Como propios trató siempre en su casa a los hijos de sus amigos. En su casa de Madrid, refugio amable de los que jamás cesaban de trabajar por la independencia del país, ni pisaban viles nunca, ni cubanos de aquellos que a la hora de nuestro martirio andaban por revistas y cafés celebrando las "glorias de nuestra española infantería", ni más españoles que los que nos defendían la libertad. La Cuestión Cubana, que publicaba por Sevilla entonces un hijo de Nicolás Sterling, se leía en coro alrededor del triste brasero: se hojeaba con respeto Las Dos Banderas, el libro de la casa: se salía a la puerta a recibir a Calixto Bernal, el autor valiente de "La Vindicación", y de aquellos dos versos en que hablando de la patria afligida, dijo así, en el álbum de una mujer hermosa
Hoy que de luto el corazón se viste Muda la pluma a todo se resiste.
Se contaba con ternura la pobreza grande de Francisco Díaz Quintero, que por no dejar morir El Jurado Federal, donde defendía el derecho de Cuba a la libertad y la clemencia; empeñaba las cucharas, las sábanas, el pequeño tesoro de su noble Pepa y del único hijo. Se hablaba mucho de Gaspar Cisneros, cuyas obras, cuidadosamente recogidas en sendos cuadernos, hojeaban los neófitos reverentes. Por su apodo de Cuba Libre se llamaba al hijo del Marqués, que para no pesar sobre el amigo de su padre, se hacía de papel los huesos en que estudiaba, siempre vestido de negro, la medicina. Era sesuda y hospitalaria la casa de José Ramón Betancourt en Madrid; y quien se abrigó una vez en aquel hogar no olvida el habla suave, el rostro de dulce óvalo, la cabellera caída por las sienes, de la madre discreta de la casa, que ahora acaba de morir en la Habana, esclava aún: de Angela López de Betancourt.
Patria, 1 de diciembre de 1894