De una amarga noche de vela, con el puñal .clavado ya en el corazón, salía Patria, hace un domingo o dos, de un hotel humilde, a eso de las siete de la mañana lodosa y negruzca. El viento arremolinaba y helaba la lluvia; uno u otro osado, hundido en el gabán, cruzaba la plazoleta: la humedad mortal enfriaba los huesos. Subió Patria a un tranvía, y el pasajero único que halló, a las siete de la mañana de aquel domingo, era un cubano: un cubano que de sol a noche trabaja doblado sobre su mesa de obrero, y el domingo, cuando podía descansar junto a la mujer leal y la hija presos, se arranca de ellas, para trabajar por ellas. Esa es Cuba: unos, los más menguados e incapaces, los más sórdidos e inútiles, los más serviles y mercenarios, befan o rebajan el sacrificio noble a que jamás ayudaron con sangre ni bolsa, o que, por cortedad de alma, no pueden entender ni amar: otros se levantan sin sol, en el agrio domingo extranjero, para comprar un libro más a la hija, o poner una flor sobre el mantel, o dar de nuevo a la patria el rifle de que la privó la cobardía o la delación. Calaba el frío los huesos. Y al despedirse Patria, y tropezar su brazo al levantarse: "¿Qué es ésto?-dijo- quién es esto?" "Eso es mío", dijo el cubano, "ésa es mi tabla de trabajar". Siguió el carro su camino, y Patria su amargura. La calle estaba fangosa y desierta.
Dichoso, muy dichoso, pasó un ente humano, nacido en Cuba, por junto a una mesa de cubanos donde se hablaba del Lagonda y el Amadís y el Baracoa, y del rumor de que Cuba infeliz, y decidida a ganar con sangre su libertad, ha estado a punto de recibir, cargados de hombres que llevaban en la cartuchera la muerte, tres vapores de armas. Los compatriotas de aquel hombre han estado a punto de exponerse a morir por él, por su decoro y su felicidad: la patria de aquel hombre se ha visto en el peligro de deber postergar, acaso por muy largo tiempo, a no ser por la vigilancia y energía de sus hijos, la empresa de hacerse libre; los amigos de aquel hombre han demostrado plenamente las cualidades de acción y de sigilo que respeta toda alma viril, y sólo desconocen y mofan las almas bajas; la pérdida de la ocasión formidable y ordenada, y de la labor de un patriotismo que no se satisface con merendar "monjetas" y vino de Alella entre picadas y chismes, habría sido, por el momento siquiera, la pérdida, lamentable por todo corazón honrado, de las esperanzas de honor y dicha del país en que aquel hombre nació:-¡y él pasaba, decidor y dichoso, frotándose las manos, recalentado el ojo mortecino, la cara fofa deshecha en risas, y se acercó a los cubanos de la mesa:-"¿ronque barquitos, eh? ¿Parece que tenemos barquitos? ¿Conque han perdido los barquitos?"-¡Y pasó dichoso y decidor, frotándose las manos! ¡Acaso el vil que habla así del peligro de muerte de sus compatriotas, del esfuerzo patente y puro de sus compatriotas, más respetable mientras más infortunado, lleva en la lengua el nombre de la patria a cuyos defensores deshonra-los . defensores que tienen, por lo menos, la voluntad y valor de morir! ¡Vil!
Haití tiene más de un poeta, y muchos y buenos en verdad, así como sendos libros de singular pericia en política y hacienda, y mucho hombre con quien se puede hablar, muy mano a mano, de Guysu y Darmestester. De los poetas, por abundoso, y a veces gigantesco, por pujante y nómada, tiene fama europea y americana Oswald Durand, que escribió a Cuba una verdadera oda, y es a la vez meseniano como Delavigne y coplero como Gringoire: taza de bronce, resonante y bruñido, es la estrofa patriótica de Tertulien Guilband, y como flor de maravilla sus recuerdos de niñez, y los de amor fina media de seda, muy leve y calada: Edmond Héraux es como un novio de la naturaleza, que sólo en su isla hermosa la ve plena y lozana, y no gusta de ir a ella sin Julieta y Leonor, ni de hablarle sino en lengua bataneada, sincera y florida: es como quien sale al campo de sombrero de pelo, y bastón de puño de oro. La pasión, melancólica y ardiente, caldea e ilumina la lengua elegante de "Fleur des Mornes", el libro artístico que Patria recibe hoy de Edmond Héraux. El desdeña la originalidad violenta y vacía, y sólo cree durable la forma sobria de 1a emoción real. El llora sobre la patria; pasea, renovado, a través de los campos; invita a Cecilia a hacer un ramo de las escasas rosas de la vida; se para a oír la historia de una hoja abandonada; no irá ya más con Julieta, "tocada de Dios", a soñar, y a andar despacio por la llanura; le ve al ángel hipócrita de Eleonora el demonio frío e infiel: canta otra vez a la patria "comprada con nuestra sangre roja". Es libro el de Héraux que se vuelve a leer y se acaricia, libro de pena suave, filial patriotismo, y fe en la beldad útil y reparadora del mundo. En él, como en todos los poetas haitianos, los versos sobre la patria adorada, la patria que del cepo nació a la academia, la patria que lleva en la frente el bonete de doctor y en los tobillos aún la marca del hierro, tienen el temple y la luz de una espada encendida
