Es de uso entre los necios tener en poco las cosas grandes. Si no es suya la virtud, ni virtud les parece. Creen que debajo de su plastrón se esconde la llave del mundo. Llevan el mundo en sí, que empieza en su cuna y acabará en su tumba, y niegan, con sincera imbecilidad, que sea cierta la guerra o el amor, o el desinterés o el heroísmo, o todo lo que en ellos no sea, sobre todo si les desarregla su plastrón. El mundo, más que a esta caterva, recordará acaso a 'Tomás Surí, al africano Tomás Surí, que ha cumplido los setenta años en el destierro del Cayo.
Es de una orden secreta, de una tremenda orden secreta de africanos, con ordenanzas y quién sabe qué, que dejó ir a unos hermanos porque querían aún el tambor, y los demás no querían ya tambor en la orden, sino escuela. De una misteriosa; peligrosa, funesta orden secreta es Tomás Surí, donde el tercer grado no lo puede tomar quien no sepa leer. ¡Pues un día se levantó Tomás de su asiento en la sala embanderada, en la sala agradecida, en la sala que adorna sus fiestas con la bandera de la revolución, y dijo este discurso!: "Yo he pasado mi vida sin saber leer, y ya me queda poco de vida; pero como es necesario que para tomar el tercer grado el hombre sepa leer, yo lo voy a hacer, yo voy a aprender, y esto al menos servirá de ejemplo a los que tienen menos edad, y les hace más falta". "Y desde entonces-dice una carta-está cumpliendo su palabra: ya sabe silabear y con él varios que lo necesitan, y vienen todos los días a acompañarlo en su tarea: así que el ejemplo de Tomás ha sido bueno". Allí está, con el dedo en las letras, el negro de setenta años.
Fue Tomás el que un día de corazones, cuando la idea de la guerra santa apareció, más viva que nunca, como entre ruidos y fuegos de aurora, en nuestro Cayo, saltó de su silla, apretó a un blanco joven entre sus dos brazos fuertes, y le dijo, con luces en los ojos, moviendo de prisa las encías desdentadas: "Yo lo hice, yo lo hice cuando la pelea, y tengo tres hijos, y si no lo vuelven a hacer como yo, esos tres no son hijos míos".
Y dice más la carta: "En reunión regular que celebra la orden los jueves, Juan Pascual, que así se nombra el venerable director, propuso que la orden donara una cantidad que ayudase a engrosar los fondos de la guerra, porque ellos también quieren contribuir con algo al día de la patria. Fue unánime- la aprobación, y se dijo mucho bueno, aunque no con mucho adorno, pero creo que con el mejor, porque hablaban con el corazón.
"Dijeron entre otras cosas que "ellos, los que habían sido esclavos, eran los únicos que habían ganado con la revolución; que la mucha sangre y lágrimas que había costado a los hombres que, no estando acostumbrados a la guerra, se lanzaron a ella generosamente, sólo había servido para conquistar la libertad de los negros; que no era posible que hombres que se reúnen para progresar, quedaran sordos y ciegos en el momento en que todo se mueve para continuar la tarea interrumpida". Y dan su cuota desde aquel día, puntuales y contentos... ¡Ah, amigo, no falta quien me critique y me tenga en menos porque me siento con ellos en los bancos de aprender; pero cada día sigo con más interés en mi tarea, porque nunca me he reunido con tanto hombre honrado y de verdad en tan poca gente".
Pero hay más todavía: "En la escuela son sublimes, pues en ella se recibe a todo el que desee aprender, sin preguntarle quién es. El niño de cualquier color que a ella llega sólo tiene que sentarse en un banco, y encuentra quien lo enseñe. No tiene que hacer otra diligencia para entrar en la escuela". ¡Tomás Surí, de setenta años, aprende las letras!
Patria, 1 de abril de 1893