Jamás cede una raza oprimida, jamás cede el pueblo a quien le ocupa el extranjero la tierra amada con huesos de sus hijos. El Riff ha vuelto a guerra contra España, y España vivirá en guerra con el Riff hasta que le desaloje su país sagrado.
¿Qué nobleza hay, por criar en un fortín viejo un poco de milicia viciosa, de milicia robada a la agricultura y las industrias del país, en tener a tiro perpetuo de cañón una raza simpática y altiva, una raza que defiende su suelo con el mismo tesón con que de otros moros defendió Pelayo el suyo? Y si España quiere y necesita una plaza que la defienda por el Sur, aunque su utilidad y decoro es lo único que verdaderamente defiende a los pueblos, ¿por qué no la ha comprado con el servicio y el respeto, con la enseñanza y el amor a la raza nativa? Cuatro siglos hace que está España en Melilla, y no tiene allí más que el castillo de matar y una iglesia vieja. El corazón honrado, español con Pelayo en Covadonga, es hoy moro con el Riff contra la posesión injusta de España, e inútil al mundo. Poseer es obligarse. Bañar en sangre un pueblo, o deshonrarlo con el vicio, no es justo título para poseer, ni en el Riff ni en Cuba. Allá está la guerra. Sea el triunfo de quien es la justicia.
Y el triunfo puede ser reñido, aunque en contienda como ésta tenga aún España a su favor lo mismo que le cuelga y la roe, que es el carácter dominante y aventurero, agrio aún de las derrotas de Flandes y de Ayacucho,. Donde hay pelea injusta, allí está España. De México salió, porque un catalán de corazón, Prim, tuvo de consejero a un varón angélico, el asturiano Anselmo de la Portilla: pero ¿dónde más fue justa, o peleó para el bien humano, o reconoció a tiempo su error? Pierda España cuanto posee sin honor, y entre al trabajo propio, sin la colocación del ejército para sus segundones inútiles, su gentuza traviesa, y la quinta infeliz: que por ahí, y por el gobierno descentralizado de las tercas nacionalidades de su origen, podrá España vivir a nivel con el mundo. ¿Qué España nueva es esa que hoy ahogará en sangre al moro. s quien en cuatro siglos no ha dado más que una iglesia vieja, y mañana pretenderá, aunque en vano esta vez, ahogar en sangre la aspiración y cultura superior de Cuba? Mientras los españoles tengan cómo vivir del rancho del ejército y del barato de las colonias, no habrá nación en España. La nación empieza en la justicia. Reñido decíamos que puede ser el triunfo: porque en los rifeños no arde sólo ahora el agravio de ver profanada con un reducto español la tierra de su cementerio, ni la venganza por la guerra que tuvo su cantor en aquel Alarcón que aborreció tanto a América, ni el indómito afán de ver libre de extraños inútiles su peñasco; sino que por toda la gente mora, y por el Norte todo africano, cunde, más briosa a cada nuevo ímpetu, la idea, sólo para los privilegiados y cobardes apagada, de ligarse, con su fe a la cabeza, contra los pueblos que, del brazo de sus falsos señores,-de los afrancesados e imperialistas y olanos de la morería,-se dividen y reparten, sobre el cadáver de la raza, las tierras donde de siglos atrás se vienen afinando su belleza y bravura. Es la nación lo que está detrás del Rift, y la fe, y la raza. Lo del Riff no es cosa sola, sino escaramuza del cambio y reajuste en que parece haber entrado el mundo. Seamos moros: así como si la justicia estuviera del lado del español, nosotros, que moriremos tal vez a manos de España, seríamos españoles. ¡Pero seamos moros!
Y acaso algún espíritu superficial espera de Patria declaraciones de vulgar regocijo por el conflicto que merecidamente agrava la situación de España, en instantes en que, por ser la vía única abierta, parece Cuba disponerse a nuevo sacrificio en lucha decisiva contra el desgobierno y la corrupción españoles. Acaso se espere de Patria, por quien no la conozca, algún alarde inoportuno. No. Ni el odio a España nos mueve, ni la insana alegría de la guerra, ni más deseo que el de asegurar, por la vía más breve posible, el bien de Cuba, y de Puerto Rico con ella, mientras que los sucesos que ya cuajan en América le dan aún tiempo para ocupar un puesto que, a seguir en manos españolas, perderá irremediablemente en este período, todavía abierto, de composición continental, y universal. Eso queremos, y salvar a nuestra tierra de los peligros de la revolución interesada y sin concierto, o de una clase dominante de cubanos, y no de la mayor suma posible de cubanos a la vez. Lo que hacemos es del silencio, y no es nuestro. Con cuanta pureza cabe en almas humanas, estamos a la obra. Las cosas de muchos hombres no se hacen con la voluntad, ni con el heroísmo, de un solo hombre. Héroe, se lo puede ser todos los días: pero el verdadero héroe es el que sacrifica su heroísmo al bien de su patria.
Componiendo, ajustando, respetando, oyendo, sin amor más que para la virtud, sin silencio más que para la infamia, vamos, ¡oh Cuba!, a donde parece que tú quieres ir. La hora, es tuya. La muerte, la muerte dichosa por servirte, ésa sí es nuestra. Y el Riff, que pelee: sea cada pueblo de sus amos naturales, y de los que le sirvan con utilidad y amor.
Patria, 31 de octubre de 1893