-New York, abril, 1892-
Mi muy querido Teodoro:
Una línea en la mesa del correo, para acusarle recibo del telegrama, para darle la alegría con que acá se recibió la noticia; para agradecerle mucho más que si fuera cosa personal la energía generosa con que empuja una obra de concordia suprema y acción inmediata que considero incontrastable. En el corazón, el Evangelio; entre las cejas, la prudencia; los brazos, a cuantos los quieran, y el arma desenvainada.
Sin tiempo para más, ofrézcamele a Solano carta de agradecimiento para el martes, que es el primer vapor. Dígale que quite los honores sobre mí, porque en eso de honor, no fui yo quien se lo di al Cayo, sino él quien me lo dio a mí; pídamele a Figueredo las misivas patrias con sus letras y el cariño que no quiero que me niegue. Apriétemele la mano a Serafín, a Céspedes y a W.
José Martí
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