En la escuela comercial de Packard es costumbre ejercitar a loa alumnos en la expresión del pensamiento: el último día de la semana llenan la sala de sillas: alumnas y alumnos cuchichean ansiosos: se hablará de comercio, y de política de ideas, y de literatura, sobre los métodos de Teneduría o sobre las sagas irlandesas, sobre el cuño libre de la plata y sobre II Penseroso de Milton: no sabe el comercio entero quien no sabe su poco de literatura, ni es literatura sana la que no sabe su poco de comercio. Esta última vez la oratoria de Packard fue inesperada y nueva. Cuba anda en el aire: se ha hecho espada y voz el patriotismo cubano, hasta hace poco desmigajado y disuelto: lo que no se ordena, no anda: lo que no se junta, no vence: no hay golpe que abata, no hay cobardía que aniquile, no hay denuncia que anonade, no hay traición que eche atrás a un pueblo capaz y ofendido que se determina a arrancar a un déspota pobre y torpe su decoro: Cuba está en el aire, y se condensa y crece.-Un alumno, español de nacimiento, se puso en pie, a hablar de Cuba, y de su incapacidad para vivir emancipada de España, y de la suerte de Santo Domingo que el alumno novel cree definitiva e infeliz, y culpa de los dominicanos,-y de que esa suerte misma cabría en la independencia a Cuba. Oía la sala en silencio, acaso sorprendida, acaso indiferente: quien no oía indiferente era un criollo de dieciocho años, puro y fornido, recién llegado de Cuba y del colegio de Tomás Estrada Palma, un niño de nobleza natural, que esquiva el gozo inútil, y ama ya el deber. Le volaba el pensamiento mientras hablaban otros: su voz era la última: ¿hablaría él de lo que tenía estudiado, de Hornero, de Il Penseroso, del comercio con los pueblos hispanoamericanos? Trémulo empieza a hablar, en el inglés pintoresco y dificultoso del novicio; pero a los pocos 'instantes la sala es suya, las mujeres lo aplauden, el director se echa de codos en la mesa, para oírlo mejor, el niño habla con toda la fuerza de la sinceridad y de su honor: ¿quién le ofende a su Cuba? ¿por qué Cuba, de hijos más trabajadores y cultos en su mayoría, y más universales y emprendedores que los hijos de España, no puede emanciparse de España? ¿cómo no tiene derecho Cuba a emanciparse de España, si los Estados Unidos tuvieron derecho de pelear contra Inglaterra en Bunker Hill? ¿qué sabe el otro orador de las causas verdaderas y pasajeras, del desarrollo lento de Santo Domingo, y de las luchas que ha tenido que sostener contra el extranjero, y entre el ánimo autoritario o liberal de sus propios hijos, que jamás se expresará del mismo modo, por ser diversos los componentes de la población y las condiciones en el pueblo de Cuba? ¿qué cubanos conoce el otro orador, que no ha conocido al cubano como es, gallardo de cuerpo, singularmente capaz, conocedor de los contrastes y diferencias de los demás pueblos del mundo, rebosando industria y empresa, aun bajo la codicia y la persecución de España en Cuba?: ¡se acabó el cubano bailarín, como tipo del cubano, y hay menos danza y vicio entre los hijos de Cuba, aunque no lo parezca así en esta ciudad o la otra, que en la mayoría de los pueblos del mundo!: "¡sobre todo, orador, el cubano es como yo, que a los dieciocho años de mi vida estoy dispuesto a dar mi sangre a mi país!" El niño arrancó lágrimas: el español, conmovido, le apretaba las manos: el aplauso era largo y cerrado: lo rodeaban contentos sus compañeros: el director proclamó a Luis Rodolfo Miranda el primero en los puestos del día, y alabó públicamente el fuego de su palabra, el orden de sus ideas, su capacidad de trabajador,-y su amor a la libertad.
De unos maestros es ir llevando al alumno al descuido, sin gran fuerza ni empuje: y de otros, corito Emilio Agramonte, es poner toda su alma en la labor, y sacar del discípulo, a prueba diaria, toda la idea y el sentimiento. Eso se vio en las óperas hermosas que cantó el Conservatorio de Agramonte en el "Barkeley Lyceum", y de que hablará pluma maestra.
Patria, 19 de enero de 1895