Alrededor de una mesa conversaban, más impacientes que cansados, algunos buenos servidores del país. Del entusiasmo de otros tiempos conversaban, tan generoso como mal conducido; de la presteza y vehemencia con que la emigración respondió siempre a las demandas de sangre o de bolsa que éstos o aquéllos les hacían; del brío de república que arde, moderado a la vez que indómito, en el alma cubana.
-Recuerdo yo, decía uno, cuando cierto general fue al Cayo, en la guerra grande, con aires de imposición, y en un taller en que un obrero pobre se le excusaba con razones, dijo al lector, patriota fidelísimo: "Lector, márqueme Vd. a éste con una cruz". Y al preguntar al siguiente, con la pompa del castigador satisfecho: "¿Y Vd. cómo se llama?", como el rayo le vino la respuesta: "¡Yo me llamo dos cruces!"
-Pues ése, dijo otro de la mesa, fue el general de otro cuento que yo sé. Se encontró por la calle a un buen cubano, de los que quieren patria digna, y en la independencia no buscan cambio de amo, ni el gusto de mudarle al país de nombre, y le dijo: "Lo tengo ya apuntado con tanto a Vd."-Y el otro le respondió: "Apúnteme; pero yo no disparo".
La patria no está para morir, y se ve en todo. La bandera de los clubs, de seda quiere ser, y sobra quien la haga. De donde no se la conocía brota gente nueva. El entusiasmo cunde por las capas frías. El donativo cubano, nunca perezoso, busca de sí mismo empleo. Tres cubanos regalan a la casa del pueblo, al Liceo de San Carlos en el Cayo, un friso de cristales de colores, de lo más fino que puede hacer New York. A Benjamín Guerra, que es hombre eficaz y juicioso, encargaron los donantes el friso: y ya Patria lo fue a ver, porque se quiere en Patria mucho a aquella ágora cubana, a aquel foro libre, a aquel hogar y parlamento y taller y colegio público, a la casa de todos. A San Carlos van a criarse juntas, en el cariño de la escuela, las razas que juntas han de vivir; a San Carlos acuden, cuando hay marea de opinión, las ideas e intereses diversos, y se acomodan en la franca lucha, y en la libertad se calman; a San Carlos han ido con las manos llenas de joyas nuestras mujeres, a vaciarlas en la caja de la guerra, y los hombres con las manos llenas de sus ahorros; a San Carlos se va a oír la poesía nuestra, el teatro nuestro, y nuestra música; a San Carlos, con derecho igual, va el blanco de prosapia, que nació en cuna de próceres, el prócer negro, que tiene los pergaminos en la virtud, y la criatura de sombrero atrevido, que no sabe aún que el chaleco no es crimen, ni es una desvergüenza la corbata. Juntos se indignan: aclaman juntos: juntos lloran. Es sagrada la casa.
Este friso de ahora es bello. Lleva de frente al centro nuestro escudo con todos sus colores, y una palma de veras, copia fiel de la que pintó una milagrosa niña cubana, toda fuego y verso. Bajo el escudo, en fondo azul, va el letrero de oficio: San Carlos: The Cubans public school ¡un letrero que nos manda, por las palabras ajenas, montar a caballo! Alrededor, entre dos fajas de diversos azules, corre un floreo, de hojas sacadas a punta de cuchillo, hojas de azul en fondo blanco, con nuestro triángulo rojo de calce a las esquinas, el triángulo y la estrella. Y a un lado y otro van, entre laureles que resaltan tallados en lo azul, los nombres de "Carlos Manuel de Céspedes", que nos echó a vivir a todos, y "Francisco Vicente Aguilera", que amó tanto a San Carlos. ¡Anda de moda hacerle hocico, entre los encharolados, a la humildad de nuestro pueblo, que ha mantenido la llama en el altar, y aun los que pasan por patricios esperan la hora de adularla en falso cuando ya se le vea todo el podes, o de sofocarla, so capa de servirla, por la alianza aviesa con la gente pontificia, la gente de alma floja! ¡Anda de moda tener en menos a aquellos a cuya mesa comió como hermano el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la república, Francisco Vicente Aguilera! Pues para que esas modas mueran, cría y prepara el Liceo San Carlos. Crece lo que la patria fundó. Es símbolo el friso nuevo, de los de nuestra bandera.
De Tampa, que los estima en lo que valen, están para venir a New York dos cubanos entusiastas, y de lo mejor que fuera de la patria tenemos como músicos: Angelino Horruitiner y Adolfo Duarte., Están recientes aún los días en que los dos compañeros, cuando estaba hecha una llama por Tampa y Cayo Hueso el alma patriótica, hallaron de esas notas que no se hallan muchas veces, y suelen despertar el ánimo más desdeñoso, o los recuerdos más dormidos. De la lealtad al país les viene a Horruitiner y a Duarte el poder con que entienden la música cubana: New York, que los manda a buscar, los recibirá como a dos leales.
Ni una línea se puede perder del artículo que publica en este número de Patria el puertorriqueño Figueroa. Allí el historiador curioso hallará datos nuevos, y documentos inéditos, sobre la conspiración de Lares; allí el revolucionario descuidado verá con qué tino y sigilo es preciso mover la virtud, para que no caiga en los brazos del demonio; allí se ve cómo el noble arranque de Puerto Rico no fue la mera cabezada de unos cuantos patriotas apagadizos, sino un plan infortunado, con raíces largas y hondas en el corazón del país. Le faltó sólo al látigo de la guerra el puño de oro.-Ahora le estamos poniendo a la guerra el puño de oro.
Patria, 16 de abril de 1892