"La Liga" de Nueva York, la casa de cariño y enseñanza donde se junta, al calor de la estufa pagada por los pobres, un grupo tenaz de hombres verdaderos, tuvo reunión hermosa el jueves. Vuelve a sus clases, y se le llenó el salón. Las mujeres fueron: ancianas recién llegadas de Cuba, y patriarcas de los pueblos de Oriente, y mozos en cuya frente altiva chispea la libertad. El trabajo de los talleres se acaba a las seis, y acá en New York se vive muy lejos del lugar de trabajar; pero a las ocho ya estaban en la casa de cariño aquellas almas disciplinadas. "La Liga",-¿no se sabe por cuántos tienen corazón?-es el hogar de ideas que desde hace años pagan, del sacrificio de sus difíciles salarios, unos cuantos obreros cubanos, obreros de color: de esos obreros nuestros, que, aunque parezca burla a algún inútil, tienen abierto en su mesa de trabajar, de ganarse el pan fiero e independiente, la Educación de Spencer o el Bonaparte, de Lung, o la Vida de Plutarco: y el que no tenga miedo a las escaleras oscuras, que se ponga la camisa al codo, y vaya a verlo. Salón más cortés no hay que el de "La liga", ni de gente más sincera y elegante.
La casa, de veras, se entra por el corazón. Hasta la placa de la puerta, en la calle pobre que da al arco de Washington (72 Third Street), hasta la placa, que dice "Reason", hace como un templo de aquel amigable rincón. Se entra, y parece que se deja el mundo atrás: el mundo malo. La amistad, la cultura, la sinceridad ¿no son los únicos gustos de la vida, y fuerzas de ella? Lo demás es pesadilla, pompa de jabón y náusea. Un rincón de corazones es la gloria del mundo, el santuario y taller de la libertad, la sonrisa de la vida. La gente ínfima, o vendada, se compara y se mide, y se reparte por corrales, conforme a los grados de riqueza, que es cosa que de una quiebra para en humo, o a los de abolengo, sin ver que las honras mundanas vienen más comúnmente de la villanía que de la virtud, o a los del color, que dio a Confucio en China, a Falucho en Buenos Aires, y a Juárez en México. Se acorrala la gente ínfima, y saca la cabeza por sobre ¡a tranquera, como los caballos infelices que no saben luego qué hacerse a la hora de la tempestad, y vuelan solos y desalados, o se despedazan unos contra otros. Dan pena, los soberbios: E1 mundo no se detuvo jamás. En buena hora que se vaya en orden, como se debe ir-en el orden sano y bullicioso, y siempre juvenil, de la libertad: pero en la marcha del mundo, atrás se queda el que se mete por corrales: o el mundo lo arrastra, en su destino de marchar: hay que salir al camino, y beber agua de bejuco, y calzarse con sandalias: ¡es buena, la naturaleza!-Y ése es el encanto de "La Liga", que es buena y natural. El piano a la izquierda: sillas nuevas, y de color de luz, al fondo: de cabecera, un estante de libros: por las paredes, retratos de agradecimiento, de amigos de "La Liga'': ¡muy encendida en la tierra extranjera, la estufa pagada por los pobres! Ni polvo ni maldad hay nunca en la casa, toda llena de cuadros y de abnegación: de su semana penosa, de la semana en que suele escasear lo de la casa misma, esos hombres buenos apartan fielmente el alquiler del hogar de almas.
