Crear es pelear. Crear es vencer. Con su sumo talento ha bregado Emilio Agramonte, más alto cada vez, por abrir paso a su genio de criollo en este pueblo que se lo publica y reconoce, aunque no se lo pague aún, ni acaso se lo pague jamás, con el cariño vivo y orgulloso, y el agrade. cimiento con que se lo pagamos sus paisanos.
Hoy, sobre las dificultades- que se oponen a una empresa de arte puro en una metrópoli ahíta y gozadora, Emilio Agramonte logra establecer la "Escuela de Opera y Oratorio de New York", con las ramas de lenguas, elocución y teatro correspondiente, sobre un plan vasto y fecundo como la mente de su pujante originador. Agramonte conoce al dedillo, y de lectura íntima, la música universal: su ojo privilegiado recorre de un vuelo la página: su juicio seguro quema los defectos del discípulo en la raíz: su voz, realmente pasmosa, canta con igual flexibilidad en todos los registros: su mano, leve a veces y a veces estruendosa, ya brisa o temporal, ya cariño o ceño, es una orquesta entera: y su fama honra a Cuba. Lo ayuda el norteamericano C. B. Hawley, Henry Winter, elegante maestro, tiene la clase de drama. Luis Baralt, favorecido con las lenguas, enseña el italiano.
Respira nobleza y abundancia el prospecto lógico, y superior a todos los de su clase, de la que puede ser muy pronto la primera escuela de canto en América, la "Escuela de Opera y Oratorio de New York", de un cubano, de Emilio Agramonte.
Patria, 23 de septiembre de 1893