No miramos en esta casa de dónde viene el mérito, con tal que venga., ni nos parece que lo que hacemos por acá valga un anís más, ni menos, que lo que hacemos por allá; porque en esta alma nuestra del destierro se alaba y admira lo que por todas partes hace el alma cubana, y el ser cubano de paso vivo o de paso más lento no nos importa grandemente, sino que el cubano sea de buen paso; que cree, que fomente, que origine. que estudie la riqueza del país, que la transforme, que la negocie. Contra lo que peleamos es contra la gente segundona, contra las castas alquiladizas, contra el carácter en que el hábito de aspirar es más que la capacidad de satisfacer la aspiración por el trabajo directo. A la sustancia vamos, más que a las formas. No nos den hombres criados, por ejemplo, en la administración española, y amoldados a ella, para levantar un pueblo que no ha de dejar pierna entera a la administración española. Para la paz queremos la guerra. Para el trabajo queremos la república, para atender al problema grave, que es el de dar ocupación real y suficiente, desde el arranque del país libre, a las inteligencias y aspiraciones malcriadas en los ejercicios ya entonces inútiles de la colonia. Porque, si no, para darse empleo, perpetuarán en la república los ejercicios de la colonia. De cambiar de alma se trata, no de cambiar de vestido. La opinión de un hombre sobre los métodos, lentos o violentos, de obtener la felicidad del país, no nos importa tanto como su capacidad para aumentar la producción legítima del país, en concordia con sus .distintos habitantes; porque el que le aumenta a un país la producción política; sea o no dado a los métodos políticos, ése le aumenta la libertad. Y el mérito de un cubano de Cuba, sea de la guerra pasada o de la venidera, sea por carácter o inclinación menos dado a la guerra que nosotros, u opuesto a ella, sea o no amigo vehemente de nuestros recursos y soluciones, nos enorgullece tanto como el mérito de un cubano de fuera de Cuba.-Este es nuestro modo de decir que ha pasado por New York, en uno de sus viajes, de negocios, el productor cubano, sagaz y cordial. José Pujol.
Y esto nos hace acordar de otro cubano típico, que también anda por Cuba, y también nos es querido.
Por acá se suele oír decir, a algún vencido o a algún impaciente, que nuestra tierra es coca y es tusa, que no tenemos maíz ni raíz, que los trigueños somos unos menudos, incapaces de sacarnos de la sangre los buñuelos y los cacahuetes. Un buñuelo nos queda en la sangre, y es el creer que no nos los podemos sacar. Ni es preciso, como piensan los de otra especie de buñolería, que ha de venirse por este país ameno, en verano, a picarse de la virtud, como los valientes de este mundo, y los poetas perfectos, se pican de la morfina. Porque Pujol, por ejemplo, ya era persona antes de venir por estos pagos, y el haber de vender a los turcos ajengibre, no quiere decir que se vuelva uno turco. Jamás pisó tampoco el gran país, al que viene su grandeza real de que sus hijos tienen fe en él y en sí propios, ese otro cubano de que hablamos. Nació rico, de un padre avaro, y salió pródigo. Un caballo gualtrapeador le gustaba más, o un gallo giro, o una danza serena, o urja hermosura baldía, que un examen en el instituto. Se lo llevó a España la guerra. Volvió de España: enfermo, pobre, nulo. Vio la vida: y del corazón valiente se sacó fuerza con que ponerse los gemelos al codo, doblarse sobre el mostrador, extender y hermosear su tienda, alimentar de su trabajo a su familia, que es un pueblo. Recobra en el comercio la fortuna que perdió en la prodigalidad, con su propia pujanza de criollo. De lo más bello de esta vida es una compañera fiel, y la belleza es más, y conmueve, cuando la compañera no tiene ya a su esposo en el mundo. Tiene de agradecimiento el afecto respetuoso que rodea a las virtudes singulares, y se gusta de tenerlas a mano, y de que acorten sus ausencias. Se es más cuando se vive entre buenos: y con cada bueno que se va, se es menos. En cada uno refluyen las virtudes de todos. Cada uno padece de los pecados de todos. Patria saluda, en su vuelta de Cuba, a la señora Mariana Guerra de Barranco, viuda de aquel Agustín que cargó hierros al pie por su país, y creó en el destierro, y murió desterrado.
Pero la virtud no exime del pesar, antes parece que convida a él. Aquí se alegran las casas de Benjamín Guerra y dé Manuel Barranco con la llegada de la noble señora, y en Cayo Hueso, donde todos le conocían la caridad, la fe cubana, los méritos domésticos, muere la hermana de Manuel Barranco, la señora Mercedes Barranco de la Torre. El agradecimiento y la justicia, el cariño a aquella hospitalaria casa del Cayo, a estas familias ejemplares, a Manuel Barranco, tan generoso y tan bueno, nos mandan poner, con fe en la primavera eterna de la resurrección, una flor en la sepultura de su hermana Mercedes,-¡una sepultura que al fin está cerca de Cuba, y calentada por su sol!
De Cuba, en compañía de su madre distinguida la señora Rosa Tejada de Govín y de su tía, la culta señorita Josefa Tejada, ha regresado más linda y encantadora que nunca, Luisa Carlota Govín.
En nuestros salones, este invierno, falta ha hecho la joven que es tan amable como bella.-Pero el invierno triste ha pasado, ya las flores alegran el corazón, ya está entre nosotros con su alma cubana, una de las más preciosas de nuestro jardín.
Patria, 28 de mayo de 1892