Y en las clases mismas, como en lo hablado y escrito por los hijos de la casa, se ve la fuerza y realidad de aquella gente generosa. Están a lo útil y no a lo ornamental: a los resultados, y no a las pedagogías: a preguntar con el alma, y a responderse de ella. En cuanto hay quien aprenda, hay maestros sobrados. Júntense alumnos, y ya tienen maestros. Allí, año sobre año, ha ido un comerciante enfermizo a enseñar gramática viva, y una como anatomía de la lengua, en las noches más crudas del invierno. Allí ha enseñado inglés, ya a altas horas de la noche, un médico de mucha bondad y ocupación. Allí iba un amigo de la casa, a decir lo que quisieran saber de él, y le ponían en la airosa mesa, las preguntas anónimas sobre la composición de los pueblos, o la física, o la historia, o los odios humanos, o las tinieblas del alma: y el amigo leía en alta voz los escritos, cuya forma iba al paso enderezando y podando, para que se viera la idea lúcida en la expresión sencilla y fuerte; y luego, al vuelo del .pensamiento, con la idea céntrica de la bondad e identidad del mundo, contestaba a las preguntas, muy hondas y sutiles a veces, concordando aparentes diferencias, y basando la opinión en la prueba ordenada y visible de los detalles. Uno desea saber del Senado, y su necesidad en las repúblicas; otro, que está leyendo a Marco Aurelio, no lo tiene por bastante, e inquiere sobre el ansia de religión del alma humana: otro pide la razón de los arbustos pelados y rojos en el desierto de Atacama: otro padece, de amor o de amistad, y propone, so capa de duda común, la pena de su alma: otros llevan, para mera corrección, los ensayos que, por consejos del amigo, escriben sobre las lecturas que los interesan o conmueven. Y de aquel ejercicio va creando la casa un modo de decir, confuso aún por la masa súbita de las ideas noveles, y la busca tenaz de su sustancia y razón, pero conciso y pujante, y bañado en un tierno amor a los hombres y a la naturaleza.
El jueves fue así la noche hermosa, con las preguntas sobre la mesa, y el himno en el piano, y las mujeres que del quehacer cruento de la casa, a menudo estrecha y oscura, van a oír ideas, palabras cordiales, versos: o a decirlos, con graciosa modestia y pasión antillana. Pero hubo visitas, antes de empezar la clase, y fue lo primero agradecerlas: era un venezolano, manco ilustre, que no perdió la mano arrancando a los hombres la libertad, como tanto soldado vil, sino peleando por asegurársela: era el general Julio Sarría, héroe afamado y romántico, que momentos después, al dar las gracias al saludo de "La Liga", alzó trémula, y con conmovedora elocuencia, la voz que no ha temblado muchas veces en el campo de pelear ni en los consejos de su patria: y la otra visita, de Venezuela también, era Andrés Alfonso, valiente como su isla de la Margarita, pie de Bolívar en una de sus pruebas infelices, y tierra de mujeres que daban a la guerra de la patria todas sus perlas. Andrés Alfonso mostró de nuevo el alma generosa que le vitoreó incansable el pueblo del diez de Octubre: también dio él gracias, como hijo de Cuba, como hermano de "La Liga". Porque hay hombres que no están hechos para hermanos: y otros que lo están.- Luego fue una clase como las de antes: en fila, ante el amigo, estaban las preguntas y composiciones: él las fue viendo, con la luz que da el cariño, y dio las respuestas de la verdad de la vida y la de su corazón: de estas composiciones publica Patria tres, tomadas de sobre la mesa del jueves, de estas composiciones de obreros cubanos, alguno de ellos de extrema juventud, por las que se ha ido mostrando el rápido curso, con muy altas miras y capacidad, de la mente fácil y armónica de aquellos hombres ejemplares. El entusiasmo y dignidad de la noche encendieron en un bravo corazón baracoano la palabra que habla pocas veces, la que viene perfecta y altiva de la nobleza iluminada del alma, y con el arte y fuerza de ella habló en arranque viril Severiano Urgellez, hombre del tiempo nuevo: "Hace poco oí decir a un esforzado joven blanco de Cuba que la juventud de hoy emularía la del 68: ¡la juventud negra del 93 no dejará sola en la pelea de la patria a la juventud blanca!" Y Francisco Marín, por obediencia al mandato del cariño, "César a quien no se puede desobedecer", habló, con unción verdadera, de "la casa donde sólo está el asiento negado a la enemistad, la entrega y el odio": y luego dijo versos suyos, de pena misteriosa, con los chispazos de su poesía marcial: luego fue el piano de América Fernández, maestra en él, y de Juan Bonilla, que ante los corazones, mudos de amistad y esperanza, tocó el himno de Bayamo.
Patria, 4 de noviembre de 1893