con una alma, toda de agradecimiento, se alzaban a aclamar, sin la envidia que afea a los novicios ambiciosos, a aquel cuya virtud llegó a tal cumbre, donde el juicio se la asegura y la profecía truena, que a los que lleguen después sólo es dado el difícil esfuerzo de imitarla.
Pero más hermoso aún, en la serenidad de su abnegación, es el magnífico anciano, hijo de la riqueza y la cultura, llevado de su arte natural a la elegancia y calma de la vida, que las puso de lado, desde que vio que había de comprarlas, a puro disimulo, con la merma de su honor; que al trabajo público de continuar en su pueblo de América la política que rebaja los caracteres, y cierra el paso a la felicidad, prefirió siempre trabajar en la política que levanta -el carácter, y funda la felicidad durable en él; que, con la raíz en la historia y los ojos en el porvenir, no ve, necio y mezquino, la independencia de la patria en el desamor, o trato penoso de sus diversos elementos, sino en la mezcla conveniente de la indulgencia y la energía, y en el trato franco de todos los elementos creadores y honrados del país. Hermoso es el hombre terco en la virtud racional. piadoso en el corazón ceñido de juicio. Hermoso es el hombre, que consagró la vida, voluntariamente oscura, al rescate de la patria, por la obra unida de los grandes y de los humildes.
Y ahora, pagado ya el tributo de justa admiración a la nobleza, fervor y sobriedad de que el club Borinquen dio pruebas en su sesión del 29 de Mayo, y a las dotes de alto patriotismo, y política generosa de conjunto, que reveló en ella el alma puertorriqueña, cumple a Patria dar cuenta minuciosa de la sesión memorable.1
Patria, 4 de junio de 1892
1.-A continuación, en una reseña del acto y de los discursos, hay un resumen del que pronunció Martí.