Un cubano creador; un cubano que al oficio de rumiar su oprobio entre dos guardias civiles, y entre un pomo de pachulí y una pantufla, prefiere el oficio de acumular y ordenar los elementos bastantes del decoro y bienestar duraderos de su tierra; un cubano que al hijo que le nace, le llama Céspedes, está de paso por New York. Teodoro Pérez no está de paso, sino en su casa propia, dondequiera que se ame a los únicos hombres dinos de ser amados: a los que en el roce de la vida no pierden la capacidad de la virtud. Se muere. de ver viles. Se revive, al ver buenos.
Allá por 1879 tentó el general español ti¡ Cuba la maldad de alzar a los cubanos negros contra los cubanos blancos, la habilidad de entrarse como amigo y favorecedor por las casas de lujo, a que le sirviesen merengue y le representasen comedias, mientras hacía descabezar en secreto por los campos, o echar por la borda de los barcos españoles, o acorralar en calabozos asesinos, a los cubanos que daban muestras de inquietud, de amor a su país, después del ajuste innecesario del Zanjón. De sombrero hongo y junquillo iba el general aquel a las fiestas de la sociedad cubana. como un hermano, como un amoroso., como uno de la casa, que por los criollos se desalaba y se perecía; y al desembarcar un preso habanero, en aquella época de paz, en la cárcel de Santander, ¡halló lleno un cuarto de la cárcel de cubanos llagados, heridos, tísicos, febriles, miserables, incultos, a quienes en Cuba acababan de prender, y mandaban a pie a Ceuta, en los meses mismos del ajuste del Zanjón! Afables caballeros, y visitadores, y carteadores ¡y manos de traición y de veneno! estos generales de España. Un cubano salió al payo al general del junquillo, le sacó la mano venenosa de las casas negras, le descubrió el plan de componer, con el espionaje astuto, falsas revoluciones, útiles a su crédito de domador del criollo impenitente, y pagó la osadía con el destierro a Ceuta. Ver claro, cuesta caro.
La Habana no peca de miedo. Una puerta a la guerra, y la Habana se va por ella. Armas: y es soldado la Habana, como la isla toda. Arde la Habana en impaciencia de salvarse de la ignominia que se la come. Es mucha la vergüenza, para que no sea mucho el deseo de rescatarla. ¿A quién respeta la Habana, y a quién ama de veras, sino a los que le dicen la palabra santa? No ven aún tamaño y conjunto, y se hacen atrás; y por eso acá levantamos tamaño y conjunto; pero la Habana, hoy como ayer, se bajará de los cupés como se bajó nuestro médico Lebredo, para acompañar al cementerio el 'cadáver del cubano oculto que murió de una herida de la revolución. La Habana es el entierro de Don José de 1a Luz, el de Ramón Zambrana, cl de José Antonio Cortina: ¡ciudad infeliz, que sólo ha podido hasta ahora enseñarse entera en los entierros! La Habana llenó la cárcel del cubano previsor, le enseñó toda su alma valiente, le ofreció su bolsa rica, que el preso no quiso aceptar, rompió las copas en silencio al decirle al preso adiós. Y estos recuerdos vienen a su hora, porque acaba de morir, ya muy anciano, el abogado principeño que iba todos los días, a eso de las diez, a ver, lleno ya él de canas, al joven que no quería generales pudridores en los negocios de su tierra. Patria recuerda agradecida a Don Francisco Agramonte.
Un hombre bueno ha tenido una gran desgracia: Justo Lantigua. Su compañera abnegada atendía a un deber doméstico en el balcón interior de su casa, y el balcón, de hierros flojos, cedió al peso: la esposa da Lantigua cayó al patio, insensible. Las virtudes de ella merecen el vehemente dolor de él. ¡No es posible que la suerte le prive de su leal esposa!
La Comisión de la Sociedad de Beneficencia Hispanoamericana encargada de preparar una fiesta, ha decidido posponerla hasta el próximo otoño. Pero ya que no es posible contribuir de esta manera a aumentar los fondos, un obsequio bellísimo del poeta y pintor Rafael de Castro Palomino proporcionará a las personas generosas de nuestra colonia, la ocasión de llevar su óbolo a la obra ardua y noble de la Sociedad de Beneficencia Hispanoamericana. Del autor de "Guerra", invitación al combate, del cantor de las "Baladas" melancólicas y sentidas, tiene el vigor y la poesía y la dulzura el cuadro que ofrece a 1a caridad el bardo cubano, que lo mismo con el pincel que con la pluma pone en obras hermosas su alma que se rejuvenece e ilumina con los años.
El lienzo, que tiene 43 por 31 pulgadas,-representa un campo después de una nevada. Los árboles secos parecen muertos, el cielo está inundado de los rayos de un sol poniente, el firmamento da esperanza, la tierra está cubierta por el sudario del invierno.
En el centro de la pintura, se ve una anciana pálida, temblorosa, que cruza cargada de la leña que dará calor a la vivienda humilde donde estarán sus nietos tiritando. Y esta sencilla pero elocuente composición, dice el poeta pintor "podría simbolizar la suerte de muchos de nuestra raza que en estas heladas regiones por necesidad vegetan. ¡Que la Sociedad de Beneficencia Hispanoamericana de New York evite a los de nuestra raza tener que salir a cortar leña después de una horrible nevada!" Pronto tendrán oportunidad los corazones piadosos de ayudar a la realización del deseo del amigo de los pobres, Rafael de Castro Palomino.
De lejos vienen a los cubanos de New York distinciones honrosas. El bufete de Jones y Govin, en que Rafael Govín emplea hoy su actividad y sus talentos, acaba de recibir del Presidente de la República Francesa el poder de perseguir a los imitadores de las aguas de Vichy. Trabajar1109, los cubanos.
Patria, 21 de mayo de 1892