La casa de Cuba, y de toda piedad, es en San José de Costa Rica, la de Eduardo Pochet. "Lo que me duele, señor-decía una vez una persona que muy de veras lo quiere -es que alguien haya hecho sufrir alguna vez a un hombre que sólo vive para el bien de sus semejantes. Su patriotismo no es el de la ira, sino el de la pena. Su generosidad no es de la que se ostenta, sino de la que se esconde: las fiestas lo hallan ausente, pero la desdicha lo tiene siempre a la cabecera: para Cuba, lo que más sufre de cuanto conoce él, es su pan más blanco y su mejor vino: con sus manos ha levantado, en el respeto de la tierra amiga, una limpia riqueza.
Pero a Eduardo Pochet le ha sido todo fácil, porque tuvo consigo el secreto de toda victoria, que es la compañía de una buena mujer. ¿Qué importan todas las serpientes de este mundo, si se tiene un rincón de paredes blancas, y una mano pura que apretar, cuando todo cesa, en el silencio; si de la amistad de las dos almas nacen los hijos buenos y bellos? Por su señorío natural y su corazón hospitalario, por el ejemplo y cariño de su casa, es muy amada en San José la señora Florencia de Pochet, que hoy, después de breve viaje, vuelve de New York a la ciudad de los hogares, acompañada de otra cubana cuya lealtad patriótica no conoce fatiga: la señora Matilde Pochet de Odio. Agradecidos, como siempre que se ve de cerca a la virtud, saludemos a la compañera del constante trabajador, del desterrado fiel, del patriota cordial, del rico honrado.
"¡Allá voy yo también, a San José, yo también!" decía a un amigo triste el humanitario Luis Perozo, en la cama en que moría, de la fiebre de Puerto Limón. ¡Ay! ha ido más lejos; pero ni fallará en el camino, ni le cerrarán las puertas de oro, porque con él va la fuerza de la jornada y la llave de la eternidad: la majestad de haber obrado bien. Entonces florecen las lágrimas que se han enjugado: entonces pueden las voces de los desvalidos a quienes se consoló: entonces se ve rico y amado al que en el mundo dio de lo suyo y se desveló por los demás:-y a la cola, como un mendigo, va el rico inútil, con el alma mugrienta. Rodeado de amigos murió Luis Perozo: ¡cómo quiso levantarse, cuando vio por última vez a Cuba delante de sí! ¿cómo se le veía ya deshaciéndose de todo, en cuanto imaginaba que era la hora de sanear con la guerra su país!: pero no cayó peleando por el honor de los hombres en su patria: murió en el destierro, en brazos de sus amigos.
Patria, 7 de julio de 1894