Estamos para vencer. A la mano se nos viene cuanto deseamos. Hemos sido buenos-hemos amado mucho-no hemos odiado: todo sucede como se pudiese desear que sucediera: no hay como consagrarse a su país con desinterés para ser dichoso. Y en esto no hay fantaseo ni fraseo. A los buenos, a los que entran de corazón en esta época de justicia, se les torna el mal en bien,-como a Barranco y Guerra, que perdieron, por un robo habilísimo, todos sus depósitos de tabaco, y los han recobrado. Los ladrones eran gente de plan, y la estrategia del robo fue notable; pero a los que se deciden a servir con lealtad y cariño a su país en esta época de victoria, porque es época de justicia, la maldad no los mella. Estamos para vencer.
En la noche del 3, en el Carnegie Music Hall que fundó el escocés autor de la Democracia Triunfante, para el adelanto de la música, recibió su diploma de farmacéutico el joven Angel Manuel Arteaga y Aróstegui. Perteneciente a dos conocidas familias del Camagüey, empobrecidas por la revolución, Arteaga, que pudo heredar una fortuna, ha luchado, ya en el comercio, ya en sus estudios de farmacia, por añadir una prueba más a la enseñanza y resultado hermosos de nuestra guerra: que el hombre vale, no por sus títulos de familia ni por lo que hereda, sino por lo que por sí propio hace y conquista. Nuestra guerra disminuyó el- número de hijos mimados, y de hombres de adorno; a nuestra guerra debemos una generación de hombres laboriosos, de hombrea útiles a la patria.
Había cierta melancolía en su rostro trigueño aquella noche de honor: ¿recordaba acaso a la madre, que se separó del hijo para morir lejos de él, como tantas madres cubanas nobles han muerto, porque prefería "hacerlo un hombre", aunque no lo viera alcanzar el triunfo? ¿0 pensaba en quien ha sido su segunda madre, que, enferma, no estaba allí para aplaudirlo? Arteaga es un cubano digno, que ha cumplido bien y que ha honrado a su país: por eso Patria, que se enorgullece en ver a la juventud cubana estudiar y vencer, felicita al modesto joven, de alma delicada y honrado corazón.
Estaba cierto viajero una mañana en el escritorio de la manufactura de Martínez Ibor, allá por Tampa, y hablaba con él, sentado en la mesa del dueño, uno de los operarios del taller. Entró un anciano de rostro bondadoso, se levantó el operario a darle la silla; y el anciano le puso las dos manos en los hombros, y dejó sentado al trabajador en el asiento del dueño. Era Don Vicente Martínez Ibor.
Ahora, en la casa desolada de la viuda de su hijo mayor, del llano y buen Eduardo, están de visita Don Vicente y su hija Mirta. De Mirta dicen que tiene inteligencia viva, discreta elegancia, y compasión sincera para las penas de este mundo. Es bello. en las horas de tristeza, en Mayo es bello, que la linda primavera venga de báculo del buen invierno.
Héctor de Saavedra, que en New York ha distraído muchos veranos recordando en colores loa melancólicos paisajes de nuestro país, que con su arte elegante, en las letras y el dibujo, ha adornado los más simpáticos semanarios habaneros, que ama de veras la literatura y la pintura, y en los tonos sombríos de ésta pone a veces, como sin querer; la queja patria, ha estado de paso por New York, con su distinguida esposa, en camino para la ciudad donde todo se aprende, y a donde va el artista cubano a estudiar los detalles de la lámina fina, vida hoy y animación de los periódicos. "En casa" se saluda al compatriota laborioso.
Dignas del puro entusiasmo que las inició van a ser las "ceremonias conmemorativas de los hermanos difuntos de la Logia Fraternidad No. 30?", lugar hoy de cita de mucho cubano apasionado del bien. En el templo hermoso de la calle 15, al Este, No. 220, en el templo alemán, serán las ceremonias: y basta conocer el alma fraternal del venerable Manuel Andrade, la palabra humanitaria del orador Lahens, la actividad honrada y magnífica de Remigio López para augurar brillo desusado a la fiesta. A los acordes de la marcha fúnebre del órgano, que en e1 cordial Pedro Fuentes tiene un verdadero maestro, tomarán asiento los miembros de la Logia, los hombres leales a sus muertos; Francisco Lahens pronunciará la invocación, y el cuarteto cantará "La Plegaria del Señor''; sobre lo deleznable de la vida, y la necesidad del honor y del amor en ella, disertarán Manuel Andrade, Ramón Elosúa y Alonso Menéndez.
Con su coro de niñas, cantará la señora de Arrighi "Jesús, amante de mi alma", y de nuevo el órgano de Fuentes llenará e1 templo de notas, en la procesión fúnebre; Randolfo Aday explicará la "Ofrenda de las Flores"; vendrá tras ella la "Ofrenda del Incienso"; con las tres luces bajas, "símbolos de la oscuridad, de la destrucción, y de la desolación", cantará el buen tenor Jovino el Stabat Mater; se leerán los nombres de los muertos; entonará e1 cuarteto el "Venid, desconsolados"; Benjamín Giberga, el venerable de la "Estrella de Cuba", ofrecerá, con su palabra siempre fácil, una corona de siemprevivas; un dúo, de la señora Arrighi y la señorita Alfani, con el señor Arrighi de organista, precederá al coro de niñas, en la "Ofrenda de la Sal". D8 los hermanos muertos ha de hablar entonces, ya con las luces encendidas, en símbolo de la fe, de la esperanza y de la resurrección, el orador Lahens. Al "Requiem Eternum" del cuarteto seguirá el discurso del entusiasta Francisco V. Morales sobre "la Masonería, antorcha de la verdad". Y se cerrará la noble fiesta con el himno funeral que dedica a la logia el profesor Cartaglia, con la oración solemne de uso, y con la marcha fúnebre del órgano. Es prenda el bello programa de los sentimientos delicados y fraternales que lo inspiran. Patria estará allí, con el cariño con que ve cuanto ordena, cuanto congrega, cuanto ama. E1 cariño es la llave del mundo. Y el odio es su estercolero. Cuantos quieran invitación para la fiesta, cuantos la quieran con noble corazón, pídanla a Remigio López, 90 Wall Street; o pídanla a Patria.
Patria, 7 de mayo de 1892