De sí propia y de su natural desenvolvimiento viene la fuerza a la revolución cubana, que no ha de ser el aprovechamiento furtivo de una coyuntura feliz, sino el alzamiento incontrastable y final de la conciencia pública. No ha de ser una aventura, sino la fundación de un pueblo. Los que tengan a los revolucionarios de ahora por, aventureros, por gentes de pasión que se echan detrás de la capa colorada, por fanáticos nulos, sin más energía que la de un odio estéril, que fían al azar la suerte del país,-yerran. Esta revolución se hace para sacar al país de esa vicia de azares; para allegar, tales como hoy existen, los elementos que puedan contribuir, con idea final útil, a una emancipación firme por medio de una guerra conveniente -a pesar de su sacrificio superficial -a la mayor fusión y paz constante de Cuba. Esa es nuestra guerra, y no otra. Si fuese otra, no la haríamos. Por eso no ha prendido, ni debía prender, el alzamiento de Las Cruces en Cuba. Así no es nuestra guerra. El país sabe cuál es nuestra guerra. El país sabía que ésa no era nuestra guerra. Nuestra guerra es la suya, y es él. Ya no nos desconocemos, ni obramos aparte, ni nos equivocamos. Vamos, seguros, a un fin conocido: vamos sin prisa, y sin desviación, como las corrientes fatales de la naturaleza. Por eso importa tan poco que caiga, en el agua que corre y crece, una flor venenosa, o que del seguro holgazán de la orilla, le tiren piedras al agua que pasa. El agua sabe su camino: y sigue, silenciosa. Por eso, acá en Patria, hablamos poco de Melilla. Con moros o sin ellos, haremos la independencia de Cuba. Hasta más placer tendríamos, porque sería más de hombres, en hacerla cuando no hubiese guerra en Melilla. A pecho puro, y a puro brazo criollo, echaremos de Cuba el mal gobierno de España; porque no puede un pueblo perezoso, dividido, retardado, lejano y cruel, regir, en el crucero del mundo moderno, en la puerta misma de la nueva humanidad, a un pueblo ágil, unido en el afán de mejora y el concepto de un mundo mejor, ya a nivel con la edad moderna, y de alma desinteresada y amiga. No entraremos en la libertad por la gatera de Melilla. Nuestro aliado no será la casualidad, sino el orden de nuestra preparación, -el conocimiento y remedio de los yerros pasados, la simpatía merecida de los españoles liberales de nuestro país, la esperanza legítima de todos sus hijos en una república de respeto y concordia, y el ímpetu y poesía de nuestro derecho. Esa es nuestra "fantasía". Nuestra espingarda es ésa.
Pero lo de Melilla, que parará probablemente en un triunfo más caro a España que el beneficio moral que le vendría de su derrota, sirve al menos para demostrar, según sabe el que observa, que ya no son aquellos ejércitos de España el tropel asesino que hace veinticinco años caía a ciegas sobre los hombres culpables de defender, en el conjunto de un país, el decoro humano: que eso es, y no más, la verdadera idea de patria. La propaganda de las ideas de reforma social, aunque dislocada y mal digerida, y errónea en cuanto a la aplicación de medios cuya violencia no es relativa al obstáculo que se ha de vencer, ha mudado el alma, en las ciudades y en el campo, del pueblo llano español. Hoy es más fácil encontrar soldados en España para defender la libertad que para sofocarla. Mañana, en la guerra de Cuba, en una guerra que tendrá los brazos abiertos ¡cuánto Dorado va a haber en las fuerzas cubanas, que no pelean por la sustitución del señorío de afuera con el señorío de adentro, sino por ver al hombre decoroso y feliz! ¡Cuánto Villamil habrá en Cuba!-¡y cuánto Huerta!-Pocas boinas hallará España esta vez que crucen la mar para herir en pechos de hombre la libertad que ya ellos conocen y adoran: hallará España, para el crimen, muy pocas muñeiras. O pagará España el pasaje-óigase la profecía-a los soldados de la revolución.-Véase, si no, lo que pasa en España, de vil especulación por una parte, que es una de las gangrenas de España y de la época, y de resistencia a la guerra inhumana por la otra: véase lo que dice, entre detalles y nombres que en Patria parecerían venganza o exageración, una carta valiosa de España misma, y de persona que está con lo más alto y sabedor del país:--"Es verdad cuanto se dice del contrabando español en Melilla: el gobierno lo sabe, y no lo puede evitar: los españoles mismos son los que les venden armas y pertrechos a los moros: y en cuanto a voluntad de pelear, sé, por la esposa de un coronel, que el rumor público es cierto, y que, aunque no faltan mercenarios vejancones, que es gente en que no hay que fiar mucho en una guerra como ésta, a los mozos y a la gente mejor tienen que apalearla para hacerlos salir a pelear".-¡En Cuba no: - en Cuba. daremos la vida sonriendo!
Patria, 28 de noviembre de 1893