Es cubano todo americano de nuestra América y en Cuba no peleamos por la libertad humana solamente; ni por el bienestar imposible bajo un gobierno de conquista y un servicio de sobornos, ni por el bien exclusivo de la isla idolatrada, que nos ilumina y fortalece con su simple nombre: peleamos en Cuba para asegurar, con la nuestra, la independencia hispanoamericana. Otros crecen, y tenemos que crecer nosotros. En los viveros de los pescadores, se ve cómo el pez recio y hambrón, cuando se le encaran juntos los peces pequeños, bate el agua con la cola furibunda, y deja en paz a los peces pequeños. Es cubano todo americana de nuestra América.
Y lo es más si nació en un pueblo donde el cubano tuvo siempre consuelo y abrigo: donde la juventud abrió los brazos al maestro errante, al insurrecto herido, al poeta de las serenatas tejidas con hilo de oro; donde el agricultor trató de hermano, y dio casa y empleo, al que llamó a sus puertas, sin más caudal que la pobreza y el dolor; donde las señoras de abolengo adornaban con sus manos, como para hijas, el tocador de sus humildes huéspedes cubanas; donde nunca faltó cariño y pan para los cubanos agradecidos. Es cubano todo guatemalteco.
Muy del alma es el saludo con que Patria recibe hoy, de paso para su hermosa tierra, a un hombre de raro y alto mérito que, con tener el genio fino y caballeroso, y una poesía toda de plata y oro, vale aún menos por esto, y por su crítica cordial y sagaz, y por su ciencia notable del mundo, que por su alma enamorada de la hermosura, que sólo rinde tributo en la tierra a la belleza ideal o a la virtud insigne. Es como un griego de los de la Antología Domingo Estrada, por cierto desmayo del alma ansiosa de la perfección, que se enoja de ver cuanto tarda en madurar el mundo, por su verso elegante y ceñido, que es como la cabellera rubia de Psyché, con la guirnalda de hipomeas, por su juicioso desamor de la pompa necesaria al necio, y por aquel culto de la amistad que fue acaso la mayor belleza griega: el mundo es fuerte y bello por los amigos. Cuando Domingo Estrada, en sus paseos de poeta, descubra la cabeza, según solía en su primera juventud, ante aquel coro de montes florecidos que rodea, como defendiéndola, a la ciudad de las casas blancas y los árboles, como una cesta de esmeraldas y perlas, dígale que sus favores a los hijos de Cuba no fuera en vano, que desean independencia y paz a la noble Guatemala los cubanos agradecidos.
Aún se la veía ayer, discreta y piadosa, llevando un consuelo al enfermo, una limosna al infeliz, un recuerdo al anciano, por las casas de los cubanos desterrados: ni los años le pesaban, ni las escaleras: nadie la ganó nunca a buena ni a cortés: tenía la caridad misma de su hermano el brigadier Correa cuando para ahorrarle vergüenzas a su pabellón, ayudaba a un niño terco a sacar de las cárceles de la Península a los cubanos: y ahora muere, de pronto y sin dolor, como una santa que se va, Pilar Correa y Miyares. Por familia pertenecía a lo más conocido de Venezuela y de Cuba; y por sus méritos, nos pertenecía a todos. Como hijos vio ella siempre a los Amábile; como hijo vio a aquel que, dejando atrás fama y fortuna, se fue, de su rica clientela de New York, a pelear por su patria, y cuando le colgaba por la cara el ojo que le sacó de la cuenca una bala de cañón, se arrancó el ojo con su propia mano, y lo lanzó a la selva. Como filial es la pena que deja, al salir del mundo, un alma que no asiló jamás un mal sentimiento.
Supo Emilio Agramonte, el hijo, el ingeniero y abogado y pianista, que estaba a oposición un puesto honroso en el Departamento de Trabajos Públicos de New York. En vísperas de boda estaba, y se puso a sus repasos y a sus exámenes. Sacó, el cubano, la nota más alta de la competencia. Y por su viaje de bodas le fue siguiendo el nombramiento en que, con su mérito sobresaliente, no había tenido en realidad competidor. Hoy, tiene el asiento de preferencia, por su modestia y sus raros conocimientos, en la oficina adonde subió a puro valer.
Va a haber por fin un puente nuevo en lo alto de New York. Y el elegido por el Departamento de Trabajos Públicos para servir de ayudante principal al director de esta obra magna es un cubano, que llegó por suficiencia al empleo donde ahora tanto se distingue: el cubano Enrique Meza.
Tarde llegamos ya para contar la fiesta hermosa del sábado en la casa de nuestro Luis Baralt. Hablaron prohombres, y ninguno con más elegancia y doctrina que él, que crece a ojos vistas. Cantó, como el clarín de Centro América, Marcelina González. El piano fue clásico. Muy buena, de hispanoamericanos y de neoyorquinos, la entusiasmada concurrencia.
En Filadelfia vive un cubano laborioso que en la emigración no sólo ha ejercido con éxito su profesión de médico, sino que ha hecho fortuna en el comercio digno del tabaco, el doctor Evaristo Calves. La dicha resplandeció en su hogar esta semana: el hijo mayor, el estudioso Evaristo, ha unido sus destinos a los de una bella y distinguida señorita norteamericana. Patria envía felicitación cariñosa al padre y a los cónyuges.
José Abelardo Agramonte, el administrador de Patria, tiene enferma a una niña que adora, a una almita de once años que ya le ayuda a trabajar, que se sienta a su lado a animarlo con sus ojos azules, que le acaricia la frente cuando se la ve nublada del pesar. Están los pobres padres como si se les fuese la vida. ¡Pero e1 ruego vehemente de sus amigos salvará a la niña buena!
¿Y cómo podremos comentar hoy como queríamos el gallardo artículo de La Resista de Florida sobre el Partido Revolucionario, y celebrarle la variedad y nobleza del periódico entero? ¿Cómo acusar recibo. entre tanto material valioso de las sentidas páginas en que Néstor Carbonell cuenta los méritos de Francisco González Acosta, el sincero escritor de El Proletario? ¿Cómo anunciar que hemos recibido de uno de los cubanos de más pureza que conocemos, Nicanor Salinas, una carta admirable sobre los Caballeros de la Luz del Cayo? ¿Cómo decir con el espacio cada día más estrecho, que el número próximo de Patria traerá una novedad grata a todos los corazones cubanos?
El Club "José Martí" que con tanto brillo inició sus conferencias políticas, el domingo pasado, resolvió por unanimidad rogar al señor Rafael de Castro Palomino, preparase una conferencia para la próxima sesión reglamentaria.
De enhorabuena están los cubanos entusiastas de este Club; el emigrado consecuente, cuya palabra se recibe con tantas simpatías por los que conocen el patriotismo y fe que inspiran su palabra sentenciosa y culta, ha de merecer el honor con que el Club ha querido probarle la estimación en que le tiene. Se nos dice que el Club se propone invitar también a un deportado ilustre que todavía no ha bajado la cabeza, lo mismo que a cuantos otros quieran coadyuvar en esta labor de educación republicana. El Club José Martí" es ejemplo vivo de la energía y cordialidad del pueblo cubano.
Patria, 18 de junio de 1892