Por toda nuestra América corren, reimpresos con respeto y cariño, los versos útiles y la honrada prosa del cubano Rodolfo Menéndez. Él es de los criollos reales, nacido de sí, que por la fuerza que de sí sacó, conoce la de su patria, a desemejanza de otros criollos, todos lomo y belfo, que en su poquedad toman la medida de su tierra, y en su soberbia le niegan lo que a ellos les falta, y la declaran bestia ruin, quo no saldrá jamás del jaquimón y el jinete. De alma pura y rebelde es Rodolfo Menéndez, y con ella limpia ha llegado a las canas; lo que en el mundo no es poca dificultad. No es de los que se sirven del hombre, y lo ciegan y extravían para beneficiarse de su fe y su miedo; sino de los que, sin cansarse de la pobreza ni de la ingratitud, sirven al hombre. Ni hacienda rica, ni carruaje a la puerta, valen para él lo que un banco de niños que en el conocimiento de las fuerzas universales aprenden la manera de vivir libres, de su trabajo altivo, y en el estudio de la virtud humana ejercitan para 1a defensa el alma viril. A respetar el derecho enseña Menéndez, y a conquistarlo: a pensar por sí: a hablar sin bozal: a aborrecer la doblez y la cobardía: y quien de eso es maestro en esta vida, muere con honor, pero vive infeliz. La libertad ama él con pasión, y cuando tuvo una hija, Libertad la llamó, como quien consagra, con lo que tiene de más puro, el anhelo que lo enciende; como quien ruega., con las manos sin mancha, por la patria mísera.
Y cuando Mérida le amaba, como flor de aquella tierra fina y elegante, a la niña precoz; cuando entre sus discípulas enamoradas regía por la blandura, más que por el desusado saber, la maestra de diecinueve años; cuando de la fealdad inevitable del mundo se consolaba el padre doloroso en aquel afecto, suave y caliente como el vellón del cabritillo no nacido; cuando en la hija ya lograda veía el cubano fiel símbolo acaso de la patria, tal vez como ella a punto de florecer, se plegó el lirio, y murió envuelto en sus hojas. Hoy ya no queda más que una escuela a que el gobierno agradecido ha puesto el nombre de "Libertad Menéndez"-y un hombre bueno, para quien se ha quedado vacío el mundo. No llore el padre. Los buenos no mueren.
Patria, 10 de noviembre de 1894