Ramón Fernández, un cubano, se moría hace una semana, en un último piso, en un cuartito; lo acompañaban unos amigos de su tierra que consolaban loa instantes postreros de la vida de un hombre que, lejos de la patria y de los suyos, expiraba.
Y un puertorriqueño que vive en la misma casa, al saber el estado del infeliz, dejó sus libros, subió la escalera como si fuera uno de su propia familia, ayudó al moribundo, le cerró los párpados. Era Sotero Figueroa.
Para el entierro, no tenia el muerto solitario. Pero la Sociedad de Beneficencia Hispanoamericana de New York, sí tenía. El cubano fue enterrado con todo el decoro necesario, y con el cariño más fraternal.
Aunque tarde ya, pero no por eso menos entusiasta, enviamos a la amable puertorriqueña, a la inteligente pianista Ana Otero, nuestro aplauso, por su concierto del martes tres del pasado. Fue Borinquen de alma hermosa la que ayudó a la artista en su educación musical; como a la Paoli aman los hijos de nuestra Antilla hermana, a Anita Otero.
Y lo merece quien tiene la virtud más grande el agradecimiento-y paga a su tierra con un amor purísimo y sincero.
Nosotros, cubanos y puertorriqueños, deseamos que sus bellas cualidades encuentren campo provechoso en nuestro seno. A nadie mejor que a Ana Otero, pianista correcta y mujer digna de todo elogio, puede confiarse la enseñanza del difícil instrumento. Patria espera que obtendrá aquí el éxito como profesora, que ella, por tantos títulos, se merece.
De su tierra hospitalaria, querida para todo cubano, de Venezuela, llevó su música criolla y su talento a París, Gonzalo Ruiz. Y en estos últimos seis años como director de orquesta y profesor de canto ha hecho carrera en la capital del mundo.
Entre nosotros se encuentra ahora y con su repertorio de arte clásico y americano se ofrece a nuestra colonia.
Es de pueblos fuertes, el amor a la unión para el socorro mutuo; de las sociedades de esta clase fundadas por cubanos en esta ciudad es buena muestra, la de San Carlos que en sus recientes elecciones ha designado la siguiente Directiva que guiará felizmente sus trabajos: Presidente, S. Díaz; Vicepresidente, Vitalio Jordán; Contador, J. M. Rivero; Tesorero, A. Silvera y Secretario, V. Pita.
El 12 de enero en el Lenox Lyceum, bailaban pobres y ricos, propietarios y obreros, para aumentar el tesoro de la Sociedad de Beneficencia americana.
El día después la primera solicitud que se recibía de ingreso a la sociedad era la de un hombre de color: Gerónimo Bonilla.
Y en lo que va de este mes la Sociedad de Beneficencia Hispanoamericana, ha dado sepultura a un cubano; ha enviado a un digno padre de familia a otro pueblo donde pueda fortalecerse y ganar con el trabajo honrada el sustento para su mujer e hijos; a una enferma le ha dado pasaje para su país natal donde encontrará alivio a sus males.
Patria, 14 de febrero de 1893